Este Búho tuvo unos breves días de descanso en Paracas. Luego de una agitada temporada electoral, creí necesario refugiarme frente al mar. Instalado en mi hotel, me llamaron la atención varias fotos que adornaban las paredes del hall. Mi sorpresa fue grande cuando observé en el cuadro a mi maestro sanmarquino, el periodista Manuel Jesús Orbegozo, entrevistando al inmenso escritor norteamericano .

Ese retrato es familiar entre los lectores peruanos que seguimos al autor de ‘El viejo y el mar’, quien llegó a la bahía de Talara a inicios de 1956. He escrito ríos de tinta sobre Hemingway, el gringo más borracho, rudo, salvaje y mujeriego. Fue el protagonista de una vida que conoció todos los excesos y todos los abismos, que saboreó –o bebió- las más increíbles aventuras, hazañas y reconocimientos.

Forjó su camino a contracorriente de lo que esperaba su familia, conservadora y anticuada, que siempre renegó de su literatura y de su estilo de vida. Aprendió a leer a los cinco años con la Biblia, ‘sobre todo el Antiguo Testamento’. Conoció y amó la pesca y la caza gracias a su padre, a quien una enfermedad incurable y la depresión lo llevaron al suicidio.

Acarició y disparó una escopeta a los 10 años. Diestro en los deportes: practicó natación, rugby, atletismo, waterpolo, pero lo sedujo el boxeo, actividad que un día le generó una lesión en el ojo izquierdo. Probó su primer trago a los 15, tal vez cuando iniciaba sus prácticas en el periódico Star de Kansas, en donde ensayó sus primeras técnicas para escribir.

A la mayoría de edad quiso enrolarse al ejército para participar de la Primera Guerra Mundial, pero su defecto ocular de sus épocas pugilísticas se lo impidió, no por mucho tiempo, pues logró integrarse a la Cruz Roja y así viajó en el buque ‘Chicago’ hasta Francia y luego a Italia, en donde inició esa huracanada vida de la que hasta hoy se sigue escribiendo.

En su primer día conoció los horrores de la guerra, cuando fue enviado con su ambulancia a recoger víctimas de una explosión: “Me acuerdo que después de haber buscado los cuerpos completos, se recogieron los pedazos”. Posteriormente estuvo asignado a una ‘cantina’ y se encargó de repartir en bicicleta chocolates, chicles, café y cigarrillos a los soldados.

Durante esa actividad fue gravemente herido con esquirlas en las piernas. Lo atendió la curvilínea enfermera Agnes Von Kurowsky, una hermosísima compatriota que inspiró al personaje de ‘Catherine’ en ‘Adiós a las campanas’ (1929). Cuando estuvieron a punto de casarse, Agnes lo ‘choteó’ y esa fue la primera y única vez que Hemingway perdió por ‘nocaut’.

Como corresponsal del diario Toronto Star, regresó a Europa en diciembre de 1921. Aunque esta actividad le servía para viajar con su primera esposa Hadley y su pequeño hijo por todo el Viejo Continente, no se sintió libre para ejercer su oficio de escritor. Entonces decidió renunciar. Establecidos en Francia, la familia Hemingway pasó por su peor etapa.

Cuentan sus biógrafos que la pobreza obligó al robusto escritor a cazar palomas en los jardines de Luxemburgo. Incluso él mismo confesó: “Aquel invierno acabamos un poco hartos de paloma, pero nos sacaron de más de un apuro”. Poco a poco su situación económica se estabilizó. Entabló amistad con Francis Scott Fitzgerald y John Dos Passos, integrantes también de la mítica ‘Generación perdida’.

Por aquellos años viajó a España para la fiesta de San Fermín. La aventura le sirvió como semilla de su libro ‘Fiesta’, que finalmente lo consagró como escritor y aumentó su popularidad de forma considerable. Su agitada vida lo llevó a participar en la Guerra Civil Española, que lo inspiró a escribir el monumental ‘Por quién doblan las campanas’.

También cubrió como periodista el desembarco de los países aliados en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial. Realizó actividades de caza de leones, búfalos, rinocerontes en África y fue dado por muerto en dos ocasiones, una de ellas luego de que se estrellara la avioneta en la que viajaba.

Su afición por el trago ya era conocida y se le admiraba el talento de beber sin embriagarse, por eso renegaba con su ‘compadre’ Fitzgerald, quien era ‘cabeza de pollo’ y caía a la primera copa de whisky. Sobre sus hazañas cuentan que alguna vez se tomó quince copas de daiquiris sin levantarse de su asiento.

Fue un viajero incansable y recorrió desde África hasta Asia. Fue un mujeriego incorregible y amante de las ‘chicas malas’. Cuando la crítica lo consideraba acabado, publicó ‘El viejo y el mar’, el último empujón que lo llevó a ganar el Premio Nobel de Literatura. Como buen aventurero, también visitó la costa peruana, como mencioné al inicio de esta columna.

En 1956 llegó directo de Estados Unidos a alborotar Talara, Piura, acompañado de su cuarta esposa, la bella y sufrida Mary Welsh. Arribó al norte del Perú solo por un motivo: cuatro años antes, en esas tibias aguas norteñas, se había pescado el primer merlín negro del mundo, de mil libras (unos 450 kilos).

El novelista quería pescar otro merlín para utilizarlo en la película que estaban rodando basada en su novela ‘El viejo y el mar’ (1956). Demostró paciencia y tras varios días en el océano no solo pescaron un merlín, sino cuatro.

Dicen que esa noche las provisiones de pisco del mítico ‘Fishing Club’ de Cabo Blanco se agotaron por la insaciable sed del novelista. En 1961, a los 62 años, víctima de trastornos mentales y la depresión, el gran Hemingway se disparó en la boca los dos cañones de una carabina, apagando así una vida desenfrenada, a la que no le negó ningún placer ni le midió ningún riesgo. Apago el televisor.

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