El Chato Matta recordó sus noches en la Posada junto a la bella Débora.
El Chato Matta recordó sus noches en la Posada junto a la bella Débora.

El Chato Matta llegó al restaurante por un potente sudado de chita con una porción de arroz blanco, limón, rocotito molido y una jarra de agua de cebada con emoliente. “María, a mí siempre me pasan cosas alucinantes. Hasta Pancholón, que es callejero, se asombra. Estaba manejando por San Isidro y un montón de gente salía de los centros comerciales con bolsas navideñas llenas de regalos.

Un gringo de unos 70 años, que estaba acompañado de una morenita con unas piernas espectaculares como las de Lucecita, me paró. Te lo juro que casi me da un infarto. ¡¡Era Angie, uno de mis amores de juventud!! Al toque me acordé de ese gran tema del flaco Eddie Santiago: ‘En una cama de hotel,/ nos sorprendió la mañana/ Noté el desorden y tú, la mujer habilitada./ Dos desayunos, señor, para la suite 911,/ no tema usted si al llamar/ solo el silencio responde./ Es que estamos amándonos/ en la piel sepultando penas/ es que tú encierras tanto amor en tus venas,/ tú me quemas...’.

Ella también me reconoció: ‘¡Chatoooo, a los años. Estás igualito, solo con canas!’. ‘Y tú estás hermosa, ¿hiciste un pacto con el diablo?’, le dije. De verdad, Angie estaba fuertísima. El gringo se reía. ‘Habla con confianza -me dijo-, mi viejito no sabe ni michi de español’. Era su esposo. Me contó que al tío, con quien se casó por segunda vez, lo conoció en una peña barranquina, donde fue con su primer marido que le paraba pegando. Angie me perseguía, pese a que la pretendía el hijo de un empresario.

‘Tito se muere por ti, ese será más fiel que un perrito, cásate con él’, le decía yo. Una tarde se puso a llorar, pero al día siguiente lo aceptó y, en la noche, nos fuimos a demoler un hotel para ‘celebrar’ su noviazgo oficial. Como no podía ser de otra manera, Tito terminó embarazándola. Yo fui al matrimonio, un tonazo en La Molina con harto trago. Luego me enteré de que el marido era un salvaje. Le pegaba cuando se emborrachaba. Nunca más volví a ver a Angie, pero supe que se había separado de él. Lo que no sabía era que se había vuelto a casar y vivía en Suiza con ese gringo viejo.

Chato, llévanos a un lugar a comer rico, te invitamos’. Nos fuimos a Pescados Capitales de Miraflores y, al tercer pisco sour, el gringo se dormía. ‘Vamos a dejarlo en el hotel para que se duerma. De allí me llevas a nuestro parque, quiero recordar viejos tiempos y, después, ya sabes. ¿Sigue funcionando el hotelito de Petit Thouars?’. Sus gritos se escucharon hasta el estadio Nacional. La dejé en su hotel bañadita. Tres días después, los llevé de madrugada al aeropuerto y me dio un billetón de propina junto con su correo electrónico. ‘Regreso sola en febrero, te aviso para que me recojas. Voy a alquilar una casa de playa.

Chato, sigues siendo mi tigre’. Pucha, María, bien dicen que recodar es volver a vivir. Me da pena el gringo, pero a veces soy débil ante las tentaciones”. Pucha, ese Chato también se parece a Pancholón, quien es un sinvergüenza. Me voy, cuídense.

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