Este examen de admisión constó de 100 preguntas divididas en: 70 de conocimientos y 30 de habilidades. (Fotos: USI)
Este examen de admisión constó de 100 preguntas divididas en: 70 de conocimientos y 30 de habilidades. (Fotos: USI)

Como mis lectores saben, este Búho es orgulloso sanmarquino y ayer leí en Trome que el estadio de la universidad fue entregado a la Federación Peruana de Fútbol para que pueda ser empleado por la selección sub-17 durante el Campeonato Sudamericano. Me sorprende ver la imagen del coloso universitario, que ahora cuenta con una pista atlética de ocho carriles, cuatro tribunas fijas, palco VIP y zona de prensa. En mi época era un lugar inhóspito, silencioso, triste y vacío. Pasé muchos días leyendo todo tipo de novelas durante las huelgas que a veces duraban hasta seis meses. Mi historia en la cuatricentenaria empezó a inicios de los convulsionados años 80. Una época de grandes cambios políticos, pues dejábamos doce años de una nefasta dictadura militar -la de Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez- y retornábamos a la democracia con Fernando Belaunde Terry.

Con el arquitecto, quien devolvió los medios de comunicación a sus legítimos propietarios, volvieron las libertades de prensa y expresión. Hace unos años tuve la oportunidad de volver. La verdad, me sentí extraño. Las aulas bien pintaditas y las carpetas en buen estado. Todos con celular en la mano. Como vestigio prehistórico solo quedaba una cabina de teléfono público. Tuve que ingresar al túnel del tiempo. Esas cabinas eran los enseres más queridos y protegidos. Todo se podía destruir, menos el teléfono público. Los alumnos hacíamos largas colas para hacer una llamadita con una ficha llamada ‘RIN’. Los universitarios de ahora se ríen y creen que les hago una broma. Nuestra generación la tuvo difícil. Sufrías en verano para llamar a tu hogar o a la casa de un vecino para avisar que te ibas a quedar a estudiar y no llegarías hasta la noche; o para llamar a la enamoradita y saber si iba a venir. Esperabas horas tu turno. Eso nos daba tiempo de escribir cartas en medio de la cola o leer novelas de Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Rulfo o García Márquez, precisamente en el estadio.

Claro, los muchachos de ahora tienen herramientas de lujo como Internet, que es una maravilla para acercarse al conocimiento. Con YouTube puedes visualizar los temas que quieras: canciones, películas, documentales, jornadas deportivas, lo que sea. Con una TV sin cable y solo tres canales, estábamos obligados a ir al cine comercial, pero había también muchos cineclubes. El del Museo de Arte, Méliès, Ministerio de Trabajo, San Marcos, Don Bosco y otros. Hoy, echado en tu cama, puedes verlo todo en cable. Pero lo bacán era que antes nos íbamos en mancha caminando al cineclub, y a la salida comentábamos la película; si había algo de sencillo, frente a un cafecito o con un roncito en casa de alguien. Y éramos felices con eso.

Por ejemplo, hoy, para un estudiante de Periodismo que desea especializarse en deportes, es imperdonable que no sepa quién es Muhammad Ali y que no haya visto sus peleas, pues todas las encuentras en YouTube. Una maravilla. Actualmente, algunos jóvenes que me visitan me cuentan que solo quieren trabajar para comprarse el último iPhone. Para ellos, somos prehistóricos cuando les contamos que alguna vez conquistamos a una chica por intermedio de cartas. Hoy es el lenguaje de palabras entrecortadas por el ‘wasap’ el mejor medio de comunicación de la juventud.

Hace unos años, Mario Vargas Llosa fue muy duro con ese medio y lo llamó ‘lenguaje de simios’. Yo no condeno ni alabo nada. Solo digo que son épocas diferentes y, evidentemente, los productos que arrojaron aquellos tiempos son totalmente distintos, pero no por ello lo de ayer será bueno y lo de hoy, malo. Miren la generación del 50, que arrojó a Abimael Guzmán y a Vargas Llosa. ¡Qué tal diferencia! Lo que es innegable es que los jóvenes de hoy leen muy poco. Este Búho no es radical. Creo que de todo, de lo de ayer y hoy, se puede sacar algo bueno. El resto es un prejuicio absurdo, porque siempre saldrá algo bueno (y malo) en cada generación, por los siglos de los siglos... Apago el televisor.

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