Por: Miguel Ramírez

Cuentan que cada vez que el nuevo presidente de asumía su cargo, lo primero que hacía era llamar al director del Buró Federal de Investigación (FBI), el siniestro J. Edgar Hoover.

Hoover llegaba con un fólder que colocaba adrede encima de la mesa, a la vista de su interlocutor. Allí guardaba todos los secretos del flamante jefe de Estado. ¡Ocho presidentes lo ratificaron en su cargo!, nunca nadie se atrevió a destituirlo: temían que Hoover revelara todo lo que sabía de ellos.

Recordé la historia de este tenebroso hombre de inteligencia la semana pasada, cuando el presidente despidió al director del FBI, James Comey, provocando un terremoto político en ese país. Comey investigaba una supuesta injerencia de Rusia en las elecciones del 2016, que llevó a Trump a la presidencia. 

“Trump está jugando con fuego. Comey le debe conocer todo lo bueno y lo peor. La escuela de Hoover sigue vigente”, me dijo un amigo experto en inteligencia sobre lo ocurrido en Estados Unidos.

Hoover, en efecto, era un hombre obsesionado y eficiente en descubrir los secretos de los presidentes, políticos, delincuentes y hasta estrellas de Hollywood, que luego utilizaba para sus fines perversos. Todos le temían. Llegó a tener más poder que los propios mandatarios estadounidenses.

En su libro ‘Oficial y Confidencial. La vida secreta de J. Edgar Hoover’, el escritor británico Anthony Summers cuenta que Hoover tenía vinculaciones con la propia mafia, a la que supuestamente perseguía, pero la extorsionaba.

Hoover tenía una mente controversial, en varias ocasiones públicas se presentaba vestido de mujer y nunca se le conoció una novia o enamorada. Vivía con su madre, a quien le llevaba expedientes de sus artistas favoritos de Hollywood, para que se divirtiera y compartiera los chismes con sus amigas.

Espió a Abbot y Costello, la pareja de humor más famosa de Estados Unidos. en los años 50. Descubrió que coleccionaban pornografía y contrataban prostitutas.

Como no podía ser de otra manera, Hoover también le puso la puntería a los periodistas de los medios, a quienes filtraba información que él obtenía, para perjudicar y deshonrar a sus enemigos.

Pero no todo lo que hizo Hoover fue malo. En 1926 creó el archivo centralizado de huellas dactilares, un sistema de investigación criminal que revolucionó el planeta. Reclutó en las universidades a los mejores alumnos y los convirtió en agentes, lo mismo hizo con destacados químicos, informáticos y grafólogos. Todo un visionario.

Como ya se imaginarán, Vladimiro Montesinos quiso imitarlo. Pero el ‘Doc’ fue un mal aprendiz. Cometió un error de escolar: entregó la llave donde guardaba los ‘vladivideos’ de los sobornos a su amiga Matilde Pinchi, quien los filtró y luego acabó preso, para bien del país.

De hecho, Hoover también habría terminado en la cárcel, pero la muerte lo salvó, murió siendo jefe del FBI. Nos vemos el otro martes.

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