El llegó al restaurante por su sabrosa papa a la huancaína y sus tallarines rojos con pollo, presa grande. Para beber, se pidió una jarra con agüita de carambola. “María, a veces me dicen que soy un hombre insensible. Unos amigos me mandaron varios correos. ‘Chatito, se cumplió un año de la muerte de Anita, tu amor de toda la vida, y no fuiste a la misa ni al cementerio. Así no es’. Pucha, esos comentarios me dolieron. Puse al gran Raphael. ‘Qué sabe nadie, de mi verdadera vida/ y mi forma de pensar,/ de mis llantos y mis risas./ Qué sabe nadieeeeeee’. Y era verdad, nadie sabe que Anita no ha muerto para mí, pues vive en mis sueños, tal como mi casa en la que pase mi niñez y juventud, que también siempre aparece mientras duermo. De la misma manera veo a Ana. Después que se fue de este mundo de manera incomprensible, su recuerdo fue eliminando a otras mujeres de mi subconsciente. Es que este Chato nunca tuvo que batallar tanto para estar con la llamada ‘Gata’, la de los ojos más hermosos y sonrisa a flor de piel.

En mis tiempos juveniles, sin , Instagram ni Twitter, eran clásicas las cartitas y, si le ponías un toque de trabajo manual, mucho mejor. A Ana le escribía cartas pero no de amor, eran de desconsuelo, porque ella había perdido un enamorado que se ahogó en la malévola playa de San Pedro. Ella, veinteañera, era la ‘viudita’ del instituto. Pero era joven y no iba a llorar a su enamorado toda la vida. Una vez que soltó una risa, el maquiavélico Tito le clavó el ‘chaplín’ de ‘La viuda alegre’, como una película italiana. Pero mi misión en ese año fue hacerle olvidar al enamorado que falleció. No fue fácil luchar contra un muerto ni con sus remordimientos, pero al final, después de un año, logré que acepte ser mi enamorada. Fueron tres años de una relación intensa, que acabó como esa canción que dice ‘terminó como termina todo, casi sin querer’. Los dos nos casamos con otras personas y nos separamos. Nos volvimos a encontrar para empezar como antes, como amigos. Vimos de nuevo a Charly García en vivo, a Rod Stewart, cantamos ‘Tonight I’m Yours’ (‘Esta noche soy tuyo’). Me gustaba así, más madura, al punto que le decía ‘señora joven’. Se habrá ido quizá en cuerpo, porque su recuerdo sigue conmigo.

Cuando cumplió un año de fallecida me fui a Naplo, la playa donde pasamos un día maravilloso la vez que nos escapamos. Sí voy al cementerio un día cualquiera y tempranito, cuando solo pasean los fantasmas, y le pido perdón por mis locuras de Chato bohemio, al que se le subían las copas. Sé que ella ya me perdonó hasta la eternidad”. Pucha, ese Chato quiso mucho a Anita, pero por su mala cabeza perdió a una gran mujer. Me voy, cuídense.

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