Este asiste al actual conflicto de la comunidad campesina de Fuerabamba en Las Bambas, enfrentada a una gran minera transnacional china. Uno podría creer que el tiempo se ha detenido en los Andes del sur del Perú, y que estamos viviendo lo mismo que se vivió en la sierra central, a inicios de los sesentas del siglo pasado, entre los comuneros de Cerro de Pasco en su desigual lucha contra la minera norteamericana Cerro de Pasco Mining Corporation.

Sangrientos y desiguales choques que fueron narrados de manera magistral por Manuel Scorza (Lima 1928-Madrid 1983) en cinco novelas a las que denominó ‘La guerra silenciosa’. Esos relatos épicos empezaron con la extraordinaria novela ‘Redoble por Rancas’ (1970) y continuó con ‘Historia de Garabombo, el invisible’ (1972), ‘El jinete insomne’ (1977), ‘Cantar de Agapito Robles’ (1977) y ‘La tumba del relámpago’ (1979).

Pero no sería célebre hasta ‘Redoble por Rancas’, aunque tuvo mala suerte. Un año antes, Mario Vargas Llosa había escrito su monumental ‘Conversación en la catedral’ y el concepto de novela total, encarnada dentro de las entrañas del Estado, con trama ubicada fundamentalmente en la capital, el centro de poder, los medios, los periodistas, los políticos, empresarios lobistas, parecía indicar el derrotero final de la novela peruana, dejando descolocada a una novela como la de Scorza, que inmortalizaba una gesta campesina, la de un pueblo, Yanahuanca y la comunidad de Rancas, contra el temible juez Francisco Montenegro y su implacable esposa, doña Pepita. Pero la novela no era una simple denuncia, era un relato que resumía poesía, una técnica literaria depurada, parodia, humor, magia, pero no del tono caribeño del ‘realismo mágico’, ‘garciamarquiano’, sino desde el punto de vista de los mitos andinos.

El inicio es alucinante. El todopoderoso juez Montenegro, durante sus paseos al atardecer, pierde, en un descuido, una brillante moneda de un sol. Con ella se puede comprar una bolsa de melocotones. Se va distraído, pero nadie en el pueblo osa tocar aquella moneda por miedo a sus despiadados castigos. Solo la pluma de Scorza puede definir esa escena. ‘El alcalde de Yahanuara, los comerciantes y la chiquillería se aproximaron… La moneda ardía.

El Alcalde, oscurecido por una severidad que no pertenecía al anochecer, clavó los ojos en la moneda y levantó el índice: ‘¡Que nadie la toque! (…) Al día siguiente, temprano, los comerciantes de la plaza la desgastaron con temerosas miradas. ‘¡Es el sol del doctor!’, se conmovían. Gravemente instruidos por el Director de la Escuela -’No vaya a ser que una imprudencia suya conduzca a vuestros padres a la cárcel’- (…) Hacia las cuatro, un rapaz de ocho años se atrevió a arañarla con un palito: en esa frontera se detuvo el coraje de la provincia. Nadie volvió a tocarla durante los doce meses siguientes’. Solo al cabo de un año, el mismísimo juez recorrió sus pasos y vio la moneda en el suelo, y se maravilló de su buena suerte.

El ‘Nictálope’ (Héctor Chacón) era el héroe de aquella lucha épica, para defender los derechos de su comunidad, porque el cerco misterioso, goloso, de la minera extranjera, sin permiso, se tragaba sus tierras, con sus corderos, sus pastos, sus llamas y alpacas. Y cuando llegaban donde el juez, este los botaba y a los que reclamaban los sepultaba en el calabozo policial. El ‘Nictálope’ decide acabar con la vida del magistrado abusivo, pero fue traicionado por una mujer. Unos dicen que fue Ignacia, otros su hija Juana, se lee, y el juez enardecido por el atrevimiento lo condenó a cadena perpetua, depositándolo de por vida en la desaparecida colonia penal ‘El Sepa’, en la selva. Y se hubiera podrido con sus huesos en ese tenebroso penal, si no fuera porque al salir la novela, editada por la editorial Planeta en América y Europa, el mismísimo presidente Juan Velasco Alvarado decretó una amnistía para el ‘Nictálope’.

Y fue Scorza con el fotógrafo Carlos ‘Chino’ Domínguez quienes viajaron a ‘El Sepa’ para sacar de la cárcel a su héroe, y este reencuentro fue noticia mundial. La escena parecía irreal, es que con Scorza la realidad podía ser más alucinante que la ficción. Pero el novelista y sus personajes no dejaron de ser noticia, ni con la trágica muerte del escritor en un vuelo de la línea aérea Avianca, en 1983, en el aeropuerto de Barajas, Madrid.

Otra protagonista de ‘Redoble por Rancas’, la implacable esposa del juez Montenegro, la cruel doña Pepita, quien vivía muy tranquila en su inmenso fundo en Cerro de Pasco, fue ‘visitada’ a mediados de 1985 por una columna de terroristas de Sendero Luminoso. La buscaban a ella y su marido. El juez ya había fallecido años antes. Le hicieron un ‘juicio popular’ y la asesinaron. Ya no hay comuneros como los personajes de Scorza. Héctor Chacón, el ‘Nictálope’, ‘Fortunato’ o Agapito Robles. Ni asesores ni abogados de la comunidad tan honestos y desprendidos como el recordado Genaro Ledezma Izquieta. Hoy algunos asesores y abogados extorsionan a las mineras para hacerse millonarios.

Apago el televisor.

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