El Búho analiza el libro 'Mis monstruos favoritos', último libro del crítico de televisión Fernando Vivas.
Fernando Vivas

A este Búho, ni bien abrió el libro ‘Mis monstruos favoritos’ de Fernando Vivas Sabroso (Editorial Aguilar, 2018), le fue muy difícil soltarlo. Sigo a Fernando desde hace años, desde su condición de crítico de televisión en la revista Caretas y posteriormente en El Comercio. Entonces, no debería sorprenderme que el libro sea muy recomendable. Lo que pasa es que a Vivas, como él mismo lo reconoce, le aterraba participar dando opiniones especializadas en vivo, ‘en talk shows con panelistas bochincheros’, y por eso se forjó una imagen de opinólogo desde su oficina. Allí, con voz intencionalmente modulada, el periodista destila mesura, diplomacia, ecuanimidad químicamente pura, suero en vez de sangre, al hablar sobre temas que ‘queman’ y ‘sacan roncha’ en el mundillo del espectáculo y la farándula. Eso sí, sin dar concesiones.

Así conocíamos a este sociólogo de la Universidad Católica, que aterrizó en el periodismo y quien escribiera un libro considerado como una ‘Biblia’: ‘En vivo y en directo: una historia de la televisión peruana’. Pero este trabajo es diferente. En ‘Mis monstruos favoritos’, el autor literalmente se mete en las fauces y entrañas de tres ‘personajes’ públicos, dos de la televisión y uno de la política, a los que conoce muy, pero muy bien: Magaly Medina y Laura Bozzo, en algún momento, reinas de la pantalla; pero como todos los monstruos, también odiadas, repudiadas, temidas y hasta admiradas. Y un político hoy prófugo que llegó a la presidencia: Alejandro Toledo, el ‘Cholo de Cabana’. Pero definitivamente, el plato jugoso está en las dos primeras, sobre todo en Magaly, de quien confiesa, fue su amigo íntimo muchos años atrás, antes de que se convirtiera en ‘un dragón que escupe fuego’.

Este ‘monstruo’ saldría de un huevo gigante y sería protegido por una ‘khaleesi’ como en la serie de HBO ‘Juego de Tronos’, aunque en su caso, según relata el escritor, su protector fue su antiguo esposo, el periodista César Lengua, quien le consiguió trabajo como ‘crítica culturosa de televisión’ en la revista Oiga. Vivas, en este libro, se suelta todo, es un ‘deschave’ estilístico y literario que, ojo, sorprende gratamente. Algunos han calificado esta prosa como ‘gótica’, será por las reminiscencias a dragones, pero yo lo veo más como un diario personal escondido. El intelectual se ‘achora’ y le grita en los textos, que son como un diario íntimo: ‘¡Urraca, tengo que castigarme por haberte subestimado tanto. (...) Lo digo con una mezcla de sentimientos de nostalgia, de rechazo a tus excesos y también, lo confieso de una vez, para que no puedas ‘ampayármelo’: yo también te odio y te admiro’. Fue Vivas quien la bautizó como ‘Urraca’ y vivieron una historia de amor y odio.

En el libro, pese a que se cuida de no invadir ‘los derechos’ de los monstruos, evoca las noches en que con Lengua, el exesposo de Magaly, se fumaban sus ‘tronchitos’ y la ‘Urraca’ se reía como sonsa y nunca aportaba ideas chistosas cuando el hilarante Lengua y Fernando empezaban la ‘joda’ en pleno vacilón. Pero antes que amigo, Fernando es periodista y reveló un secreto que Magaly, ahora que posa de millonaria y que su marido le regaló un diamante gigante, nunca hubiera querido que se sepa: Ella no es en realidad de Huacho. Si bien nació en el hospital de Huacho, inmediatamente la llevaron a vivir a una casa de un pueblito que no figura en los mapas. Allí vivió -según Fernando- hasta los tres años, junto a su padre policía y su madre. Lean ustedes mismos el libro, que dice otra cosa sobre cómo empezó la vida de Magaly: ‘En realidad (empezó) en Vilcahuara, a media hora de Huacho. Una trocha en la carretera de Huaura a Sayán lleva a tres minutos al centro poblado por comuneros, poco menos que una capital de distrito, con unos pocos cientos de habitantes dedicados a cultivar maíz y frutales. (...) Vivió sus primeros años en Vilcahuara, calle Obrero sin número, pues el poblado es muy pequeño para clasificaciones. Su pequeña casita, a la vera de un pequeño canal, más bien acequia, tiene unos setenta metros cuadrados’. Ahora está en otro ‘level’. Apago el televisor.

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