Este Búho recuerda aquella frase que, de alguna u otra manera, determinó mi manera de ver el periodismo. Me lo dijo el maestro Carlos ‘Chino’ Domínguez una tarde de cervezas: ‘Perro que no camina, no encuentra hueso’. Y ese adagio viene a mi memoria ahora, cuando un joven fotógrafo me deja en las manos una serie de fotos inéditas del gran cuentista peruano . “Señor Búho, encontré estas fotos en el mercado de Loreto, Callao, estaban a punto de tirarlas a la basura ¡¡Las estaban vendiendo al peso!! Quiero que las comparta con sus lectores de Trome”. Este columnista ha escrito ríos de tinta en homenaje al entrañable ‘Flaco’, de quien soy fiel devoto. Por eso me estremezco al ver las instantáneas. Son realmente unas ‘joyitas’. Lejos de esa imagen melancólica que proyectó el cuentista por sus textos y su hermetismo, las fotos reflejan a un Julio Ramón lleno de vida, sonriente, divirtiéndose como un niño, pateando una pelota, dominándola con estilo y elegancia. Así era Julio Ramón, hombre feliz, que gustaba nadar, cantar, bailar y pelotear. La afición del autor de ‘La palabra del mudo’ por el fútbol data desde su infancia, cuando era alumno del colegio Champagnat: “Mi juego era más de sutileza: yo hacía buenos pases a los hombres que estaban bien colocados y, cuando estaba cerca del arco, trataba de meter goles. Pero no tenía mucho físico”.

En ‘Atiguibas’, uno de sus más célebres cuentos, el ‘Flaco’ plasma su amor por el fútbol y específicamente por el club de sus amores, Universitario de Deportes. Así lo relata: “En el viejo estadio nacional José Díaz -ahora ampliado y modernizado- viví de niño y luego de muchacho horas inolvidables. Con mi hermano vimos desfilar por la grama pelada de la cancha a los más renombrados clubes del fútbol de Argentina, Brasil y Uruguay. Y también del Perú, hay que decirlo, pues entonces teníamos grandes jugadores y equipos que realizaron hazañas memorables”. En ese mismo texto, revive el emocionante encuentro entre el equipo crema y el argentino Racing Club de Buenos Aires: “Al promediar el primer tiempo, el entrenador de Universitario decidió hacer entrar a Lolo en reemplazo del flaco Espinoza. Su aparición en el campo, con su redecilla en la cabeza y un ancho vendaje en el muslo, despertó aplausos atronadores y un alentador “¡Atiguibas!”. Y entonces se produjo el milagro. Lolo Fernández marcó cinco goles, pero cada uno de ellos fue una obra de arte, un modelo de fuerza, técnica, coraje y oportunismo”.

Las fotos que observo con gran emoción y que ahora les presentamos en exclusiva fueron tomadas por el fotógrafo y poeta chalaco Carlos Alegre y pertenecen a una serie de más de 50. No se sabe cómo terminaron junto a un montón de papeles inservibles que estaban a punto de tirarse a la basura. Hubiera sido un lamentable final para unas imágenes que nos muestran el lado más íntimo del ‘Flaco’, ese que solo conocieron sus amigos cercanos y su familia, pues pocos nos imaginamos a un Ribeyro bailando al ritmo de Óscar D’León o de Juan Luis Guerra, o afinando la voz en un karaoke, o dominando un balón como todo un ‘crack’. Y así lo explica el periodista Daniel Titinger, autor del libro ‘Un hombre flaco’: “Si tú lees a Ribeyro, si conoces la imagen pública de Ribeyro, tienes esa imagen de tipo con tendencia a la melancolía. Pero, según fui conversando con gente, fui descubriendo que no era así, que Ribeyro no era ese tipo triste que todos tenemos en la cabeza”.

No puedo terminar esta columna, sino con un fragmento entrañable que nos dejó Julio Ramón y que estoy seguro muchísimos jovencitos sabrán guardar en su memoria, así como yo hice: “Ser el eterno forastero, el eterno aprendiz, el eterno postulante: he allí una forma para ser feliz”. Y él lo fue. Apago el televisor.

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