Este Búho está convencido de que hay autores cuya leyenda nunca morirá. Uno de ellos es el genial . El periódico The Wall Street Journal publicó este mes un artículo donde asegura que la versión de Truman sobre la masacre en Kansas, plasmada en su monumental libro ‘A sangre fría’ (1966), no sería la única. Revela que uno de los asesinos, Dick Hickock, también escribió una versión sobre los crímenes que cometió con su amigo Perry Smith, pero que no salió a la luz por algunas ‘maniobras’ de Capote. Eso, definitivamente, nunca desmerecerá el trabajo que realizó para inaugurar el llamado género de ‘No ficción’, con el que elevó la literatura periodística a niveles de obra maestra. Lo primero que tuvo Truman fue una gran intuición. Estaba desayunando mientras leía el New York Times cuando vio una noticia pequeña en páginas interiores. Una familia de granjeros, los Clutter (padre, madre y sus dos hijos adolescentes, Nancy y Kenyon), fueron brutalmente asesinados con disparos de escopeta. ¿Quién o quiénes podían ser capaces de cometer tan bárbaro crimen en un pueblito llamado Holcomb, donde los pacíficos habitantes son prósperos granjeros, se conocen de siempre y asisten todos los domingos a misa? El escritor olfateó que ahí había una historia. Y no se equivocó. Truman sabía que su carácter, sus modos afeminados y su manera de hablar, tan aguda y disforzada, iban a ser un escollo en un pueblo de gente educada aunque recia, que sabían más de tractores y vacas que de libros y poesía. Convenció al editor de la revista The New Yorker para que lo mandara a Kansas a realizar un reportaje. Nunca imaginó que demoraría ¡¡seis años!! y no publicó un artículo, sino toda una novela. Truman tuvo suerte. En menos de un mes, la policía capturó a los dos asesinos de la familia Clutter. Eran dos tipos con antecedentes delictivos desde temprana edad: Dick Hickock y Perry Smith. El primero, de raza blanca, era el cerebro que planeó lo que debía ser un robo y se convirtió en una carnicería por el irrisorio botín de ¡¡40 dólares!!; el otro tenía sangre india por su madre y ascendencia blanca por su padre. Desde que los vio, Truman sintió una irresistible atracción por los asesinos. Trazó su estrategia: decidió establecer contacto con los presos. El escritor se valió de todo su carisma, sus amistades políticas en Washington y sus buenos fajos de dólares que le giraba el director de la revista, para ingresar a prisión diariamente. Era bien sabido que al escritor le gustaba ‘bucear’ por zonas maleadas del Bronx buscando ‘encuentros’ con recios amantes negros y puertorriqueños.

Gerald Clarke, el autor de su mejor biografía, sostiene que Truman se enamoró de Perry y viceversa. En esos momentos se reunía por horas y por separado. Se inclinó por Perry porque ‘tanto él como yo tuvimos una madre alcohólica, un padre ausente y nos agredieron en el colegio’, sostuvo el novelista. A Perry le hacían bullying por ser medio indio y se orinaba en la cama. A Truman por ser demasiado ‘delicado’ en una escuela pública del lado salvaje de Nueva Orleans. Truman ‘exprimió al máximo’ a los asesinos. Incluso viajaba a visitar a los familiares de ambos, sobre todo a la hermana de Perry, a quien le sacaba información, cartas y fotografías. Nunca tomaba anotaciones, todo lo apuntaba en su cerebro, que era como una grabadora. Les consiguió abogados, prometiéndoles que no los iban a condenar a muerte. Por eso ellos confesaron su crimen. Pero el jurado rápidamente los condenó a la horca. A esas alturas, ya Truman tenía todo su material y decidió que era hora de ponerse a escribir. Viajó a España, a Marbella, con su amante oficial, el también escritor Jack Dunphy. Ahí Truman, según su pareja, empezó a sufrir ataques de ansiedad y depresión. Ya casi había terminado la novela, pero no podía acabarla ¡porque necesitaba que los ahorquen para escribir el capítulo final! Cuando regresó a Estados Unidos, se dignó a visitar a Perry. Estaba resentido porque Truman había leído en público el primer capítulo de su próxima novela, llamada ‘A sangre fría’ porque los había dejado como unos malditos asesinos a sangre fría. Era la verdad, pero no era lo que les decía cuando iba a sacarles información, pues les prometía que no los iban a colgar. Cuando se enteró de que habían rechazado el último pedido de apelación, tomó la noticia con excitación. Les juró ir a la ejecución. Tuvo los pantalones para ver cómo colgaban a su querido Perry. Capote lloró como un niño y voló a terminar el último capítulo. ‘Los conocía tan bien como me conozco yo mismo’, solía decir. Cuando le preguntaron si le había resultado excitante entablar amistad con unos psicópatas asesinos de una familia, respondió: ‘¿Excitante? Necesité cinco años de psicoanálisis para sacarme toda la mierda que me tiraron encima’. Ese libro fue su antídoto y veneno. ‘Escribir el libro no me resultó tan difícil como convivir con él’. Apago el televisor.

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