Este Búho, cuando supo que el escritor norteamericano había influenciado tremendamente en la obra de gigantes de la literatura latinoamericana, como Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo y hasta Jorge Luis Borges, le pidió durante sus épocas universitarias a su amiga estudiante de Literatura en San Marcos y novia del escritor Gregorio Martínez, Emperatriz, quien vendía libros, que le consiga un ejemplar de Faulkner.

Por los años 80, en los quioscos de la universidad no te vendían literatura de escritores estadounidenses. Los ‘ultras’ del FER antifascista tenían amenazados a los libreros. La última recomendación que me hizo mi guapa vendedora fue: ‘Fórralo con papel blanco, por los sapos’. Justamente, ‘El ruido y la furia’ del norteamericano nacido en New Albany, Misisipi, un típico pueblo sureño, estaba bien forrado con papel blanco, para evitar a los soplones de los ultra.

Pero la historia de cómo el escritor llegó a ser un consagrado novelista que obtendría el Premio Nobel en 1949, es poco conocida. Un escritor puede nacer, pero también ‘hacerse’ y descubrir su vocación tarde, como Faulkner. Mario Vargas Llosa escribía de adolescente cartas y novelitas para sobrevivir en el colegio militar Leoncio Prado. Truman Capote confesó que escribía desde los nueve años y a los veintiuno publicó ‘Otras voces, otros ámbitos’ y se convirtió en una joven promesa de la literatura. El gran Faulkner, no. A los dieciocho años solo pensaba en ir a luchar a la Primera Guerra Mundial, pero el ejército lo rechazó por su poca estatura. Obstinado, viajó a Canadá y se enlistó en la Fuerza Aérea de ese país. Después ingresó a estudiar a la universidad un año, pero la dejó. Trabajó de carpintero, pintor de fachadas y administrador de la oficina de correos de la universidad, pero lo despidieron al descubrirlo leyendo en horas laborales.

Sin nada que hacer, daba paseos por la ciudad de Nueva Orleans con un amigo suyo, un famoso escritor del momento: Sherwood Anderson. Faulkner sabía que Anderson se encerraba todas las mañanas a escribir y le parecía agradable ese estilo de vida, por lo que decidió imitar a su amigo. Así comenzó su primer libro y, según reveló, la escritura ‘le pareció un ejercicio divertido’. El joven terminó la novela que sería su primera obra publicada en 1926, ‘La paga de los soldados’. Su amigo Anderson lo dejó de ver tres semanas y cuando lo visitó, William le confesó que había escrito un libro. Este solo respondió ‘¡Dios mío!’ y se fue. Pero la esposa de Anderson se acercó al joven escritor y le transmitió un mensaje de él: ‘Anderson dice que no tiene que leer su manuscrito, pero que de todas maneras le dirá a su editor que lo publique’. Sherwood Anderson publicó su más aclamada novela en 1919, titulada ‘Winesburg, Ohio’. Pero tal vez su mayor contribución a las letras fue haber dado el apoyo para que dos escritores jóvenes, Hemingway y Faulkner, publicasen sus primeras novelas.

El mismísimo Faulkner redactó una nota agradeciendo a su mentor: ‘Anderson escribía no por una sed implacable de gloria por la cual cualquier artista destruiría a su madre vieja, sino por lo que para él era más importante y urgente: ni siquiera por la verdad, sino por la pureza, la exactitud de la pureza’. En los libros de Faulkner desaparecían los puntos aparte, las comas, y aparecían párrafos gigantescos donde se trastocaba el tiempo y el espacio. Sostenía que jugaba a ser Dios en su creación literaria. Llegó al punto de crear un alucinante pueblo sureño, el condado de Yoknapatawpha, donde el tiempo parece no transcurrir, donde hay osos gigantescos y asesinos, ríos, bosques, niños y valientes cazadores protagonistas de historias duras, incestuosas y fantásticas. Son las historias de las familias del sur, cruelmente derrotado en la guerra civil. Supo retratar los mas intrínsecos sentimientos humanos. Él mismo libró una batalla desigual por su adicción al alcohol. Afirmaba con la mayor seriedad: ‘El mejor empleo que nunca me han ofrecido pero que aceptaría gustoso, sería el de administrador de un burdel. Es, en mi opinión, el mejor ambiente en donde un artista puede trabajar’.

Murió a los 64 años, de un infarto al miocardio, pero dejó una colosal producción literaria de la que destacan: ‘El ruido y la furia’, ‘Mientras agonizo’, ‘Santuario’, ‘Luz de agosto’ -para muchos, la mejor-, ‘¡Absalón, Absalón!’, ‘Intruso en el polvo’. Siempre repetía: ‘Para ser grande hace falta un noventa y nueve por ciento de talento, un noventa y nueve por ciento de disciplina y un noventa y nueve por ciento de trabajo’. Apago el televisor.

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