Este Búho, tras la resaca de unas elecciones ajustadas, camina la calle para sentir el pulso ciudadano. Conversar con las amas de casa, con taxistas, con comerciantes de los centros de abasto es un buen termómetro para entender nuestra sociedad. Creo que, sobre todo, con los ambulantes. La calle está dura.

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Esos compatriotas que recorren las calles sin descanso para ganarse el pan honestamente y que sin motivos reciben maltratos, injurias y rechazo. Son señalados casi como delincuentes. Pero detrás de cada uno hay una historia de lucha, de sobrevivencia, de resistencia.

Ellos tienen una mirada más real de esta ciudad, de este país. El impacto de la crisis económica les afecta directamente porque viven del día a día. Y lo digo con conocimiento de causa, pues este columnista ha sido parte de ellos, me he mimetizado con ellos.

Fue en la cruda segunda ola, cuando en este diario decidimos realizar un reportaje al viejo estilo, al estilo gonzo. Nos propusimos acompañarlos en una de esas jornadas maratónicas que realizaban diariamente, desde las tres de la mañana hasta las siete de la noche.

Caminamos con ellos por , entonces el distrito a donde llegaban miles y miles de comerciantes informales para poder llevar el alimento a sus casas. Era un punto clave, pues ahí conseguían sus mercaderías al por mayor, en containers.

Conocimos a varios jovencitos que sufrieron la quiebra de los negocios donde laboraban. Algunos eran mozos o cocineros de restaurantes, otros profesionales técnicos como carpinteros, soldadores, panaderos. Algunos, pequeños empresarios.

MUNICIPALES GOLPEABAN A AMBULANTES

Los acompañamos desde la madrugada hasta el anochecer y conocimos sus historias: padres de familia, hijos que cuidaban de sus padres, jovencitos estudiantes. Todos, o la gran mayoría, se tuvieron que reinventar para sobreponerse al desempleo. Invirtieron sus ahorros para comprar productos al por mayor y venderlos en las calles. Fuimos testigos de cómo los municipales los correteaban, los golpeaban y hasta les robaban.

No les importaba si eran ancianos o si lo que ‘decomisaban’ era lo único que sostenía económicamente a esa gente. O cuando los mismos vecinos les tiraban orines desde sus techos para que desalojen su vereda. O cuando algunos colegas los juzgaban sin misericordia y cuestionaban que por su culpa el maldito virus se esparcía más rápido.

Caminamos con ellos para conocer y entender su realidad. Una realidad que no ha cambiado en dos años, pues la informalidad y el desempleo siguen con sus cifras en rojo. No existe una política concreta para reinsertar a los miles y miles de ambulantes al negocio o al empleo formal.

A esos peruanos la crisis económica les afecta de manera catastrófica, ya que cada centavo que ganan son horas o días de trabajo. Ayer volví a caminar por esa misma avenida en donde hice amigos con vendedores de pijamas, de polos, de chompitas, de huevitos de codorniz.

Muchos ya no están, pero el ambiente, el desorden, la bulla, continúa. 28 de Julio con Abancay sigue siendo ese epicentro del negocio informal, es una cara de la capital que muchos no quieren ver.

“Ya vamos tres años en esta situación y cada día se pone peor, cada día el dinero alcanza para nada. No sabemos si con este nuevo alcalde habrá algún cambio. Nosotros ya no confiamos en los políticos. Todos nos han traicionado”, me dijo un muchacho que ya ha postergado más de dos años sus estudios de contabilidad para sostener su hogar, y hoy se dedica a la comercialización de ropa interior para hombres.

Este país, como esta ciudad, tiene tantos problemas urgentes que podría ser injusto poner uno por encima del otro. Desde el desempleo, la informalidad, hasta la inseguridad. La real preocupación es que ningún gobernante hace algo concreto para erradicar estos escollos.

El chotano vive de espaldas a la realidad y su frase ‘no más pobres en un país rico’ solo aplicaba para su entorno íntimo. ¿Estará Porky a la altura del desafío? Solo el tiempo lo dirá. Mientras tanto, los más perjudicados con la crisis son los que menos tienen, los que salen día a día a buscar el pan para su mesa. Apago el televisor.

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