Nuestro columnista habla del poeta Juan Gonzalo Rose.
Nuestro columnista habla del poeta Juan Gonzalo Rose.

Este Búho siempre se ha declarado admirador de Juan Gonzalo Rose, el más musical de los poetas peruanos. El más tierno. Recuerdo que escuché su nombre por primera vez de niño, en los años 70, cuando en la rocola del bar sapo electrónico, ‘Las pancitas’, del papá de mi pata de Mirones, Carlos Linares, colocaban a cada rato un tema en la voz de una guapa Tania Libertad, ‘Tu voz’. ‘…Afuera creo ver /tu sombra renacer, serena/bajo aquel mismo sol/que un día se llevó tu voz/Tu voz, tu voz, tu voz, tu voz existe/… anida en el jardín de lo soñado/inútil es decir que te he olvidado…’.

Después leería sus excelentes crónicas en la revista ‘Caretas’, porque el vate que nació en Lima, pero de corazón tacneño, era un hombre polifacético. Guionista de un programa concurso de televisión de más rating, donde llevó a dos jovencitos poetas con futuro promisorio: Rodolfo Hinostroza y César Calvo.

El autor del ‘Consejero del lobo’ lo recuerda así: “*Juan Gonzalo*, a sus 35 años de edad, era ya toda una leyenda en el patio de letras de San Marcos. Pequeño, delgado, irónico, con el jopo enrulado de ‘criollo cunda’ que era, ya se había hecho famoso por su ingenio. Una de las más conocidas era la de su encuentro con el gran líder aprista Víctor Raúl Haya de la Torre, cuando este le preguntó: Usted fue aprista, ¿no? Y Gonzalo le respondió: Usted también, ¿no?”

Fue deportado a México por oponerse a la dictadura de Manuel A. Odría. En el Distrito Federal publicó sus primeros libros de poesía ‘La luz amada’ (1954) y ‘Cantos desde lejos’ (1957), un poemario comprometido con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía. Uno de los poemas más entrañables fue ‘Marisel’. ‘Yo recuerdo que tú eras/como la primavera trizada de las rosas,/o como las palabras que los niños musitan/sonriendo en sus sueños’.

Juan Gonzalo tenía en su madurez ‘un millón de amigos’. Era ocurrente, ingenioso, viajero impenitente, pero a fines de los años 70 entró en una depresión de la que nunca pudo salir. Sus amigos lo veían solo, sentado en un bar cualquiera, aunque prefería el Bon Buffet del ‘chinito’ Julio Kuniyoshi, donde lo trataban como a un rey, pero él solo se limitaba a tomar chilcanos, botellas chicas de cerveza y el clásico ‘conejito’: Anisado con agua.

Una vez, su gran amigo Eduardo ‘Bola’ Aguirre se le acercó y al ver correr una lágrima por sus mejillas, le anunció que él con unos amigos iban a financiarle la publicación de su poesía completa. ‘Bola, ya no tengo fuerzas. ¿Puedes encargarte tú del trabajo?’ Pasaron algunos meses de ese año 1980 y el libro salió, pero por falta de presupuesto, no como ‘obras completas’ sino como ‘antología’.

La noche de la presentación, Rose había recuperado el entusiasmo. Allí recitó un poema célebre: ‘La pregunta’. ‘Mi madre me decía/si matas a pedradas los pajaritos blancos,/Dios te va a castigar/si pegas a tu amigo/el de carita de asno/Dios te va a castigar…/Hoy me dicen:/si no amas la guerra/si no matas diariamente una paloma/Dios te castigará…’.

Según ‘Bola’, el poeta empezó a hablarle al auditorio y mirando a un punto fijo: ‘No es ese nuestro Dios, ¿verdad mamá?’ Y en eso una señora canosa se para y lo mira con ojos llorosos ¡era su novia, la mujer de su vida, su madrecita Jesús Gros. ‘Bola’, César Lévano y el Chino lloran, y el auditorio de pie aplaude ese encuentro madre e hijo.

Según Aguirre: ‘Fue la última vez que lo vi feliz’. El poeta recibió un golpe durísimo del que nunca se levantaría. Su madre murió en febrero de 1981. Sus hermanos alquilaron la enorme casa de Magdalena y le rentaron un cuartito en la residencial San Felipe. En esos tiempos le confiesa a un periodista: ‘Las fuerzas creadoras me han abandonado. Hace cuatro años padezco de depresión y esta me conduce a encerrarme semanas en mi cuarto y no converso con nadie’.

Lo internaron en cuidados intensivos en el ‘Rebagliati’. El artista sufría de cirrosis avanzada. Solo permitía la visita de su hermana más querida, María Teresa, su fiel amigo Hugo Bravo y un joven poeta que lo acompañó en sus últimos momentos, Julio Heredia.

A los 55 años, el 12 de abril de 1983, dejó de respirar, pero extractos de su obra como este nunca morirán: ‘Muertos los de mi infancia que se fueron/dormidos entre el humo de las flores,/novias que se marcharon bajo un farol diciendo eternidades,/amigos hasta el vino torturado:/¿No hay una carta para Juan Gonzalo?/Si no fuera poeta, expresidiario,/extranjero hasta el colmo de la gracia,/descubridor de calles en la noche,/coleccionista de apellidos pálidos:/quisiera ser cartero de los tristes/para que ellos bendigan mis zapatos’ (Las cartas secuestradas). Apago el televisor.

Este Búho siempre se ha declarado admirador de Juan Gonzalo Rose, el más musical de los poetas peruanos. El más tierno. Recuerdo que escuché su nombre por primera vez de niño, en los años 70, cuando en la rocola del bar sapo electrónico, ‘Las pancitas’, del papá de mi pata de Mirones, Carlos Linares, colocaban a cada rato un tema en la voz de una guapa Tania Libertad, ‘Tu voz’. ‘…Afuera creo ver /tu sombra renacer, serena/bajo aquel mismo sol/que un día se llevó tu voz/Tu voz, tu voz, tu voz, tu voz existe/… anida en el jardín de lo soñado/inútil es decir que te he olvidado…’.

Después leería sus excelentes crónicas en la revista ‘Caretas’, porque el vate que nació en Lima, pero de corazón tacneño, era un hombre polifacético. Guionista de un programa concurso de televisión de más rating, donde llevó a dos jovencitos poetas con futuro promisorio: Rodolfo Hinostroza y César Calvo.

El autor del ‘Consejero del lobo’ lo recuerda así: “*Juan Gonzalo*, a sus 35 años de edad, era ya toda una leyenda en el patio de letras de San Marcos. Pequeño, delgado, irónico, con el jopo enrulado de ‘criollo cunda’ que era, ya se había hecho famoso por su ingenio. Una de las más conocidas era la de su encuentro con el gran líder aprista Víctor Raúl Haya de la Torre, cuando este le preguntó: Usted fue aprista, ¿no? Y Gonzalo le respondió: Usted también, ¿no?”

Fue deportado a México por oponerse a la dictadura de Manuel A. Odría. En el Distrito Federal publicó sus primeros libros de poesía ‘La luz amada’ (1954) y ‘Cantos desde lejos’ (1957), un poemario comprometido con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía. Uno de los poemas más entrañables fue ‘Marisel’. ‘Yo recuerdo que tú eras/como la primavera trizada de las rosas,/o como las palabras que los niños musitan/sonriendo en sus sueños’.

Juan Gonzalo tenía en su madurez ‘un millón de amigos’. Era ocurrente, ingenioso, viajero impenitente, pero a fines de los años 70 entró en una depresión de la que nunca pudo salir. Sus amigos lo veían solo, sentado en un bar cualquiera, aunque prefería el Bon Buffet del ‘chinito’ Julio Kuniyoshi, donde lo trataban como a un rey, pero él solo se limitaba a tomar chilcanos, botellas chicas de cerveza y el clásico ‘conejito’: Anisado con agua.

Una vez, su gran amigo Eduardo ‘Bola’ Aguirre se le acercó y al ver correr una lágrima por sus mejillas, le anunció que él con unos amigos iban a financiarle la publicación de su poesía completa. ‘Bola, ya no tengo fuerzas. ¿Puedes encargarte tú del trabajo?’ Pasaron algunos meses de ese año 1980 y el libro salió, pero por falta de presupuesto, no como ‘obras completas’ sino como ‘antología’.

La noche de la presentación, Rose había recuperado el entusiasmo. Allí recitó un poema célebre: ‘La pregunta’. ‘Mi madre me decía/si matas a pedradas los pajaritos blancos,/Dios te va a castigar/si pegas a tu amigo/el de carita de asno/Dios te va a castigar…/Hoy me dicen:/si no amas la guerra/si no matas diariamente una paloma/Dios te castigará…’.

Según ‘Bola’, el poeta empezó a hablarle al auditorio y mirando a un punto fijo: ‘No es ese nuestro Dios, ¿verdad mamá?’ Y en eso una señora canosa se para y lo mira con ojos llorosos ¡era su novia, la mujer de su vida, su madrecita Jesús Gros. ‘Bola’, César Lévano y el Chino lloran, y el auditorio de pie aplaude ese encuentro madre e hijo.

Según Aguirre: ‘Fue la última vez que lo vi feliz’. El poeta recibió un golpe durísimo del que nunca se levantaría. Su madre murió en febrero de 1981. Sus hermanos alquilaron la enorme casa de Magdalena y le rentaron un cuartito en la residencial San Felipe. En esos tiempos le confiesa a un periodista: ‘Las fuerzas creadoras me han abandonado. Hace cuatro años padezco de depresión y esta me conduce a encerrarme semanas en mi cuarto y no converso con nadie’.

Lo internaron en cuidados intensivos en el ‘Rebagliati’. El artista sufría de cirrosis avanzada. Solo permitía la visita de su hermana más querida, María Teresa, su fiel amigo Hugo Bravo y un joven poeta que lo acompañó en sus últimos momentos, Julio Heredia.

A los 55 años, el 12 de abril de 1983, dejó de respirar, pero extractos de su obra como este nunca morirán: ‘Muertos los de mi infancia que se fueron/dormidos entre el humo de las flores,/novias que se marcharon bajo un farol diciendo eternidades,/amigos hasta el vino torturado:/¿No hay una carta para Juan Gonzalo?/Si no fuera poeta, expresidiario,/extranjero hasta el colmo de la gracia,/descubridor de calles en la noche,/coleccionista de apellidos pálidos:/quisiera ser cartero de los tristes/para que ellos bendigan mis zapatos’ (Las cartas secuestradas). Apago el televisor.

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