Este Búho asiste contento al anuncio de la publicación de la cuarta edición del libro ‘Ribeyro, la palabra inmortal’, del periodista y literato Jorge Coaguila. El libro, un clásico para todo aquel que quiera conocer a fondo a , constaba en anteriores versiones de las seis extensas entrevistas que, en los últimos tres años de su vida, le hiciera el periodista a uno de los escritores más difíciles y escurridizos de abordar para la prensa nacional y cultural del país.

En la flamante cuarta nueva edición (Revuelta Editores) se incluyen además una entrevista a Alfredo Bryce Echenique, su gran amigo, quien habla sobre su obra, y también estudios del propio Coaguila sobre los cuentos más representativos de Julio Ramón. Un bufé exquisito para todos sus seguidores. Imagínense qué tan esquivo era con la prensa, que no permitió que ningún periodista, ni de diarios ni televisión, se le acerque en aquel año 1982 cuando llegó como toda una celebridad a Lima, a raíz de una campaña de ‘Telelibros Pantel’ que lanzara a nivel popular con spots en la tele su clásico ‘La palabra del mudo’, y solo accedió a que lo entrevistara el inmenso poeta Juan Gonzalo Rose, para ‘Caretas’, porque era su amigo. Esa tarde le confesó a Juan Gonzalo: ‘No hablo porque un escritor solo debe hablar si tiene algo nuevo que decir. Por favor, publica la nota cuando ya me haya ido del país, pues me daría vergüenza si me cruzo en la calle con los periodistas a los que rechacé una entrevista’. ¿Por qué entonces aquel año 1991, el autor de ‘Solo para fumadores’ iba a dejarse entrevistar por un estudiante sanmarquino del Callao, como Jorge Coaguila?

Cuenta Coaguila que gracias a sus amigos de Letras de San Marcos conoció al autor de ‘Los geniecillos dominicales’. Uno de ellos era el indescriptible poeta Leo Zelada, líder del grupo ‘Neón’. ‘No sé cómo Zelada había conseguido la dirección del maestro’. El grupo de cinco sanmarquinos, un poco aterrorizados, llegaron a tocar el timbre del intercomunicador.

Contestó el escritor: ‘Señor Ribeyro, ¿cómo le va? Somos estudiantes de San Marcos, quisiéramos tener el placer de charlar unos minutos con usted. Sabemos que no le gustan las preguntas, pero somos estudiosos de su obra’. ‘Miren, en estos momentos estoy muy ocupado, vuelvan dentro de una hora y puede ser que los atienda’, respondió. Los muchachos hicieron guardia en el parque. (‘¡No vaya a ser que se nos escape!’, recuerda Jorge). Ese primer encuentro marcaría a Coaguila. Como confesos fanáticos de Ribeyro, los estudiantes lo ‘bombardearon’ con preguntas que extendieron el diálogo a dos horas. El editor de Coaguila, Alonso Rabí, no creía en la entrevista, pues no había llevado cámara. El muchacho llamó a Ribeyro y pidió una segunda visita para unas fotos y este accedió de mala gana.

Regresó con una fotógrafa, la guapa charapa Lily Saldaña, quien fue una visión que relajó al escritor y Coaguila aprovechó para hacerle nuevas preguntas. Al despedirse, Julio Ramón hizo su clásica advertencia: ‘Publica la entrevista cuando me vaya a Europa’. ‘El editor publicó mi entrevista a cuatro páginas en una edición especial con portada incluida’, evoca el periodista. ¡Había hablado el mudo!

Al año siguiente, en 1992, se presenta en Lima el cuarto volumen de ‘La palabra del mudo’. Coaguila estaba en primera fila y conoció al hermano de Julio Ramón. ‘Todos los domingos en la mañana -rememora- visitaba su casa en la quinta Leuro, en Miraflores. No hay ningún otro conocedor de la obra de Julio Ramón como su hermano. Me mostró cartas personales, recortes periodísticos desde que Julio Ramón comenzaba a escribir, hasta artículos que escribió cuando ejerció el periodismo. Él me iluminaba en mi conocimiento de la obra ribeyriana’. Pero ni el hermano ni el periodista sabían que el escritor moría de cáncer aceleradamente, pues nunca dejó de fumar pese a advertencias medicas.

‘Le hice en esos tres años seis entrevistas, pero lo visité muchas veces más, ya sin grabadora para no intimidarlo, y así pudiera hablar con mayor franqueza’. Fuera de su selecto grupo de fieles amigos con los que se iba a montar bicicleta o navegar por el mar en esos últimos días de su vida, los narradores Guillermo ‘Willy’ Niño de Guzmán, Fernando Ampuero, el entrañable poeta Antonio ‘Toño’ Cisneros y Alonso Cueto, estaba el biógrafo Jorge Coaguila. El mismo Ribeyro, tan poco afecto para reconocer trabajos sobre su obra, afirmó que Coaguila ‘es mi mayor crítico y mi biógrafo’. Jorge me alcanza el libro ‘Dichos de Luder’, la otra cara de la moneda de la laureada ‘Prosas apátridas’ y tomo nota de un dicho interesantísimo: ‘Le preguntan por qué se emborracha esporádicamente en tabernas mal afamadas’. ‘Por precaución’, dice Luder. ‘Sucede que a veces me despierto con la vaga satisfacción de estar llegando a ser una persona respetable’. Un libro imprescindible para conocer aspectos totalmente desconocidos de uno de los mejores cuentistas de habla hispana y que todavía no tiene, lamentablemente, el reconocimiento que se merece. Apago el televisor.

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