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Este Búho se estremeció la primera vez que tuvo en sus manos y leyó ‘Cementerio General’ (1989), poemario de Tulio Mora Gago (Huancayo 1948-Lima 2019). El título era el mejor reflejo de la sociedad que nos tocaba vivir a los peruanos en esos años. Los campesinos muertos de las fosas comunes no hablaban, ni las tumbas sin nombre murmuraban, ni los rendidos ultimados de un tiro boca abajo en los penales gritaban en la agonía. Había, ciertamente, una atmósfera sepulcral en el país.

Y tenía que ser el vate, uno de los capitanes de Jorge ‘Solito’ Pimentel, de esa entrañable nave de locos geniales llamada ‘Movimiento Hora Zero’, que nos despertara para decirnos que vivíamos en un campo nada santo. Y lo hizo colocando voz no a los miles de cadáveres anónimos, pero sí a una pléyade de personajes históricos que Mora consideró ‘claves’ en su visión de una historia nacional, que iba más allá de lo pasado, presente o futuro.

Lo hizo con la fundamental sensibilidad y el arte del poeta. ‘Cementerio General’ lo catapultó como una de las voces más representativas de la poesía latinoamericana contemporánea. En la literatura mundial hemos leído que escritores han hecho hablar a sus muertos, como Juan Rulfo en ‘Pedro Páramo’ o Manuel Scorza en su ‘Guerra Silenciosa’. Pero Tulio, poeta y periodista, busca personajes disímiles para bien o para mal, están dentro de una historia que no tiene por qué ser la ‘oficial’. El autor que no ve a la historia como un simple marco teórico incontrastable.

Para él no hay verdades absolutas y se permite cuestionar lo pasado, presente y futuro. Ahí lo fresco e innovador de su propuesta. Como cuando hace hablar a Túpac Amaru; ‘Nada más oportuno para todo que el agonista prometeico, el que muere porque no muere /Si tanto saben de mi vida y de mi gesta, ¿por qué no revierten mis fracasos y después me echan en tierra a descansar mi muerte?’.

Cuando leía el libro, me preguntaba si Tulio, nacido en Huancayo, no tendría el alma de algún brujo de Sapallanga, porque hace hablar a los muertos, por más lejanos en el tiempo o el espacio que estén. Su ‘cementerio’ es exclusivo para 62 difuntos que salen de sus tumbas para hablar su verdad contradiciendo a la historia. No como zombies de un videoclip de John Landis, muertos sin cerebro, sino almas que tienen mucho que decir y refutar a la historiografía oficial libresca o a la de los tabloides matutinos.

Nos asombra con los monólogos de los huéspedes de su cementerio: hay incas, conquistadores, cantantes populares o narcotraficantes como ‘Mosca Loca’, e incluye una breve biografía. Publicó entre 1977 y el 2013 ocho libros de poesía, entre los que destacan también ‘Mitología’ (1977) ‘Oración frente a un plato de col y otros poemas’ (1985) y ‘Aquí sobra la eternidad’ (2012).

Pero no solo se le recordará como un miembro de la vanguardia horaceriana, sino también como el principal crítico literario del grupo, para la interna y para el gran público, ya que publicó ‘Hora Zero, la última vanguardia latinoamericana de poesía’ (2000) y ‘Hora Zero, los broches mayores del sonido’ (2009).

Sobre esa etapa de su vida afirmó: ‘Me tocó jugar al rol de crítico de nosotros mismos, porque era importante dejar una obra crítica de ‘Hora Zero’ y nadie lo iba a hacer. Había una ausencia peligrosa en ese aspecto, porque venían generaciones que llegaron después que nosotros, que se nos enfrentaban y contra ellos no teníamos un libreto. Hubo quienes querían borrar toda la poesía de los años setenta’.

Este columnista tuvo el privilegio de compartir redacciones periodísticas con Tulio Mora, quien en su puesto de jefe de redacción o editor nunca escatimó el consejo, el apoyo a esos jóvenes que ingresamos al periodismo en 1986, como mi amiga, la poeta Tatiana Berger. Tenía razón Federico Moura de Virus, cuando decía que el destino es circular, pues años después encontré al maestro casado con mi amiga, que fue su compañera eterna, Tatiana. En el matrimonio civil, amigos del vate le escribieron una nota al novio emocionado: ‘A pesar de ser una persona súper racional, cometiste un acto de amor hermoso, por algo eres poeta’.

La musa propició que Tulio se alejara de los procelosos tópicos violentos de ‘Cementerio General’ y abordara como un adolescente tierno los versos de quien se haya inoculado con el virus de la pasión correspondida. Fruto de esos sentimientos mutuos, que solo la inexorable muerte pudo separar, tuvimos en nuestras manos su tierno ultimo libro: ‘Aquí sobra la eternidad’, donde leemos ternuras como esta: ‘Hay señales que tardan en revelarse: un elástico animal arisco, merodeando voraces contornos de la candela de los deseos, una divinidad obstinada en desjugar las nubes, rociándonos, grada a grada, la sequedad de la suerte./ Pasaron 20 años, hasta que otra noche sospechamos que muchas reencarnaciones eran insuficientes, no para conseguir el beso, sino todo el amor que nos estábamos debiendo’. El poeta partió a los 70 años, pero su poesía se quedará entre nosotros y nos sobrevivirá siempre, sin edad y con buena salud. Apago el televisor.

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