Este ha viajado infinitas veces a la ciudad de Trujillo, por trabajo o placer. Siempre me alojo en un hotel frente a la playa de Huanchaco, pero en mi último viaje, la recepcionista me alcanzó varios folletos de destinos turísticos. Pensé que los conocía todos, pero me quedé impresionado con la . No había visitado ese complejo. ‘No se preocupe, la empresa de turismo lo viene a recoger aquí en la puerta del hotel’. Salimos de Trujillo hacia el valle de Chicama con la compañía de las interminables plantaciones de caña de azúcar. 

Llegamos al imponente complejo arqueológico El Brujo y allí mismo está el espectacular museo de sitio, donde se encontraba la famosa ‘Señora de Cao’. El recorrido es impactante, pues atraviesa tres huacas: Pietra, Huaca Partida y Cao Viejo -en esta última se halló a la ‘Señora’- y allí se observan impresionantes muros, donde los artistas moche pintaban a color los sangrientos rituales de sacrificios humanos que realizaban en lo alto de las huacas. Como sabemos, la zona norte del país siempre afrontó el terrible fenómeno de El Niño y se tiene conocimiento de que las inundaciones, lluvias y huaycos liquidaron esta civilización. Por esta razón, hacían sacrificios humanos a los dioses, para que los protegieran de la devastadora naturaleza. 

Desde lo alto de las huacas se ve el aparentemente apacible mar norteño, ese mar que alguna vez alcanzó la ferocidad de un tsunami y azotó el centro ceremonial. Cuando se descubrió la momia en Magdalena de Cao, lo que más sorprendió a los científicos es que ¡tenía el cuerpo tatuado! Esa mujer enterrada allí hace mil setecientos años, con su pequeña estatura de un metro y cincuenta centímetros, no era una señora cualquiera, era una soberana. Fue enterrada con su ajuar de collares, joyas y unos enormes báculos, que significan que tenía poder. Tal vez eso fue lo más importante del descubrimiento de la ‘Señora de Cao’: se desterraba la idea de que en las sociedades peruanas, antes de los españoles, solo había una jerarquía patriarcal. Con este hallazgo se pudo conocer que la mujer ejerció el poder político y religioso. Debió ser impactante que una dama estuviera a la cabeza de una civilización como la Moche, para quienes era natural hacer sacrificios humanos.

Esa momia poseía un rostro, pero nadie sabía cómo era. Los científicos de la fundación Wiese, responsables de financiar la restauración de este impresionante complejo y el museo de sitio, desde hace años estuvieron dedicados a reconstruir el rostro de la soberana. A ese esfuerzo se sumaron empresas extranjeras especializadas en reconstrucción con sistemas 3D, que trabajaron también en rehacer rostros de momias tan célebres como la de Tutankamón. Para reconstruir la cara se usó la tecnología al proyectar luces sobre el cráneo de la momia, que se traducen en miles de puntos computarizados y, lo más importante, se realizó un estudio antropomórfico y comparativo con las mujeres que habitan en el poblado de Magdalena de Cao, herederas de la pujanza y temple de la ilustre soberana, la ‘Señora de Cao’

En el salón principal del Museo de la Nación se develó el manto y todos vimos impactados a ¡una soberana Moche! Primero observamos el rostro redondo, mestizo, con dos trenzas largas y una reluciente corona de oro. En él, se apreciaban unos ojos pequeños, algo achinados, y su mirada parecía decirnos que estaba obligada a mandar. Según los estudios, la ‘Señora de Cao’ falleció trágicamente a corta edad, veinticinco años, en un momento que debió ser sublime y se convirtió en trágico: dando a luz. Fue enterrada con todos los honores, con su corona de oro, instrumentos militares y, lo más resaltante, no se fue sola al más allá: Cerca de su cuerpo se encontró el de una joven sacrificada a cuchillo, presumiblemente su dama de compañía, y otros hombres más, también sacrificados, que seguro serían su guardia personal, para que la protejan en lo desconocido. 

Así enterraban a sus soberanos los moches. Otra de las cosas que permitió saber la exposición es que la ‘Señora de Cao’ fue momificada, algo que no hacían los moches. Pero su cuerpo fue untado con cinabrio, un mineral rojo que ayudó a la disecación y por eso asombró al mundo al exhibir tatuajes en forma de arañas y serpientes en sus antebrazos y pies. Si los antiguos moches quisieron perpetuar el cuerpo de su dama, la ciencia y la arqueología peruana, gracias a un filántropo como Guillermo Wiese y el arqueólogo Régulo Franco, su descubridor, la dotaron de un rostro. Ahora, en el Museo de la Nación, la poderosa soberana podrá ser admirada hasta el 16 de julio y seguramente después llegará al complejo El Brujo a tomar posesión de su hogar y su trono. Apago el televisor.

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