Este Búho definitivamente no puede dejar de admirar a nuestro gran escritor (Lima 1939). Su novela ‘Un mundo para Julius’ (1968) le abrió las puertas de la segunda generación del inexpugnable club del ‘Boom de la literatura latinoamericana’, que capitanearan Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes, entre otros. Bryce no solo es un extraordinario escritor. Sus libros han sido como radiografías de su propio yo. Fiel a mi costumbre, lo voy a homenajear tarde, cuando ya le escribieron grandes y merecidos artículos por su onomástico número 80. En esta sencilla columna voy a rendirle un tributo a través de dos de sus más emblemáticas obras.

UN MUNDO PARA JULIUS (1970): En verdad, la historia del niño Julius, hijo de un matrimonio de la aristocracia, era de película. Nieto de un expresidente, es la historia del mismo Bryce. Vivía en un palacio en la parte más exclusiva de San Isidro. Tenía una madre, Susan, descendiente de ingleses, superficial y frívola, una dama tan plástica que era incapaz de expresar cariño o un mínimo de emoción, ni siquiera por sus propios hijos. ‘Darling’ era casi todo el meollo de su lenguaje. El padrastro millonario del niño no era mejor, pero al menos tenía la excusa de justificar su desamor por el pequeño, pues no era el padre. Era un tipo feliz. ‘Nadie tan feliz como Juan Lucas, siempre a punto de irse al golf o a alguna de sus haciendas’. Sus hermanos mayores hombres, Bobby y Santiago, son un fiel reflejo del entorno dominador, racista y excluyente. Ven a Julius, un chico sensible, como un cobarde, como un ser inferior, más aún porque va a refugiarse en la servidumbre a buscar cariño y protección. Y para colmo, Cinthia, su única hermana, con la que está unido por esa sensibilidad, muere de una terrible enfermedad. Como un José María Arguedas de la gran ciudad, Julius encuentra una familia verdadera en los empleados, que son humillados y explotados por su propia familia. La novela de Bryce es corrosiva, casi contestataria, pero no nos engañemos, no hay resentimiento, sino grandes dosis de humor, ternura y hasta indefiniciones, porque Julius, en algún momento, no toma partido en su totalidad por los de abajo. Allí radica lo complejo y rico del personaje central.

TANTAS VECES PEDRO (1977): Siete años demoró el maestro para publicar una nueva novela después de ‘Un mundo para Julius’. Alfredo ya es un escritor famoso, cumplió su sueño. Puede vivir en París como lo hicieron sus admirados escritores del ‘Boom latinoamericano’ inicial. Pero a diferencia de ellos, todos casados y con hijos, Alfredo estaba soltero. Y crea otro ‘alter ego’, ‘Pedro Balbuena’, al que define como un tipo que fue ‘tantas veces Pedro, pero que nunca pudo negar a nadie’. Confieso que ese librote me encandiló en el deshabitado estadio de San Marcos. Me lo vendió a crédito la guapa Emperatriz, novia y luego esposa del gran escritor Gregorio ‘Goyo’ Martínez. Pedro era un escritor latinoamericano en esa París todavía con la aureola de ser la ciudad de los escritores. Balbuena es un novelista famoso, pero a pesar de que las guapísimas admiradoras parisinas lo acosan, él es incapaz de establecer una relación estable porque tiene una foto de un amor eterno, al estilo Juan Gabriel. Los amigos lo acechan. ‘¡Qué tiene esa Sophie que no tengan estas bellezas que se te regalan!’, lo interrogan. Solo su único y verdadero amigo, un perro de bronce al que llama ‘Malatesta’, sabe la verdad que oculta Pedro. Que Sophie nunca fue un amor. Solo es una alucinación, un amor ficticio fruto de la casualidad, se enamoró de una foto que encontró en la calle. Para este columnista, esta novela fue su obra más tierna ya como un escritor consagrado.

Si todos catalogaron a ‘El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz’ (1985), continuación de ‘La vida exagerada de Martín Romaña’ (1981), como la mejor después de ‘Un mundo para Julius’, yo opino que ‘Tantas veces Pedro’ se la lleva de encuentro. Hasta creo que el gran Miki Gonzales se inspiró en esa novela para inmortalizarla en su emblemático segundo disco ‘Tantas veces’. El escritor celebra sus ochenta años con una frase que nos debe llegar hasta el cerebro: ‘Soy un solitario que vive en excelente compañía y un pesimista que quiere que todo salga bien’. Por eso, le dedico, como Charly García: ¡Feliz... un año menos, maestro! Apago el televisor.

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