Este Búho no puede evitar contagiarse de la fiebre mundialista. Desde esta Lima que cada vez se enfría más, me transporté a una Rusia que vive hoy una gran fiesta futbolera, y qué mejor que releyendo a uno de los grandes escritores de la literatura rusa, el inmenso Me pregunto cómo habría reaccionado el autor de ‘Los hermanos Karamazov’ y de ‘Crimen y Castigo’, ante esos miles de hinchas de nacionalidades tan distintas que dan rienda suelta a su euforia y desenfreno por haber llegado a Rusia, convertida hoy en ‘la tierra prometida del fútbol mundial’.

La sociedad rusa actual es muy distinta a la época en que se ambientan los personajes de Fiódor. Aquella era una sociedad que vivía oprimida por la autocracia zarista y con una pobre industrialización, con miseria en el campo e injusticias de los terratenientes y un absolutismo que no permitía ningún tipo de libertades políticas. En esa Rusia de iglesias ortodoxas van a surgir los torturados personajes de sus novelas. En su país, a mediados del siglo diecinueve, ya se vislumbraban movimientos reclamando reformas. Ya llegaban ideas socialistas desde Francia, Alemania e Inglaterra, y se formaban grupos de jóvenes que pretendían combatir la violencia zarista con ‘violencia revolucionaria’. En su juventud, el autor también perteneció a un círculo intelectual que conspiraba contra el zar Nicolás I.

Tal vez sus personajes, psicológicamente atormentados como el estudiante Raskólnikov de ‘Crimen y castigo’, representan los terribles sufrimientos que él experimentó en su niñez. Su padre era médico de un hospital de beneficencia y maltrataba a sus hijos, sobre todo a Fiódor y a su hermano mayor Mijaíl, además de a su madre. Solo esta mujer devota protegía a su hijo, pero falleció joven de tuberculosis y el padre se trasladó a una provincia donde se volvió terrateniente.

Mandó a sus hijos a estudiar en un internado, donde Fiódor entró para ser ingeniero militar. Allí comienza a leer literatura de autores franceses, como Honoré de Balzac, o rusos como Nikolái Gogol, autor de la impresionante ‘Almas muertas’. Tanto odiaba a su padre que dicen que hizo fiesta cuando murió asesinado por los campesinos de sus tierras, hartos de sus abusos.

El futuro novelista empezó a sufrir ataques de epilepsia. El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, en su libro ‘Dostoievski y el parricidio’, sostenía que Fiódor confesó que siempre le deseó la muerte a su progenitor y, cuando esta sucedió de manera violenta, comenzó a tener terribles remordimientos que, según Sigmund, podrían explicar sus posteriores ataques de epilepsia.

Finalizó sus estudios de ingeniería y se enroló en el Ejército, en San Petersburgo, aunque el pertenecer al Círculo Liberal le pudo costar la vida. La siniestra policía secreta zarista lo detuvo y fue recluido en una mazmorra policial, donde lo condenaron a muerte. Incluso, reveló que estuvo frente al pelotón de fusilamiento con los ojos vendados en el momento que llegó la salvadora noticia de que le habían conmutado la pena por una condena a trabajos forzados en la gélida y lejana Siberia. Las condiciones eran tan duras que las describió en las cartas a su hermano: ‘Nos trataban peor que a cerdos. Estábamos llenos de pulgas, piojos y escarabajos’.

Liberado en 1854, se reincorpora al Ejército en calidad de soldado raso, como parte de su condena. Pese a que escribió una cuantiosa producción literaria, andaba con problemas de deudas y juicios, por lo que se veía obligado a huir para vivir en Alemania, en Ginebra. Su esposa Anna escribió un libro sobre su relación con el escritor: ‘Casi todos los escritores rusos, como León Tolstói, eran hombres sanos sin el aguijón de la necesidad. Podían meditar y cuidar sus obras. Fiódor, en cambio, sufría dos penosas enfermedades y, además, tenía el peso de la familia, deudas, y vivía en una cuantiosa incertidumbre sobre el mañana’.

En ‘Crimen y castigo’, su genial novela psicológica, Raskólnikov asesina a una usurera (Aliona Ivánovna) y a la hermana de esta, y siente que era necesario porque necesitaba el dinero, pues ‘no merece estar en la pobreza ni dejar los estudios’. Me pregunto cuántos de esos ‘lobos esteparios’ de este siglo, pero emparentados psicológicamente con los personajes de Dostoievski, habrán llegado entre los miles de turistas y fanáticos del fútbol a las ciudades rusas, buscando crear una violencia sin explicación lógica. Seguramente Vladimir Putin le debe haber entregado a la policía secreta y a los cuerpos de seguridad varias de las obras de este gran escritor ruso para evitar que se desaten crímenes sin castigo. Apago el televisor.

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