Alexis Iparraguirre. Foto: Trome
Alexis Iparraguirre. Foto: Trome

Por Juliane Angeles ()

En los cuentos de El fuego de las multitudes, de Alexis Iparraguirre (Emecé), están presentes la locura, las vidas cotidianas en apariencia y lo extraño. Lo difícil o extraordinario determinan la ‘ruptura’ de los personajes, cuyas búsquedas no se revelan fácilmente. De ahí lo enigmático y la laboriosidad en el lenguaje al momento de contar. Un destacado capitán que se esfuerza por alcanzar la normalidad. Una normalidad innecesaria para los demás, menos para el narrador, quien admira esa lucha. O un profesor de poesía y sus alumnos obsesionados por la literatura que terminan asesinando. También hay belleza en la locura o en lo no familiar. Ahí donde pocos se atreven a ver.

“Si solamente escribiéramos sobre los patrones cotidianos de la experiencia, solamente tendríamos melodramas e historias de superación personal. En esta época, en la cual los patrones para crear cosas muy parecidas abundan, me gusta explorar esa otra dimensión”, señala Iparraguirre, quien en la actualidad cursa un doctorado de Literaturas Hispánicas en Nueva York.

En esa línea, el también autor de El Inventario de las Naves (2005), cree que este es el mejor momento para que los lectores amplíen sus horizontes de consumo, pues la oferta de escritores es muy variada.

“Hay escritores muy interesantes que están haciendo cosas experimentales en la literatura peruana. Los gustos están hechos para ampliarse. Entonces, si solamente consumes autoayuda, date la oportunidad de leer literatura. Si consumes biografías, date la oportunidad de leer ficción”, apunta.

¿Cómo fue la construcción de El fuego de las multitudes? Presenta cuatro cuentos, pero uno de ellos parece una novela breve.
Originalmente el proyecto iba a ser un libro de cuentos sobre profesiones que no iban a tener utilidad en el siglo XXI. Por ejemplo un capitán aventurero que se va a una tierra por descubrir, pero en el siglo XXI ya todo el planeta está descubierto. O el profesor de poesía. Veo que la gente ya no lee poesía o que incluso en la universidades los cursos que son estrictamente de poesía tienden a desaparecer, por lo menos en mi experiencia cotidiana. Más o menos iba construyendo ese patrón, pero también quería que sea un libro de biografías imaginarias y por lo tanto, me interesaba mucho poder construir cada personaje como mucha redondez, siguiendo sus obsesiones, sus preferencias y el motivo de sus locuras. Y en realidad lo hacía porque estaba practicando. Tengo el interés de escribir una novela de este libro más adelante. Lo que pasa es que en el camino el proyecto fue variando, como siempre. 

¿Cuál fue tu mayor preocupación a la hora de abordar las historias?
Las biografías de los personajes. Sé muy bien que trabajar personajes en un cuento no funciona tanto porque el lector siempre está siguiendo la línea de acción. Entonces, la única manera de hacer coincidir la línea de acción con los personajes es la biografía, de esa manera, podía seguir proyectándome a la novela que yo quería El último cuento -y esa fue mi mayor preocupación- tenía que tener un montón de matices porque es un cuento más largo, salvar un poco la distancia que me separaba de la novela, y al mismo tiempo cuidar que el tono no desentonara con los otros cuentos. Quise que a pesar de ser un texto largo, tuviese una sintonía de atmósfera con los otros cuentos y que además el lector no tuviera la impresión de que algo sobra.

¿Hay algunas de tus obsesiones personales en este libro?
Hay fijaciones visuales o metafóricas. El baile por ejemplo. El baile está presente desde mi primer libro y sigue en el segundo. Las escenas de baile de alguna forma me hechizan y cuando las escribo siento que son mi mayor dificultad, y al mismo tiempo, el desafío de contar imágenes. Una imagen de baile es siempre difícil porque a la prosa le cuesta esta facilidad que tiene, por ejemplo, el cine. Entonces, cómo hacer que el lector perciba los movimientos del baile sin sentir que le están dando instrucciones de baile. Siento que también tengo obsesiones de épocas o etapas de mi vida. En el Fuego de las multitudes me ha preocupado más lo que son los personajes y lo que pueden hacer con eso. Ninguno de estos personajes vacila respecto de lo que ha sido, salvo el último.

Iparraguire ganó el Premio Nacional PUCP con su primer libro El inventario de las naves (2005). Foto: Trome
Iparraguire ganó el Premio Nacional PUCP con su primer libro El inventario de las naves (2005). Foto: Trome

Los personajes de El fuego de las multitudes tienen una vida cotidiana, pero de pronto se ven envueltos en situaciones difíciles que los ponen a prueba. Algo se rompe en sus vidas.
Muchos escritores sienten pudor de decir que sus inspiración proviene del mundo de los otros medios de la cultura popular. A mí me encantan las series, las películas de terror, de misterio, los thrillers de suspenso, pero también me encanta Jorge Luis Borges. Yo no sé si viene de Borges o de los thrillers de suspenso, pero en mis cuentos planteo la idea de vidas cotidianas, en apariencia, que de pronto son atravesadas por lo imposible, lo extraordinario o lo difícil. El primer cuento de este libro trata sobre una capitán que está luchando desde el inicio de la historia por ser normal. El narrador admira la lucha de este personaje talentoso y admirado, su esfuerzo por estar dentro de la normalidad. Creo en la idea de que hay instantes en que los hombres definen de una vez y para siempre que van a ser el resto de sus vidas. Y esto es lo que hace este capitán. Para mi esa es una construcción arquetípica de una biografía imaginaria.

En tus cuentos, no revelas las búsquedas de los personajes, las construyes durante el relato, por lo general de una forma muy enigmática y laboriosa. Hay un esfuerzo por mantener eso.
Uno puede pensar que el cuento nunca tiene que decirle al lector a dónde va. El cuento tiene que jalarlo, pero no anticiparle el desenlace o el lugar de la familiaridad. Aquellos que escuchen el cuento deben decir siempre: “esto no me lo esperaba y esto tampoco”. Eso es lo que vale la pena. Si hay algún modelo de estructura que ambiciosamente me puede gustar son los de las películas que yo veía de chico cuando estaba en la universidad. Las películas de Federico Fellini, por ejemplo. De él lo que me encanta es que hay una historia que puede tener algunos instantes de familiaridad, pero luego no deja de ‘moverse’.

¿De qué otros medios de la cultura popular te nutres?
Yo trato de tener mucha curiosidad. A mí me gustan mucho los animes. Me gusta que las historias de esta edición japonesa sean como caminos de exploración en la sensibilidad, muy lentos, muy medulares y muy trabajados. Incluso la televisión más vanguardista como las series son muy conservadoras respecto a las tomas de los planos. No se le puede poner un plano raro a la serie porque la gente se desfamiliariza de todo, en cambio en los animes japoneses, los ángulos aberrantes y raros están todo el tiempo. Tienen otro punto de vista. Más que la sensibilidad, me interesa el punto de explorar lo extraño, pero no necesariamente como monstruoso, sino como no familiar. Si solamente escribiéramos sobre los patrones cotidianos de la experiencia, solamente tendríamos melodramas e historias de superación personal, además porque la gente es educada en consumir ese tipo de historias. En esta época en la cual los patrones para crear cosas muy parecidas abundan, me gusta explorar esa otra dimensión.

Algunos autores escriben a partir de imágenes o ideas que se ‘cocinan’ en su mente durante un tiempo. ¿Como suele ser tu proceso creativo o cómo fue para El fuego de las multitudes?
Difícilmente yo me siento a escribir un cuento apenas se me ocurre una idea. La tengo, -como se dice criollamente- rumiándola. Entonces lo que tengo usualmente es una persona que hace algo. También tiene que aparecer el lugar donde lo hace. El lugar es importante para empezar a contar, no puede ser cualquier parte. Cuando escribí Albedo, el lugar era la Antártida. En Punto ciego el lugar era el edificio de Naciones Unidas de Nueva York. Cuando tengo el lugar, tengo las posibilidades y los límites. Y además -esto es una preferencia absolutamente personal- una locura. Sí, una locura que sea difícil de contar, pero que el personaje y el lugar lo haga posible.

¿Qué lector te interesa?
Cuando estaba muy chico, creía en la fantasía de que el escritor bueno es el que lo leen muchos. Y me parece que en realidad mi generación tenía el precedente rarísimo del ‘boom latinoamericano’, que al ser la primera en construir este gran ámbito del mercado latinoamericano del libro, donde la condición era un ser escritor que vendía un montón, pero al mismo tiempo, todos procedían de un formación literaria muy sólida, aunque no siempre es así. El problema no son los escritores que tenemos hoy, sino quiénes van a escribir mañana porque hay que vender libros. Entonces ya no es tan importante la calidad de la literatura, sino cómo hacemos para que haya siempre un libro vendiéndose, y en ese punto, la calidad puede terminar muy reñida con las ventas. Yo quisiera que me leyeran no los muchos, si esos muchos solamente están buscando patrones. Que me lean las personas a las que mis textos les van a decir cosas. Y si hay gente que pensaba que no podía encontrar cosas en mis textos, y de casualidad abre el libro y las encuentra para sí, magnífico.

Un autor escribe porque le interesa ser leído y publicado, pero se da casos en los que no recibe ganancias por sus textos. Tenemos escritores muy buenos. Hace poco mencionaste esta preocupación sobre quiénes van a escribir porque hay que vender libros. En ese sentido, ¿cómo has visto tu paso hacia una editorial grande?
Es interesante porque es un cambio que hemos dado los autores y las propias editoriales en el Perú. Hace unos diez años, las editoriales surgieron con fuerza con el objetivo de colocar una escena nueva. No solo de editoriales, también de literatura. Las cuestiones financieras han hecho que queden menos editoriales independientes. Muchas veces estas editoriales terminan trabajando con escritores muy originales. Es más, creo que estas editoriales hacen el trabajo de scouting que muchas veces no hacen las grandes editoriales, pero como lugar de difusión de la escritura tienen sus límites, por lo menos en nuestro país. Y el límite es que la distribución no crece. Después de publicar un libro, que puede ser de un escritor con buena calidad y nuevo, las posibilidades económicas de una independiente para retribuir -eso en términos de regalías en un segundo o tercer libro- son muy difíciles, pocas lo hacen. Y en esa función, quien está buscando tener retribución por su trabajo ve como una posibilidad saltar a un sello transnacional. El mercado de una transnacional es fundamentalmente dentro de Lima y algunas librerías de provincias. Tienen mejor distribución, te pagan regalías y te garantizan difusión en muchos más medios. Hay una ventaja comparativa que si uno quiere la puede tomar, pero tampoco es una gran ventaja. Yo creo que se ha dinamizado bastante el mercado editorial en el Perú. Las dos grandes transnacionales han apostado por publicar a peruanos.

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