Gracias a la genial entrevista de César Hildebrant, 'El Búho' nos trae .......
Gracias a la genial entrevista de César Hildebrant, 'El Búho' nos trae .......

Que el libro de entrevistas del periodista César Hildebrandt, ‘Cambio de palabras’, haya sido el más vendido en la última Feria Internacional del Libro de Lima no causa sorpresa. La destreza y la certeza con que nos sumerge en aquellas conversaciones con actores políticos, sociales y culturales nos ubica a sus lectores casi como testigos presenciales.

Ahí tenemos a Mario Vargas Llosa declarando frontal y tajante sobre el autogolpe de estado de Alberto Fujimori, en 1992. Ahí está el escritor Manuel Scorza iracundo por la sutileza sarcástica del entrevistador. Además, enfrentan la agudeza de Hildebrandt otros personajes como Fernando Belaunde Terry, Víctor Raúl Haya de la Torre, Luis Bedoya Reyes, Alfredo Bryce Echenique, Jorge Luis Borges... pero quiero detenerme en una entrevista que es, tal vez, la más humana y más sincera del libro: la del poeta Juan Gonzalo Rose. En ella, el periodista descubre al lector los flancos más vulnerables del autor de ‘Cantos desde lejos’.

A Juan Gonzalo Rose, limeño de nacimiento y tacneño de sentimiento, lo conocí de niño, gracias a ese hermoso vals que compuso y que luego interpretaría Tania Libertad: ‘Tu voz’. “Tu voz, tu voz, tu voz, tu voz existe/ anida en el jardín de lo soñado/ inútil es decir que te he olvidado”. Mucho después me convertí en lector voraz de sus columnas en la revista ‘Caretas’, cuando también mi admiración por su poesía era desbordante. Y su poesía. Su poesía era dulce, delicada y tierna, después. Social y revolucionaria, antes. La vida dura antes, lo hizo un hombre frágil después.

A sus 52 años, cuando concedió la entrevista, Juan Gonzalo recordó con nostalgia esa juventud rebelde y azarosa, que incluso lo llevó al destierro, pues durante la dictadura de Odría fue exiliado a México, donde conoció al ‘Che’ Guevara y Fidel Castro, y donde tuvo una hija. Por eso, cuando Hildebrandt le preguntó qué es lo que rechazaba de la vejez, respondió: “Nos hace demasiado conscientes... Yo estaba acostumbrado, en mi juventud, a dejar que el azar participara de mi vida. Se pierde el sabor de la aventura. Todo es tan meditado. Se aproxima así uno a la muerte”. Y reniega: “De la monotonía en que se ha convertido mi vida, del estar encerrado en mi cuarto... Yo soy una persona curiosa: no voy al cinema, no veo televisión, no escucho música, no leo, no escribo. Yo no sé qué hago con mi tiempo. Es totalmente un vacío... Todo me molesta, me repele”.

Sus últimos años de vida fueron tormentosos. La enfermedad incurable de su madre, Jesús Gros, su desesperanza creadora, el nulo reconocimiento del país y su alcoholismo lo sumergieron en depresión, que terminó en un suicidio fallido. “(...) Desde hace cuatro años yo padezco de depresión. Esta depresión me conduce a encerrarme en mi cuarto, y pasan semanas y semanas y semanas y yo no converso con nadie. De tal modo que, faltándome la experiencia, no hay material para la creación. Toda creación se nutre de vivencias...”, le respondió a Hildebrandt.

El amor que sentía por su madre era incalculable. A ella le decía ‘mi novia’. Un día, en el Instituto Nacional de Cultura, después de presentar una antología de sus obras, frente a una multitud, el vate leyó su poema ‘La pregunta’: “Mi madre decía: si matas a pedradas los pajaritos blancos,/ Dios te va a castigar;/ si pegas a tu amigo,/ el de carita de asno,/ Dios te va a castigar/ (...) Hoy me dicen:/ si no amas la guerra/ si no matas diariamente una paloma,/ Dios te castigará/ (...) No es este nuestro Dios, ¿verdad, mamá?”. En eso observó a una anciana acercándose, con pasos temblorosos, hacia él. Era su madre. Ambos se fundieron en un abrazo interminable.

Quienes estuvieron ahí, dicen que fue la última vez que Juan Gonzalo saboreó la felicidad. Pocos meses después murió Jesús Gros. El departamento donde vivían fue vendido por sus hermanos, y al poeta le alquilaron un cuartito en la Residencial San Felipe, donde terminó por consumirse.

Tres años después de aquella memorable entrevista, en 1983, postrado en una cama del hospital del Empleado, Juan Gonzalo murió a consecuencia de una cirrosis, dejándonos poemas tan hermosos como ‘Marisel’: “Yo recuerdo que tú eras/ como el agua que beben silenciosos los ciegos,/ o como la saliva de las aves/ cuando el amor las tumba de gozo en los aleros”. Además, un legado poético de altísimo nivel como ‘Luz armada’ (1954), ‘Cantos desde lejos’ (1956), con el que recibió el Premio Nacional de Poesía, ‘Las comarcas’ (1964), ‘Hallazgos y extravíos’ (1968), ‘Simple canción’ (1960), que muchos consideran como su poemario más logrado, entre otros.

Decía, no causa sorpresa que ‘Cambio de palabras’ fuera el libro más vendido en la Feria del Libro, pues entre sus páginas hay oro puro. Apago el televisor.

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