Este Búho recordaba las playas de la Costa Verde, ahora que se ha vuelto la cereza del pastel, con la controvertida ‘ciclovía amarilla’ del alcalde Castañeda Lossio. Los muchachos de ahora tienen suerte. Con 50 céntimos, el Metropolitano que sale de la Estación Matellini los deja en la Playa Sombrillas, la popular Agua Dulce-Pescadores y como paradero final, La Herradura. En mis tiempos, llegar y salir de la Costa Verde era toda una odisea. Había una bajada clandestina en Miraflores por donde ahora está el Parque del Amor. Pero era muy arriesgado, porque varios se desbarrancaron. Tenías la Bajada Balta, donde está el Terrazas.

También muy usada. Pero si querías ir a la playa barranquina de moda, a inicios de los 80, esa era Los Pavos. Tomábamos la ‘20’ y nos bajábamos en Barranco. Allí había como tres bajadas, con sus escaleritas inclinadas. Bajar no era problema. La cosa era subir. Las piernas se te acalambraban. Pero todo valía con tal de llegar al ansiado point, que bien retrata ‘Cachín’ Alcántara en ‘Asu mare’. De adolescentes ya no íbamos a La Herradura, sino a Los Pavos. Y de allí nos instalábamos en ‘El pavotito’. No eras nadie si no te tomabas una buena cremolada y un pan con hamburguesa o chorizo a la parrilla. Había otros puntos más asequibles para los bolsillos de los ‘lagartazos’, pero esos embutidos tenían un colorante extraño que te dejaban la lengua roja. Los muchachos de entonces parecía que habían comprado su ropa al por mayor.

Vestían igualitos. Todos pelucones, con sus pucas de esqueleto de tollo en sus cuellos y muñecas, bermudas, polos Ocean Pacific, los clásicos y bien pirateados ‘OP’ que se vendían como pan caliente en ‘Polvos azules’, cuando quedaba atrás de Palacio de Gobierno. Algunos chicos y chicas de San Miguel y Magdalena le entraron a la onda del negocio. En Los Pavos casi no había familias, todos eran jóvenes. En ese mercado juvenil, algunos llegaban en ‘bolochos’ repletos de ropa de contrabando, polos ‘OP’, Lacoste, Ralph Lauren, zapatillas Nike, Adidas o las Pony que estaban de moda. Y se armaba una verdadera feria.

No se sabía a ciencia cierta cuáles eran las bambas y cuáles las firmes. Otros ‘hacían su agosto’ vendiendo el rico ‘pan con pollo’, con un aditivo innovador, que cautivó a la clientela en esos veranos ochenteros, las ‘papitas al hilo’. Recuerdo claramente haber visto a una caderona espectacular vendiendo su pan con pollo aquel verano en Los Pavos, la ahora rubia. La ‘Señito’ reconoció que, como no le alcanzaba lo que ganaba bailando en el Café Teatro, en las mañanas de verano salía a ganarse un dinerito extra. Eran las épocas de ‘La más más de Panamericana’ y el DJ del local colocaba parlantes a todo volumen. Empezaba la fiebre del rock en español: Miguel Ríos la rompía con ‘Amor por computadora’ y una balada que años después sería un himno en el karaoke, ‘Santa Lucía’. Miguel Bosé, chibolo, cautivaba a las chicas con ‘Linda’ y agarraba el bobo de los jóvenes con ‘Teorema’, que trataba del amor platónico de un chibolo por una señora mayor. Los Hombres G, la Orquesta Mondragón con ‘Caperucita feroz’, ‘Pato de goma’ con ‘Chicos malos’.

Cadillac sensacional con ‘Perdí mi oportunidad’. Olé Olé con ‘No controles’ y el entrañable Club Naval con su ‘Aún’ encabezaban la primera invasión española, que solo sería un preludio de lo que vendría después con la onda argentina de Charly García y ‘Nos siguen pegando abajo’, Los Abuelos de la Nada y ‘Mil horas’, Miguel Mateos y ‘Zas’ y la revolución de Soda Stereo. Todos querían ‘Ser del Jet-Set’ y padecían ‘Sobredosis de TV’. Allí nomás contragolpearon los españoles con el fenómeno ‘Hombres G’. Eran épocas de locura juvenil mientras en el Perú, sobre todo en Ayacucho, Sendero Luminoso desataba un baño de sangre. Belaunde dejaba el gobierno sin pena ni gloria y llegaría a la presidencia, en 1985, un joven aprista, Alan García, quien ganó prometiendo ‘un futuro diferente’ y terminó sumiendo en la ruina económica al país. Con una alucinante hiperinflación y un desabastecimiento en los mercados, comparado con el que vive ahora Venezuela.

No había arroz, carne, leche de tarro, ni pan francés. Para esa época ya estábamos en la universidad y solo podíamos tomar un trago infame, ‘Cien fuegos’. El más barato, pues la cerveza estaba por las nubes. Poco a poco nos fuimos olvidando de la Costa Verde, pues había que trabajar en algo. Muchos tuvimos que abandonar el barrio, aunque algunos se quedaron y nunca salieron. Creo que me faltó escribir un detalle importante. Con mi mancha nos parábamos en la esquina del Ejército con Brasil a ‘tirar dedo’ para llegar a la Costa Verde. Y se los juro que nos jalaban. Hasta a mi pata ‘Zombie’, que tenía una pinta temible, lo llevaban automovilistas solidarios. Hoy eso ha desaparecido. La inseguridad ciudadana ha hecho que nadie quiera jalar a un grupo de jovencitos. Felizmente, ahora tienen el Metropolitano. Apago el televisor.

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Este Búho recordaba las playas de la Costa Verde, ahora que se ha vuelto la cereza del pastel, con la controvertida ‘ciclovía amarilla’ del alcalde Castañeda Lossio. Los muchachos de ahora tienen suerte. Con 50 céntimos, el Metropolitano que sale de la Estación Matellini los deja en la Playa Sombrillas, la popular Agua Dulce-Pescadores y como paradero final, La Herradura. En mis tiempos, llegar y salir de la Costa Verde era toda una odisea. Había una bajada clandestina en Miraflores por donde ahora está el Parque del Amor. Pero era muy arriesgado, porque varios se desbarrancaron. Tenías la Bajada Balta, donde está el Terrazas.

También muy usada. Pero si querías ir a la playa barranquina de moda, a inicios de los 80, esa era Los Pavos. Tomábamos la ‘20’ y nos bajábamos en Barranco. Allí había como tres bajadas, con sus escaleritas inclinadas. Bajar no era problema. La cosa era subir. Las piernas se te acalambraban. Pero todo valía con tal de llegar al ansiado point, que bien retrata ‘Cachín’ Alcántara en ‘Asu mare’. De adolescentes ya no íbamos a La Herradura, sino a Los Pavos. Y de allí nos instalábamos en ‘El pavotito’. No eras nadie si no te tomabas una buena cremolada y un pan con hamburguesa o chorizo a la parrilla. Había otros puntos más asequibles para los bolsillos de los ‘lagartazos’, pero esos embutidos tenían un colorante extraño que te dejaban la lengua roja. Los muchachos de entonces parecía que habían comprado su ropa al por mayor.

Vestían igualitos. Todos pelucones, con sus pucas de esqueleto de tollo en sus cuellos y muñecas, bermudas, polos Ocean Pacific, los clásicos y bien pirateados ‘OP’ que se vendían como pan caliente en ‘Polvos azules’, cuando quedaba atrás de Palacio de Gobierno. Algunos chicos y chicas de San Miguel y Magdalena le entraron a la onda del negocio. En Los Pavos casi no había familias, todos eran jóvenes. En ese mercado juvenil, algunos llegaban en ‘bolochos’ repletos de ropa de contrabando, polos ‘OP’, Lacoste, Ralph Lauren, zapatillas Nike, Adidas o las Pony que estaban de moda. Y se armaba una verdadera feria.

No se sabía a ciencia cierta cuáles eran las bambas y cuáles las firmes. Otros ‘hacían su agosto’ vendiendo el rico ‘pan con pollo’, con un aditivo innovador, que cautivó a la clientela en esos veranos ochenteros, las ‘papitas al hilo’. Recuerdo claramente haber visto a una caderona espectacular vendiendo su pan con pollo aquel verano en Los Pavos, la ahora rubia. La ‘Señito’ reconoció que, como no le alcanzaba lo que ganaba bailando en el Café Teatro, en las mañanas de verano salía a ganarse un dinerito extra. Eran las épocas de ‘La más más de Panamericana’ y el DJ del local colocaba parlantes a todo volumen. Empezaba la fiebre del rock en español: Miguel Ríos la rompía con ‘Amor por computadora’ y una balada que años después sería un himno en el karaoke, ‘Santa Lucía’. Miguel Bosé, chibolo, cautivaba a las chicas con ‘Linda’ y agarraba el bobo de los jóvenes con ‘Teorema’, que trataba del amor platónico de un chibolo por una señora mayor. Los Hombres G, la Orquesta Mondragón con ‘Caperucita feroz’, ‘Pato de goma’ con ‘Chicos malos’.

Cadillac sensacional con ‘Perdí mi oportunidad’. Olé Olé con ‘No controles’ y el entrañable Club Naval con su ‘Aún’ encabezaban la primera invasión española, que solo sería un preludio de lo que vendría después con la onda argentina de Charly García y ‘Nos siguen pegando abajo’, Los Abuelos de la Nada y ‘Mil horas’, Miguel Mateos y ‘Zas’ y la revolución de Soda Stereo. Todos querían ‘Ser del Jet-Set’ y padecían ‘Sobredosis de TV’. Allí nomás contragolpearon los españoles con el fenómeno ‘Hombres G’. Eran épocas de locura juvenil mientras en el Perú, sobre todo en Ayacucho, Sendero Luminoso desataba un baño de sangre. Belaunde dejaba el gobierno sin pena ni gloria y llegaría a la presidencia, en 1985, un joven aprista, Alan García, quien ganó prometiendo ‘un futuro diferente’ y terminó sumiendo en la ruina económica al país. Con una alucinante hiperinflación y un desabastecimiento en los mercados, comparado con el que vive ahora Venezuela.

No había arroz, carne, leche de tarro, ni pan francés. Para esa época ya estábamos en la universidad y solo podíamos tomar un trago infame, ‘Cien fuegos’. El más barato, pues la cerveza estaba por las nubes. Poco a poco nos fuimos olvidando de la Costa Verde, pues había que trabajar en algo. Muchos tuvimos que abandonar el barrio, aunque algunos se quedaron y nunca salieron. Creo que me faltó escribir un detalle importante. Con mi mancha nos parábamos en la esquina del Ejército con Brasil a ‘tirar dedo’ para llegar a la Costa Verde. Y se los juro que nos jalaban. Hasta a mi pata ‘Zombie’, que tenía una pinta temible, lo llevaban automovilistas solidarios. Hoy eso ha desaparecido. La inseguridad ciudadana ha hecho que nadie quiera jalar a un grupo de jovencitos. Felizmente, ahora tienen el Metropolitano. Apago el televisor.

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