El Chato Matta llegó al restaurante por su combinado de frejoles con seco de res y cau cau. También se pidió una jarrita de cebada al tiempo. “María, en mis tiempos de locura, corría la cancha en dupla con mi hermano . En un salsódromo de La Marina, computamos a dos chalacas espectaculares. La más guapa, una flaquita que había bailado en ‘Las movidas’ del Cholo de la televisión, le lanzó una mirada fulminante a Panchito. Silvia, la otra, no estaba mal, era más cuerpona y reservada. Pancho se volvió loco por la flaquita, Maripili. Las invitó a la mesa y, para impresionar, pidió una botella de whisky. Eran los tiempos en que ganaba un montón de dólares narrando los partidos de la selección en el extranjero. Después de unos vasos bien cargados, la flaca se sinceró. ‘Gordito -le dijo a Pancholón- da gracias a tu pata Chato, que es chévere, porque ya te teníamos ‘tarifado’, pues nadie es tan gil de venir a este local con tremendo cadenón de oro en el pecho’. Nos matamos de risa. Comenzamos a salir en dupla. La flaca hacía hora con Pancholón. Cuando el gordito se iba al baño, me decía: Chato, tu amigo no respeta nada, cree que me come el coco con su floro barato. Cuando salimos con unas amigas, patea debajo de la mesa, les saca la lengüita. Una de mis amigas me dio las quejas. ‘Oye, ese gordito se cree Drácula, me sacó a bailar y ¡¡me mordió el cuello!!’. En cambio, Silvia se pegó conmigo. Me cantaba una canción antigua de Lalo Rodríguez: Devórame otra vez/ ven devórame otra vez, ven castígame con tus deseos, más/ que mi amor lo guardé para ti/ Ay, ven devórame otra vez/ que la boca me sabe a tu cuerpo/ Desesperan mis ganas por ti...’.

A veces se compraba esos libritos de frases célebres y me decía algo que me sacaba de cuadro: ‘Chatito’, te quiero no por quien eres, sino por quien soy cuando estoy contigo’. ‘Pucha, Silvia, no sabía que eras poeta’, le decía. ‘No, sonso, eso lo escribió Gabriel García Márquez’. Al año, la relación entre los cuatro parecía el Titanic. A punto de hundirse en las heladas aguas de las broncas por celos entre la flaca y Pancholón, y las presiones de Silvia para que abandonara a mi esposa. Ella tenía un hijo de cinco años y estaba separada. Felizmente, Maripili me salvó. Su mamá residía muchos años en España y le mandó el pasaje. La flaca le dijo a Silvia, ‘vámonos, estos dos son buenos como amantes, pero nunca serán nuestros maridos. En España nos esperan buenos giles con monedas’. Y no se equivocó. Han llegado después de diez años. La flaca se casó con un catalán platudo y vive en Marbella, y Silvia con un gallego que tiene un restaurante de ‘tapas’, también en el exclusivo balneario. María, Silvia llega mañana y me quiere llevar a Iquitos, viene sola y ya me mandó un ‘wasap’: ‘Sé que te separaste. Por fin podrás ser mío. Necesito un hombre de confianza. Ya le hablé al viejito de mi marido, le dije que eras mi primo favorito y que me espantabas los galanes’. María, no sé dónde leí que a los grandes amores no hay que volver a verlos, para no arruinar los buenos momentos pasados”. Pucha, este Chato ya se está contagiando del cochino de Pancholón. Me voy, cuídense.

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