'La italiana' convenció al Chato Matta de ir a una espiritista.
'La italiana' convenció al Chato Matta de ir a una espiritista.

El Chato Matta llegó al restaurante por su causita con atún con mayonesa, huevito duro encima y, de fondo, un escabeche de bonito. Para tomar pidió una jarra de limonada frozen. “María, la semana pasada te contaba de la relación tormentosa con mi ‘italiana’ Silvia. Ella apareció en mi vida cuando estaba en mi mejor momento, con Pancholón, y cantábamos la de Héctor Lavoe: ‘Siempre con hembras y en fiestas’. Pero ella, que estudió conmigo en el colegio, vino de Turín, donde trabajaba en un hospital porque había estudiado Tecnología Médica.

Estaba cambiada, figurita y bien vestida. Esa noche, en el reencuentro en la discoteca, nos besamos y terminamos en un ‘telito’ de la avenida La Marina. Vivimos un mes de locura con viaje a Máncora incluido. Estábamos locos y, sin pensarlo bien, terminé pidiendo su mano y ella me dijo: ‘Nos casamos en Turín, te mando el pasaje’. Pero cuando llegó el momento de viajar, me arrepentí.

Sé que fui una rata de dos patas, como canta ‘Paquita la del barrio’. Pero increíblemente, cada vez que llegaba a Lima, me llamaba: ‘Chato, ven al hotel con lo que tienes puesto, te traje ropa fina de Italia’. Al final se bañaba y se iba diciéndome: ‘Gracias por los servicios prestados’. Dejaba plata en la mesita de noche para humillarme. La última vez volvió a hacerme la propuesta de ir a Italia. Me negué, pero me dijo: ‘Chatito, estás mal del colon, no seas como Pancholón, que está enfermo de tantas borracheras. Tengo una amiga brujita buenaza que te va a curar’.

Acepté al toque y nos fuimos por Puente Piedra, pero por los cerros, en una cueva donde atendía esa bruja. ‘Cúralo, Madame Karla’, le imploró. La tía preparó un brebaje del demonio. Mató una gallina negra, vertió su sangre y la de un cuy degollado. Echó una píldora del día siguiente molida, vino rosé y unos polvos misteriosos. ‘Tómatelo todo, hijito, y te curarás prontito para estar potente para mi sobrina’, me ordenó.

Bebí ese infame trago y empecé a delirar. Tuve increíbles sueños y pesadillas. Pero todas con la ‘italiana’. En la última soñé que estábamos al pie del altar, a punto de casarnos. ‘¡Nooo!’, grité y desperté. Estaba en el aeropuerto, bien vestido y con una maleta, de la mano de Silvia. Íbamos a pasar a la sala de embarque y ¡tenía en mi mano mi pasaje a Italia! ‘¡Qué me hiciste, Silvia, así no juega Perú!’, la cuadré. ‘Chatito, solo conmigo salvarás tu vida, mira cómo está Pancholón de tanta mala vida. Allá tendrás todo’, me respondió.

Pensé en mis hijos. Nos fuimos a un café. Le hablé bonito explicando que no podía abandonar a mis ‘cachorros’, que ella podía venir cuando quisiera y yo sería suyo, le prometí de todo para que se fuera en ese avión. Felizmente aceptó mi propuesta de ser amantes bandidos, libres como el viento. Ya estoy viejo para casarme”. Pucha, ese Chato también tiene sus historias. Me voy, cuídense.

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