Este Búho, ante la, como lo fue (1926-2019), se encuentra en una encrucijada: ¿A quién de los César Lévano debo homenajear? 

Porque no hay uno sino varios como dedos de la mano. El político, sindicalista, heredero de su padre Delfín Lévano, líder precursor del anarco sindicalismo, el intelectual estudioso de José María Arguedas, el notable periodista y editor, el docente universitario o el poeta. Pero me quedo con una que estuvo siempre ligada a las facetas anteriores. 

Lévano fue, en todo lo que hizo, un maestro, y de esto pueden dar fe quienes alguna vez trabajaron a su lado o fueron sus privilegiados alumnos. Basta con el testimonio del periodista César Hildebrandt, a quien recibiera cuando este llegó a las oficinas de la revista ‘Caretas’ con 23 años de ilusiones y temores, para darnos cuenta de su calidad como periodista y, sobre todo, como persona. 

El implacable entrevistador rememora: ‘Temí acudir solo a la entrevista donde Haya (de la Torre). Las cosas se arreglaron cuando César Lévano, una de las personas que más respeto me merece en este país, aceptó concurrir. Fue la primera y la única vez que hice una entrevista alimón’. 

Según Hildebrandt, ante una pregunta siempre incómoda, sobre el pacto entre el Apra y la Unión Nacional Odriista, cuyo líder Manuel A. Odría persiguió y encarceló a los apristas, Víctor Raúl molesto, se puso bravucón, golpeó la mesa del escritorio y le vociferó al joven periodista: ‘¡Así no podemos seguir hablando!’. Hildebrandt agrega: ‘Miré a Lévano confundido y este lanzó el salvavidas: una pregunta premeditadamente amable sobre la relación entre apristas y anarquistas’. 

Esas cosas tenía Lévano, ese particular don para atraer la admiración de la juventud, pero sin la clásica actitud del vanidoso, que ve en la atracción que ejerce en los jóvenes oportunidades para servirse de ellos, en algunos casos extremos, hasta en las más viles
de las formas. Así lo veían sus alumnos de Comunicación Social de San Marcos, donde dictaba aquel clásico y recordado curso: ‘Historia del periodismo’. Por ese tiempo, increíblemente casi
ningún docente de esa escuela trabajaba en algún diario, radio o medio audiovisual. En esas clases siempre volvía a las fuentes del periodismo culto, que rozaba con el arte, sea narrativa, poesía o ensayos sociales: la revista ‘Amauta’, que fundara José Carlos Mariátegui. 

Una de las cosas que más admiraba de él era el verlo subir con mucha dificultad los cuatro pisos para llegar a dar sus clases. Esa cojera era producto de un trágico atropello cuando tenía doce años cuando vendía periódicos como canillita. Le resultaba tremendamente tortuoso subir los interminables peldaños solo apoyado con su bastón. Ningún alumno osaba acercarse y ayudarlo a subir, por respeto. Cumplió ¡¡71 años de ejercicio periodístico!!, solo con obligadas interrupciones por encarcelamientos en épocas de dictaduras o por huelgas de hambre, como aquella histórica en ‘La Casona’ de San Marcos exigiendo la libertad de expresión, en pleno gobierno militar de Morales Bermúdez, en 1979. Fue un hombre instruido, que vivió en Europa, hablaba varios idiomas, además de ser un lector voraz. 

Este columnista lo vio, por última vez, en la puerta del Teatro Nacional, hace dos años o un poco más, la noche del concierto de Pablo Milanés. Me conmovió verlo en silla de ruedas, delgadísimo, tan distinto al hombre recio en bastón que desafiaba los cuatro pisos para llegar a enseñar en San Marcos. Pero, aun así, su cuerpo, heredero de recio linaje obrero, le permitió dirigir un último periódico, de donde solo la muerte pudo jubilarlo de su cargo de emblemático director a sus 92 años. Se nos fue, más que un símbolo del periodismo, un verdadero maestro en todas sus letras, que ninguna natural discrepancia a alguna de sus posiciones podrá menoscabar. Apago el televisor.

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