Este jamás podrá olvidar lo que ocasionó la en el país a inicios de los ochenta. Nadie me lo tiene que recordar, porque lo viví en carne propia, primero como estudiante sanmarquino y luego como periodista. En esta última parte vi cosas escalofriantes en mis viajes como enviado especial. Una de las peores fue la masacre senderista a ancianos, niños y mujeres embarazadas como la de , que se produjo porque allí ‘había un traidor’. Una manera simplona y falsa de maquillar una siniestra estrategia para aniquilar a las comunidades que no estaban dispuestas a entregar a sus niños, a sus mujeres, sus ganados, sus cultivos, o a matar a sus legítimas autoridades. Creo que hay una premisa inicial que se debe considerar para comprender a cabalidad lo que sucedió en el país y que terminó con más de cincuenta mil muertos, entre subversivos, fuerzas del orden y un gran número de la población civil: inició su brutal asonada de salvajismo en los Andes y con terrorismo urbano. En mayo de 1980, en Chuschi, dinamitaron el centro de votación. Después de doce años de gobierno militar, los uniformados entregaban un país quebrado a un civil, el arquitecto Fernando Belaunde. Al pobre no le dieron ni un minuto de respiro para reconstruirlo. ¡Cómo no enervarse al recordar la manera en que Sendero asesinó sin compasión a Bárbara D’Achille, la periodista ecológica nacida en Letonia y casada con un italiano que fue cruelmente victimada en Huancavelica cuando promovía un proyecto especial de camélidos sudamericanos! ¡Cómo alguien puede ‘rememorar’ y decir que , ‘porque es viejo y enfermo’, tiene el mismo derecho de ser indultado que ! Hay que tenerlo claro: Sendero y el empezaron su asesino proyecto terrorista y el Estado se defendió.

Durante un largo periodo hicieron lo que quisieron en el país. He visto con mis propios ojos comisarías dinamitadas, en cuyo interior se apreciaba la sangre de una decena de policías atacados por cien terroristas, o a un grupo de agentes emboscados cuando cuidaban un banco o hacían ronda en un mercado, solo para robarles su arma. La policía realizó en esos primeros años un trabajo heroico, sin equipamiento ni preparación ante un enemigo desigual, escurridizo. ¿Por qué no se habla también de las masacres a los puestos policiales en esos años luctuosos? La defensa del Estado cambió cuando se decidió el ingreso de las , Ejército y Marina. Y con ellos llegaron también las violaciones de los derechos humanos, que nadie puede olvidar, con centros de torturas en cuarteles o estadios. Este columnista no habla por gusto. Una publicación me envió a Pucallpa, donde organismos de derechos humanos denunciaban la desaparición de estudiantes, profesores y sindicalistas. En la Lupuna, una tétrica zona pantanosa, aparecían algunos de esos cadáveres devorados por fieras salvajes y gallinazos. Sendero y el MRTA se disputaban el área. Arriesgué mi pellejo entrevistando a los familiares y con un fotógrafo ambulante del lugar llegamos a esa zona. Solo confiaba en el cura ‘gringo’ del vicariato. Una noche me dijo asustado: ‘Amigo, sal de tu hotel y mejor te vas a dormir a un albergue que tenemos en la laguna de Yarinacocha’. Yo había llegado a investigar violaciones de derechos humanos y descubrí que, del mismo modo, los del MRTA habían desatado en la ciudad ejecuciones a travestis y drogadictos en la ‘zona roja’ de la ciudad. También entrevisté a los parientes de las víctimas que acusaron directamente a los ‘cumpas’ y consigné en otro capítulo las violaciones de los derechos humanos por parte del MRTA. Viajé a Lima satisfecho con mi trabajo y redacté la crónica responsabilizando a la Marina y a los ‘tupacamaristas’, pero ¡oh, sorpresa!, solo se publicaron las violaciones de los marinos. Me sentí ofendido y reclamé en vano. Por supuesto que ya no me convocaron para realizar otro reportaje. No estaba ‘alineado’ ni era ‘políticamente correcto’, pues evidentemente era un periodista y no alguien de una ONG. Solo miro lo que sucedió con los ojos del periodista que estuvo en el lugar de los hechos. Apago el televisor.

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