Este Búho tiene entre sus libros de cabecera varios de . El mítico escritor trascendió su obra pues él mismo, con su 1.83 metros de estatura y cien kilos de peso, era de por sí un personaje de novela universal. Había tantos Hemingway como dedos de las manos: el escritor, el periodista, el boxeador, el cazador, el torero aficionado, el borracho, el espía, el Premio Nobel, el mujeriego. Tal vez esta última hizo del autor de ‘El viejo y el mar’ toda una leyenda. Ufanándose de ello, afirmaba: ‘Me he acostado absolutamente con todas las mujeres que he querido y con las que no he querido, también’. Por algo se casó cinco veces.

El inmenso escritor nacido en Oak Park, Illinois, el 21 de julio de 1899, fue desde niño un digno hijo de su padre. El médico Clarence Edmonds Hemingway le enseñó a cazar y pescar. Su madre, Grace Hall, por el contrario, era una mujer aficionada a la música de cámara y muy religiosa, y no veía con buenos ojos cómo su esposo le enseñaba a su pequeño hijo a derribar patos en los lagos. Pero el cazar y pescar serían su inconfundible sello personal, herencia de su padre. Igualmente, no sería la única porque su papá le dejaría otra mucho mas trágica: el instinto suicida.

En su colegio, el Oak Park High School, el joven Ernest Hemingway se coronó como el mejor cuentista y periodista escolar. Al graduarse no le fue difícil ingresar a trabajar en el , uno de los periódicos más importantes de Norteamérica. Sin embargo, un hecho histórico de trascendencia mundial sería decisivo para convertirlo con los años en uno de los escritores más importantes de los Estados Unidos, y que le llevaría a ganar el Premio Nobel.

En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial, la llamada ‘Gran Guerra’, y el periodista decide enlistarse al declararle su país la guerra a Alemania. En París observa su primer bombardeo, pero después lo trasladan al frente en Italia, donde es herido cuando repartía chocolates y cigarrillos en una trinchera. Esquirlas de metralla le son extraídas de la pierna en un hospital, donde se enamora de una voluntaria en enfermería, llamada Agnes von Kurowsky, cuyo romance daría origen a su gran novela ‘Adiós a las armas’ (1929).

No sería sino en España donde el escritor, ya casado por segunda vez y con dos hijos, empleado como corresponsal en la guerra civil española entre las tropas leales al gobierno republicano frente a los militares golpistas encabezados por Francisco Franco, se convertiría en una leyenda y la península sería el escenario de su desgarradora novela ‘Por quién doblan las campanas’. Como buen aventurero, también visitó la costa peruana.

En 1956, llegó directo de Estados Unidos a alborotar Talara, Piura. Era más que un escritor, más que una estrella de cine, más que un deportista famoso. ¡Era Ernest Hemingway! Llegó con la que sería su última esposa, la bella y sufrida Mary Welsh, que de buena periodista neoyorquina pasó a ser su última víctima, aquella que soportó los ataques de paranoia que dominaron los últimos días de ‘Ernie’, como lo llamaba Mary. Un par de años antes había sufrido dos accidentes aéreos en África, en uno incluso llegaron cables a Nueva York dándolo por muerto. Llegó al norte del Perú solo por un motivo: cuatro años antes, en esas tibias aguas norteñas, se había pescado el primer merlín negro del mundo, de mil libras (unos 450 kilos).

El novelista quería pescar otro merlín para utilizarlo en la película que estaban rodando en base a su novela ‘El viejo y el mar’ (1956). Demostró paciencia, pues tras varios días en el mar no solo pescaron un merlín, sino cuatro, el más grande de más de 300 kilos. Dicen que esa noche las provisiones de pisco del mítico ‘Fishing Club’ de Cabo Blanco se agotaron por la ‘garganta profunda’ del escritor, famoso por su resistencia alcohólica.

Lamentablemente, el fin de los días de este gigante aventurero y buscapleitos profesional no estuvo a la altura de sus mejores años de ganador total. No pudo derrotar las zonas oscuras de su cerebro. La paranoia lo dominaba. Su vida en Cuba se había acabado con la llegada de la revolución de Fidel en 1959. Detestaba vivir en una gran ciudad norteamericana y se refugió en una casona en Idaho. Diariamente lo llevaban a la clínica Mayo, donde lo trataban con electroshock, que en vez de mejorarlo minó su salud física y mental. Creía que la CIA o el FBI tenían planes de asesinarlo. A esas alturas de su vida ya no podía escribir y las únicas mujeres a kilómetros a la redonda eran su aterrorizada esposa Mary y las criadas.

Sin sus dos grandes pasiones, la escritura y las mujeres, eran los fantasmas de su abuelo y su padre, ambos suicidas, que lo rondaban y, tal vez, lo animaran a colocarse esa escopeta en la boca la madrugada del 2 de julio de 1961. O quizás pensó que estaba cazando una gran fiera en la sabana africana. Pero, ¡oh paradoja!, esa gran fiera era él mismo. Apago el televisor.

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