Este ya respira las previas a las celebraciones de Fiestas Patrias. Contrariamente a otras ocasiones, a los peruanos nos encuentra con el pecho inflado de patriotismo por la excelente campaña de la selección de fútbol en la Copa América de Brasil, donde llegamos a una final después de 44 años.

Ni qué decir de los reconocimientos que recibe Machu Picchu y otros destinos turísticos del país. Ahora, con mucha razón se escucha y se siente: ‘Cuando despiertan mis ojos y veo que sigo viviendo contigo, Perú’. Canción que inmortalizara esa dupla eterna, el ‘Zambo’ Cavero y Óscar Avilés. La letra es del maestro Augusto Polo Campos. Pero no todo es idílico, hay que reconocerlo.

También debemos avergonzarnos de la corrupción imperante a todo nivel y del racismo que expresan abiertamente algunos ciudadanos en supermercados o cuando, al ser detenidos por manejar en estado de ebriedad, ciertas personas les dicen a los policías o a serenos: ‘Cholo de m...’. Eso da vergüenza. O la creciente ola de violencia común, que ha llegado al extremo de ¡¡matar por un celular!! Eso es lo malo de este país y los terribles feminicidios. Por todo esto y más, ingreso al túnel del tiempo.

En mis años infantiles, en la década del setenta, se vivía el gobierno militar del general Juan Velasco Alvarado. El ‘Chino’ le imprimía a su régimen mucho discurso nacionalista. Ya se vislumbraban excesos y abusos en materia de derechos humanos contra los opositores, sobre todo a los militantes de Acción Popular, del arquitecto Fernando Belaunde Terry, a quien los ‘milicos’ le dieron un golpe de Estado y lo deportaron a Argentina.

Los militares llenaban la televisión de mensajes alusivos al aniversario patrio. Lo bueno es que se promovió el quechua, que llegó a la TV y los canales tenían que realizar sus promociones en el idioma de los millones de quechuahablantes de las serranías: el ‘tawa canal limamanta pacha’ (canal cuatro de Lima Perú) se escuchaba a cada rato en la tele.

El ‘nacionalismo’ velasquista había botado a las grandes empresas ensambladoras de autos norteamericanos e invertía millones en armamentos de la hoy fenecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La renovación del poderío bélico peruano se exhibía en el clásico desfile de 28 de Julio y su Gran Parada Militar. Recuerdo que en esas fechas madrugábamos para llegar a la avenida Brasil y así observar la espectacular marcha.

Se levantaban tribunas y los privilegiados, que vivían en la avenida, cobraban entrada para que los que deseaban ver el desfile tranquilos, lo puedan hacer desde arriba. Se mezclaban los aromas de los anticuchos, del chocolate caliente, de los panes con ‘apanado’ (una torreja de color marrón que, se supone, contenía carne molida con harina), hot dog o huevo con una humeante salsita caliente de tallarín chino, o los clásicos pan con ‘cabeza de chancho’ con su salsita criolla.

Hoy, la verdad, no me llama la atención llevar a mi hija a ver el desfile militar. En un país con departamentos como Huancavelica, Puno o las comunidades nativas, donde se vive en la más extrema pobreza, resulta un contrasentido invertir miles de millones de dólares en sofisticados armamentos que no se usan ni creo que se usarán. Es algo que, desde mi punto de vista, no es digno de admirar.

Apago el televisor.

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