Este quedó impactado con las imágenes del terrible terremoto que el . Fue de magnitud 7.4 en la escala de Richter, en el mar frente a , la misma zona donde el 2011 pareció que ocurría el fin del mundo, pues un apocalíptico sismo de ¡9 grados!, seguido de un maremoto, acabaron con la vida de unas 24 mil personas y provocaron una terrible crisis nuclear. Por eso, el lunes las alarmas se encendieron y todos temían lo peor. Pero, felizmente, las olas que llegaron fueron de un metro de alto. En el violento maremoto de hace 5 años, ¡¡medían más de 40 metros!!

Un sismo de 7.4 grados es suficiente para destruir una ciudad y causar decenas, cientos o miles de muertos, más aún cuando su profundidad es de apenas 10 kilómetros.

Pero el de esta semana ¡no causó ningún muerto! y solo algunas rajaduras de edificios, pues los nipones se toman muy en serio la construcción de casas y edificios antisísmicos. Los videos del momento mismo del temblor sorprenden por el exagerado movimiento de la tierra. En las carreteras, los autos y camiones se movían como si bailaran. En los supermercados, pilas de comidas enlatadas, gaseosas y otros productos eran arrojados al piso como si un ser invisible los lanzara con rabia.

Me pregunto, ¿un terremoto así en Lima, cuántos muertos causaría, cuántas construcciones destruiría? He vivido muchos años en un edificio de cuatro pisos, en Mirones, donde sufrí los dos peores terremotos de los últimos tiempos. El primero, del año 1970, a las tres de la tarde. Ese día había visto la inauguración del Mundial de México, un aburridazo partido entre aztecas y rusos, que terminó sin goles.

Los edificios de Mirones eran antisísmicos y se movían como gelatinas. Mi padre ya nos había advertido: ‘Si están en la casa, nada de bajar corriendo por las escaleras. Pónganse debajo del dintel de la puerta, donde están las columnas’.

Muchas personas, presas del pánico por salir disparadas a las escaleras, se cayeron. Hubo cabezas rotas y fracturas. Pero el terremoto no pasaba. Las escaleras parecían que se iban a desprender. Mi madre, la abuela, las vecinas, todas imploraban el clásico ‘¡Aplaca tu ira, Señor!’. Cuando pasó el sismo, bajamos al parque. Las lunas del primer piso de todas las casas se habían hecho trizas. Parecía que el edificio se había achatado.

Regresamos a la casa y todos nos echamos en la cama de mis padres a ver la televisión. Allí me enteré que un pueblo, llamado Yungay, había desaparecido. Tenía 6 años, no entendía las palabras de Humberto Martínez Morosini: Aluvión, Ranrahírca, Yungay. Pero en la noche me aterroricé cuando escuché que había miles de muertos.

El otro terremoto que también me agarró en Mirones fue el del sábado 3 de octubre de 1974. A eso de las 9 de la mañana, estaba tomando solo mi desayuno. Cuando empezó. Mi taza se iba de un lado a otro, como si alguien la jalara. La refrigeradora se venía abajo. Cuando fui a la puerta, el edificio de enfrente se movía de forma alucinante, como gelatina sobre un plato.

Fue cuando vi a nuestra vecina, la señora Emperatriz, salir de su departamento ¡completamente desnuda! porque se había estado bañando. Atrás la seguía su hija Claudia con una toalla.


Fue el último gran terremoto en la capital. Varios años después, el 15 de agosto del 2007, el terremoto de Pisco fue tan fuerte que se sintió en Lima como si el epicentro fuera acá mismo. Ya era periodista y me tocó vivirlo en el séptimo piso de un edificio antiguo. Fue horrible y, para colmo, nos quedamos atrapados en la salida de emergencia.

Hubo unos seiscientos muertos y cientos de miles de damnificados en el sur que, hasta ahora, no pueden recuperarse de esa catástrofe. En las últimas semanas se están produciendo terremotos violentos en varias partes del mundo, como en Italia, Argentina, Nueva Zelanda, Japón, además de otros sismos un poco menos violentos, pero también peligrosos como en Chile o nuestro mismo país.

El Perú está asentado sobre el ‘anillo de fuego’, igual que Japón, así que estamos obligados a prepararnos, porque el riesgo de que ocurra un terremotazo es real. De todas maneras sucederá, solo que no sabemos cuándo. ¡Que no nos agarre desprevenidos! Apago el televisor.

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