Nuestro columnista habla sobre el escritor Ernest Hemingway.
Ernest Hemingway y su 'maldición'

Este Búho vio una vez más el violento filme del director afroamericano Antoine Fuqua, ‘El justiciero’, con su actor fetiche Denzel Washington, y reparo en la importancia que le da el director al libro ‘El viejo y el mar’ del gran escritor , uno de mis libros de cabecera cuando estudiaba en San Marcos. El libro es un canto a la lucha contra la adversidad, pero también es una elegía a la actitud pertinaz, a la implacable fe por conquistar lo imposible.

El mismo escritor parecía verse en un espejo cuando describe a Santiago: ‘Todo en él era viejo, salvo sus ojos y estos tenían el mismo color del mar y eran alegres e invictos’. El mítico autor trascendió su obra, pues él mismo, con su 1.83 m de estatura y cien kilos de peso, era de por sí un personaje de novela universal. Había tantos Hemingway como dedos de las manos: el escritor, el periodista, el boxeador, el cazador, el torero aficionado, el borracho, el espía, el Premio Nobel, el mujeriego. Tal vez esto último hizo del escritor de ‘Por quién doblan las campanas’ toda una leyenda. Ufanándose de ello, afirmaba: ‘Me he acostado absolutamente con todas las mujeres que he querido y con las que no he querido, también’. Por algo se casó cinco veces.

En su colegio, el Oak Park High School, el joven Ernest Hemingway se coronó como el mejor cuentista y periodista escolar. Al graduarse no le fue difícil ingresar a trabajar en el Kansas City Star, uno de los periódicos más importantes de Norteamérica. Sin embargo, un hecho histórico, de trascendencia mundial, sería decisivo para convertirlo, con los años, en uno de los escritores más importantes de los Estados Unidos, y que le llevaría a ganar el Premio Nobel.

En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial, la llamada ‘Gran Guerra’, y el periodista decide enlistarse al declararle su país la guerra a Alemania. En París observa su primer bombardeo, pero después lo trasladan al frente en Italia, donde es herido cuando repartía chocolates y cigarrillos en una trinchera. Esquirlas de metralla le son extraídas de la pierna en un hospital, donde se enamora de una voluntaria en enfermería llamada Agnes von Kurowsky, cuyo romance daría origen a su gran novela ‘Adiós a las armas’ (1929).

Posteriormente aparece en España, ya casado por segunda vez y con dos hijos, como corresponsal en la guerra civil entre las tropas leales al gobierno republicano frente a los militares golpistas encabezados por Francisco Franco. Ernest defendió con todo al gobierno republicano y se convertiría en una leyenda y la península sería el escenario de su desgarradora novela ‘Por quién doblan las campanas’.

Como buen aventurero, también visitó la costa peruana. En 1956 llegó directo de Estados Unidos a alborotar Talara, Piura. Era más que un escritor, más que una estrella de cine, más que un deportista famoso. ¡Era Ernest Hemingway! Llegó con la que sería su última esposa, la bella y sufrida Mary Welsh, que de buena periodista neoyorquina pasó a ser su última víctima, aquella que soportó los ataques de paranoia que dominaron los últimos días de ‘Ernie’, como lo llamaba ella.

Un par de años antes había sufrido dos accidentes aéreos en África, en uno incluso llegaron cables a Nueva York dándolo por muerto. Arribó al norte del Perú solo por un motivo: cuatro años antes, en esas tibias aguas norteñas, se había pescado el primer merlín negro del mundo, de mil libras (unos 450 kilos). El novelista quería pescar otro merlín para utilizarlo en la película que estaban rodando en base a su novela ‘El viejo y el mar’ (1956).

Demostró paciencia, pues tras varios días en el océano no solo pescaron un merlín, sino cuatro, el más grande de más de 300 kilos. Dicen que esa noche, las provisiones de pisco del mítico ‘Fishing Club’ de Cabo Blanco se agotaron por la ‘garganta profunda’ del escritor, famoso por su resistencia alcohólica. La historia de ‘El viejo y el mar’, con la que el novelista ganó el premio Pulitzer en 1953, se basó en un hecho real que ‘Ernie’ publicó tres años antes en la revista ‘Squire’ con el título de ‘Sobre el agua azul’, que retrataba la lucha de un solitario pescador cubano que pescó un merlín de más de 400 kilos y ya en ese relato había detalles embrionarios de lo que sería su laureada obra.

Resulta paradójico que un hombre como él, que hizo de la victoria y el triunfo un discurso de vida y que incluso escribió: ‘El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado’, se haya suicidado en una habitación de su casa en Idaho. Seguramente lo rondarían los fantasmas de su abuelo y su padre, ambos suicidas y, tal vez, lo animaran a colocarse esa escopeta en la boca la madrugada del 2 de julio de 1961. O quizá pensó que estaba cazando una gran fiera en la sabana africana. Pero, ¡oh paradoja!, esa gran fiera era él mismo. Murió en su ley y solo faltó, como telón de fondo, el mar de su Key West o una playa cubana. Apago el televisor.

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