Este desde niño se sintió atraído por ‘’, el famoso cachalote asesino, personaje principal de la novela de Herman Melville (Nueva York 1819-1891). Aunque no lo crean, la conocí por los dibujitos animados de Hanna-Barbera, los entrañables ‘Picapiedras’, y luego por el cine, gracias a esa gran película protagonizada por el inmenso Gregory Peck, quien hizo inmortal el papel del capitán Ahab, el tenebroso marinero cuya obsesión era matar a aquel cetáceo que le engulló la pierna. Esa película la dirigió otro grande, el viejo John Huston y el guion lo escribió un genio de la ciencia ficción: Ray Bradbury. Así me familiaricé con la trama de Melville, un neoyorquino que vivió alucinantes aventuras en alta mar. Veinteañero, se embarcó en busca de aventuras en un barco ballenero, el Acushnet, que navegaba por los mares del sur. Deserta de la embarcación y junto a un compañero caen en manos de la tribu Typee, a quienes se les atribuía la peor fama de los mares del sur: eran caníbales. Solo la providencia los salvó y los nativos ‘los vendieron’ a un barco ballenero que pasó por las costas de las islas Marquesas. O sea, Herman tenía mucha calle, perdón, mucho mar. Su vida no fue un lecho de rosas. Escribía mientras se ganaba la vida en distintos oficios. Ninguna de sus novelas, incluso Moby Dick, le permitieron gozar de estabilidad económica. Perdió su granja, donde se refugió para escribir, y tuvo que trabajar como controlador de aduanas, un puesto idóneo para lucrativas corruptelas, pero según sus biógrafos, el escritor era el único honrado en un trabajo de ratas. ¿Por qué nunca lo sacaron del cargo siendo un obstáculo frente a la corrupción? Porque había un jefe que era admirador de su obra. Nunca habló con Melville, pero lo protegió en secreto. Ese funcionario llegó a ser presidente de los Estados Unidos: Chester A. Arthur. Melville murió sin ser reconocido. Solo décadas después, su obra se convertiría en una novela de culto y a la vez tremendamente popular.

Empieza de manera sencilla: ‘Mi nombre es Ismael. Hace unos años, encontrándome sin apenas dinero, se me ocurrió embarcarme y ver mundo’. Ismael es su alter ego, es el joven que se embarcó en un barco ballenero llamado ‘Pequod’. El muchacho no sabía que emprendía una empresa suicida. El misterioso capitán no tiene intenciones de cazar ballenas para sacarles el aceite. El señor Ahab está obsesionado con matar a un cachalote blanco, un ser mítico y tenebroso, al que apodó ‘Moby Dick’. Este gigante de los mares, según los críticos, está emparentada con ‘Leviatán’, el cetáceo mencionado en la biblia. También tendría antecedentes en la ballena que engulló a Jonás. El libro, lleno de simbología, nos presenta a un ser humano poseído por la ira, y también por perseguir una meta. Sea esta absurda o suicida, era una meta al fin. La de Ahab es acabar con ‘Moby Dick’ y muere por ello. En realidad ni siquiera es devorado por el inteligente animal, sino que este hunde a su asesino en las profundidades del mar. Melville viajó por todo el mundo en barcos balleneros y estuvo dos veces en el Perú. De allí su célebre frase ‘Lima es la ciudad más triste que uno puede ver’. A pesar de ser un libro de aventuras, los críticos recomiendan leer ‘Moby Dick’ con calma. El escritor español Manuel de Lope aconseja leerla ‘en un mes y en verano’. Es un texto que tiene muchas alegorías y demuestra el profundo conocimiento de Melville sobre la biología, pero también se interna en temas psicológicos, políticos y religiosos. ‘Moby Dick’ cautiva. Aunque Ismael, el narrador, es el aparente protagonista, la ‘estrella’ del libro es Ahab: “No es un tipo vulgar -añadió-, ha frecuentado universidades y ha estado en todo el mundo. Lleva el nombre de un rey bíblico, como recordarás, y no escogió su nombre, sino que su madre, una viuda, le llamó así. Desde que aquella condenada ballena le cortó la pierna, es un taciturno insoportable. Pero un magnífico capitán(...) Hijo mío, recuerda esto que te digo: es mejor navegar con un buen capitán, bueno y taciturno, que con otro malo pero sonriente. Aunque deshecho y castigado con la suerte, Ahab sigue siendo un hombre”. Así describe al mítico y amargado capitán. Un libro apasionante. No por nada es libro de cabecera de artistas como Bob Dylan o Philip Roth. Todo un clásico. Apago el televisor.

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