La escritora Camila Canturias publica ‘Los niños del séptimo piso’, crónicas sobre seis niños que día a día luchan contra el cáncer. (Fotos: Difusión)
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¿Quiénes habitan el séptimo piso del Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas? La joven escritora Camila Canturias (25) nos lleva de la mano para mostrarnos las historias de seis niños que día a día luchan contra el cáncer. ‘Los niños del séptimo piso’ son crónicas periodísticas, rigurosas y bien escritas, que nos cuentan los sueños y las ganas de vivir que hay detrás de estos pequeños pacientes. La presentación del libro es este sábado 20 de octubre a las 7:30 de la noche en la galería Dédalo, Jirón Sáenz Peña 295, Barranco.

¿Cuál fue el mayor reto al plasmar tu experiencia en estas seis historias?
Fue bastante complicado el proceso de recopilación de las historias. Por el tema del libro, debía de entrevistar a los padres varias veces para ser lo más exacta posible y muchas veces tocaba puntos o temas muy delicados. Los padres se ponían a llorar, debía de detener la grabadora para consolarlos o a veces la dejaba correr. Luego, más tarde sentada en mi computadora el proceso de transcripción se hacía denso.

Entiendo…
No solo debía de escuchar a los padres llorar, sino muchas veces contaban cosas de sus hijos que yo no sabía, sobre sus sueños o cosas que les decían y debía de detener la grabadora un segundo para darme un respiro porque yo conocía a esos niños, conocía a sus padres, había pasado momentos felices y tristes con ellos a veces por años. Además, en la mayoría de los casos, ya sabía el desenlace de la historia desde el principio, entonces contar sobre los sueños de los niños, sus esperanzas, lo que le decían a sus padres si se sanaban fue muy doloroso. Pero encontré la manera de sobreponerme porque sabía que el proyecto era mucho más grande que eso. Saber que mis niños vivirían por siempre en el recuerdo de muchas personas me mantenía feliz a continuar escribiendo y también a sus padres a continuar contándome cosas.

¿Cómo fue el proceso de selección de estas crónicas?
Las crónicas que escogí fueron principalmente porque eran las personas con las que más tuve contacto mientras fui voluntaria de Donante Pendiente. Yo empecé siendo voluntaria en el año 2014 y ese año conocí a algunos de los niños que estarían en el libro. Me hice cercana a sus madres, quienes son generalmente las personas que los acompañan en sus tratamientos. Les brindaba mi número de celular y ellas se comunicaban conmigo a diario o una vez a la semana y me contaban como les iba a sus hijos en el hospital o si necesitaban algo desde sangre a leche. Así fui volviéndome cercana a ellas y haciéndonos amigas, cuando decidí escribir el libro para la universidad ya sabía quiénes serían las personas a quienes entrevistaría.

He leído que el proyecto inicial era un trabajo universitario, ¿Cómo te convenciste que era mejor hacer un libro?
Estudié periodismo en la UPC y para el curso de Periodismo Literario debía de escribir un libro sobre un tema que me apasionara, del que tuviera fuentes y que me llenara. Debía necesariamente ser de no ficción, entonces decidí escribir la historia de mis chiquitos, así vivirían en las memorias de las personas por siempre. Decidí escribir en crónica pues en ese entonces me encontraba leyendo un libro de la autora Svetlana Alexievich, “Voces de Chernóbil” que estaba escrito en formato de crónica y me pareció muy atractivo. Entonces elegí cinco niños para redactar sobre sus vidas, cómo eran sus vidas antes de la enfermedad, cómo se enteraron sus padres que estaban enfermos, muchos eran de provincia entonces cómo fue el camino hasta Lima, qué sintieron los padres cuando llegaron a Lima, las sensaciones de la primera aguja, la primera quimioterapia, los sueños de los niños cuando salieran del hospital, cuando crecieran y sean grandes, todo eso lo quise plasmar en este libro.

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¿Qué has aprendido o vienes aprendiendo con estas historias?
Conocí a bebés de 6 meses y jóvenes de 17 años. Aún estando enfermos, estaban llenos de vida. Es increíble que mis superhéroes sean niños de entre 6 meses a 17 años, niños que veo vivir con tanta intensidad que me han hecho pensar un centenar de veces en lo maravilloso que es estar vivo. Esa es probablemente la lección más grande que he aprendido. A no tomar las cosas por sentado, a comenzar a apreciar mi vida más, a ser agradecida por todo, a volverme más positiva. Porque sinceramente a veces ves tantas cosas que podrías volverte una amargada pesimista, pero ni una sola vez alguno de mis chiquitos me preguntó "¿Por qué a mí? (me pasa esto)". Peleaban, se volvieron inmunes a las agujas, las transfusiones, la anestesia, a la quimioterapia. No literalmente, pero me refiero a que no sé cómo describirlo. Eran niños que debieron de crecer rápido y pasar por dolores inexplicables, y aun así te regalaban una sonrisa o te veían al otro lado del hospital y te gritaban "Tía Camila" y venían corriendo esperando a que los cargues. Tenían sueños, cosas que querían hacer saliendo del hospital o cosas que querían tener. Ya sea la bicicleta roja soñada, o ser conductor de tren o tener el pelo largo o ser chef. Pero nunca dejaron de soñar. Tengo la suerte de poder ver a dos de mis niños estudiando, sus mamás me mandan fotos constantemente y videos y veo a Vale y a Jimmy tan grandes, tan vivos, es un sentimiento inexplicable. Y mis otros niños, los que ya no están conmigo físicamente, todos me han dejado lecciones a su manera. Pero creo que la más grande es a ser agradecida y a apreciar la vida con otros ojos.

Cuéntame sobre tu labor como voluntaria...
Conocí a Vanessa Vásquez para un trabajo de la Universidad en el año 2014. Tenía que escribir una nota sobre la iniciativa "Café Pendiente-Perú" que ella había traído a nuestro país. Entonces me comuniqué con ella. Luego de esa entrevista seguimos en contacto por unos meses hasta que un día me escribió para ir al INEN. Era sábado, una mañana de mayo. Le dije que sí y fuimos. Esa fue la primera vez que entré al hospital y me quedé para siempre. Fui conociendo a personas que me irían llevando a otras y haciendo una cadena de casos. La primera mamá que conocí se llamaba María y tenía a su hija, Rosa. Ella fue mi primer caso infantil, y el primero que perdí también. Nunca había experimentado la muerte tan cercana y tan inminente. Pero cada niño que he perdido solo me hace querer luchar más y pelear más por los otros que hay. Es muy difícil, sí. Escuchar a los padres, a los familiares sobre lo que pasan sus hijos, ver directamente como un niño va enfermándose. Pero, lo más increíble es cuando entran en remisión. Cuando los papás te llaman y te dicen "Jimmy, está en remisión. Valentina está en remisión" La persona está libre de cáncer. Hasta antes de la muerte de Miller, en el 2016, tenía más de 10 casos. Ahora, apoyo a Vanessa y manejo la página de Donante Pendiente y soy la community manager entonces recibo casos de muchísima gente que me necesita sangre o plaquetas. En un momento trabajábamos tan solo con el INEN, ahora vemos casos en provincia también. Intento seguir cada caso para saber de la situación de la persona, hablar con los familiares y ver que necesitan. A veces es muy tarde, a veces sí se puede. Sigo en contacto con las mamás de mis niños. Hablamos constantemente, algunas ya no viven en Lima pero nos comunicamos por celular.

Acercarte a estos niños, a tus 25 años, ¿qué significó para tu vida?
Los conocí cuando tenía 21 años. La primera experiencia fue bastante dura pues mi primer caso falleció. Nunca había recibido una llamada así, la mamá llorando diciéndome que su hija había fallecido. En ese entonces no conocía tanto el hospital de Neoplásicas si quiera, cuando fui a apoyarla, fui a verla llenar solicitudes y apoyarla a sacar el cuerpo de la morgue porque no sabía ni con quien hablar. Pero, en ese momento, creo que desde el momento en que di mi primer paso en el hospital me di cuenta de mi propósito en la vida. Cuando era chiquita y estaba en el carro, veía a veces cosas que no me gustaban como por ejemplo la situación de los niños pidiendo plata en la calle. Le decía a mi papá que quería que él hiciera algo. Él me insistía en que debía de ser el Estado el que debía de hacer reformas educativas. Pero siempre sentí que se tenía que hacer algo y no iba a quedarme de brazos cruzados esperando que otra persona lo hiciera por mí si yo tenía la posibilidad de cambiar las cosas. Por eso estudié periodismo, quería darle voz a las personas que no la tenían. Eventualmente, encontré mi verdadera pasión, en hacer un cambio.

Luego…
En 2012, comencé la organización Comunidarte junto a un compañero, Willy, la organización era en Cantagallo. Willy les daba clases de pintura a los niños como una manera de recordarles sus orígenes, para que no olviden su lengua materna. Yo la financiaba y los sábados y domingos iba a Cantagallo para tomar fotos, acompañar a Willy y conversar con las personas. Digamos que ese fue mi primer paso en este tipo de casos, en querer hacer una diferencia. Pero es recién en el 2014 que entro al tema de salud, desconociendo muchísimas cosas. Tuve que ir aprendiendo sobre plaquetas y glóbulos rojos y sobre transfusiones y diagnósticos y que significa tener los blastos elevados o la hemoglobina baja. Mi papá es abogado, me dijo una vez que sabía que él había nacido para ser abogado, así hacía una diferencia por nuestro país, por la familia. Yo siempre me pregunté cuál era mi propósito, hasta que lo encontré. No creo que podría ser completamente feliz si no es escuchando, dando mi tiempo, apoyando, estando para otra persona. A mí me encanta hablar pero descubrí que tenía la capacidad de escuchar también y de aconsejar. Me di cuenta de muchas bondades de mí realizando esta labor, esta maravillosa labor. Hay tanto por hacer en nuestro país, tanto. Tanto por donde comenzar, no quería quedarme de brazos cruzados esperando a que otro hiciera esos cambios por mí.

La presentación será este sábado.
La presentación será este sábado.

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