Mi amigo Gary llegó por su papa a la huancaína de entrada y de fondo su arroz con pollo, todo acompañado de su jarra de refresco de carambola.

“María, es esperanzador ver a los hinchas de varios países que van a los estadios de Rusia y, al terminar los partidos, recogen la basura de las tribunas. Primero fueron los japoneses y los senegaleses, los rusos y luego siguieron con el buen ejemplo los aficionados de otras naciones. No es solo una demostración de cultura de la limpieza, sino también de responsabilidad, disciplina y respeto por los demás.

Algo que no se empieza a aprender en los colegios, en el curso de educación cívica o con las clases de un profesor de etiqueta, sino dentro de los mismos hogares. Algo que se nos inculca desde niños y que dice mucho de la calidad humana de las familias y la sociedad. Una vez tomé un taxi y el chofer me contó una historia que me hizo reflexionar sobre este tema. Me dijo que cuando era joven acompañó a un amigo que viajó a Chile y en Santiago, como habían tomado un buen desayuno, para ahorrarse el almuerzo, compraron mandarinas y plátanos. Empezaron a caminar por las calles comiendo sus frutas y botaban las cáscaras al pie de los postes o entre la vereda y la pista. De pronto se dieron cuenta que los estaban siguiendo y se apuraron en terminar sus frutas para acelerar el paso.

Fue entonces cuando cuatro personas, vestidas de civil, se les acercaron, sacaron armas de fuego y los rodearon. ‘Buenos días, señores, somos miembros de las Fuerzas del Orden y Seguridad de Santiago. Por favor, tengan la amabilidad de recoger todas las cáscaras que han arrojado en la vía pública, pues está prohibido’.

El peruano y su amigo tuvieron que cumplir la orden, mientras los ‘carabineros’ les iban explicando la importancia de la limpieza pública y advirtiendo que, si incurrían en la falta, los tendrían que detener.

‘Santo remedio, nunca más volví a arrojar ni siquiera un papel en la calle. Tampoco mis hijos ni mi esposa, pues les he inculcado el valor de la limpieza a todos’, me dijo el taxista esbozando una sonrisa y mirándome por el espejo retrovisor. Que una ciudad esté limpia o sucia dice mucho de las personas que la habitan. La limpieza no solo ayuda a evitar bacterias, parásitos y virus, sino también transmite orden y ayuda a mantener el equilibrio emocional a las personas. El hábito de la limpieza tiene que ver con los valores y la cultura de las personas, las familias y la sociedad. Inculquemos a nuestros hijos esta sana costumbre”. Tiene razón mi amigo Gary. Por eso yo siempre tengo mi restaurante como un anís. Me voy, cuídense.

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