Este Búho, para olvidarse de , se puso a revisar su biblioteca. Encontré las ediciones de dos libros importantes para conocer la historia peruana gráfica de dos décadas alucinantes del país. La de 1950 y 1960. Los libros los había escrito un testigo excepcional de la época: el ‘Gringo’ Guillermo Thorndike, que ingresó jovencito a ejercer el periodismo en ‘La Prensa’ y ‘Última Hora’. El periodista los tituló: ‘Los apachurrantes años cincuenta’ y ‘Los prodigiosos años sesenta’. 

Para hacer este libro, el periodista se juntó con su amigo, el historiador Juan José Vega, y comenzaron a recordar lo que fue el y el mundo en esos años. En épocas que no había Internet, solo un periodista como el recordado Christian Vallejo, un cerebro con voz de ultratumba y corazón de personaje del ‘Mago de Oz’, acompañó al autor en esta tarea. Y por si fuera poco, las fotos de esta reliquia no podían ser tomadas o seleccionadas por otro que el gran Carlos ‘Chino’ Domínguez

La década en el mundo estuvo marcada por la lucha de los derechos civiles de los negros en USA, encabezada por Martin Luther King y la Revolución Cubana de Fidel Castro contra la dictadura de Batista. En Europa, se construía el ‘Muro de Berlín’, pero se acentuaba la rebeldía juvenil ante la Guerra de Vietnam. Se impuso la minifalda, se suicidó Marilyn Monroe, matan a John F. Kennedy, y Estados Unidos y Rusia casi inician una nueva guerra por misiles instalados en Cuba.

¿Y en el Perú? Lima no era el monstruo de más de 9 millones de habitantes, aproximadamente, sino de solo dos. En esos años, la ciudad solo llegaba a San Martín de Porres por el norte y por el sur hasta San Juan de Miraflores, Pamplona. El Centro de Lima todavía albergaba a los mejores hoteles, negocios y centros comerciales. Pero ya los guardias municipales, armados de garrotes, perseguían en vano a los siempre más numerosos vendedores ambulantes. 

La Plaza San Martín olía a hot dog con cebolla a partir de las nueve de la noche. En Miraflores sucedía algo totalmente distinto: Arbolado, marino, distante de territorios de pobreza, aún se creía balneario. Vivir allí era como estar de vacaciones. En el parque ‘Salazar’, en el valle de Santa Eulalia y en el lejano Cusco, jóvenes miraflorinos o de barrios clasemedieros se dejaban crecer el pelo, la barba. Fumaban ‘pitillos’ que los ponían alegres y tocaban música rock como sus pares de San Francisco o el legendario Festival de Woodstock, ‘tres días de música, paz y amor’. 

Sin embargo, otro tipo de jóvenes, como el poeta Javier Heraud, egresado del exclusivo colegio ‘Markham’, se volvía guerrillero y moría acribillado en un río de Madre de Dios. La televisión empezó a cambiar los hábitos de la gente. ‘La pantalla chica alumbraba a sus propias estrellas. Animadores como Kiko Ledgard o Pablo de Madalengoitia existían en América TV y Panamericana. Por última vez, Cantinflas toreó en Acho. La costa peruana se llenaba de audaces tablistas y los ‘bailes luaus’ del ‘Waikiki’, presididos por Carlos Dogny, alcanzaban su máximo esplendor’. 

Lima ya no volvió a ser la misma con la construcción del ‘zanjón’ por el alcalde Luis Bedoya, que más tarde se extendió a las playas de la Costa Verde. ‘Las vías rápidas hasta La Molina con la Javier Prado o Primavera hasta Monterrico extendieron la frontera urbana’. El libro está escrito con una prosa irónica, certera, notable, propia del ‘Gringo’, testigo de excepción de esa época de locura. Las fotos de Domínguez y el trabajo de archivo retratan la vida social y política del Perú desde el gobierno de Manuel Prado, ‘el último aristócrata’, hasta el golpe militar del general Juan Velasco Alvarado. 

La ‘nueva prensa’ con Raúl Villarán y los diarios populares. Fotos desgarradoras, como la de la tragedia del Estadio Nacional, donde la anulación de un gol costó 300 muertos. Fotos y letras que estremecen. Doscientas treinta y cinco páginas de purita historia. Lo bueno, lo malo y lo feo de una década increíble. Más que un libro, es un documento histórico invalorable. Se goza leyendo y observando los documentos gráficos. A los jóvenes les digo, hay que saber de dónde venimos para saber a dónde vamos. Se trata de una época que ya fue, vivimos tiempos modernos donde todo lo marca la tecnología y hay que adaptarse a ello. Apago el televisor.

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