Este ya no se sorprende de la mezquina e hipócrita política criolla. Izquierdistas y fujimoristas están de la manito, ‘cocinando’ la moción de censura a PPK, y acuerdan ¡no incluir el indulto entre las causales! Eso puede llamarse incoherencia o es un vulgar oportunismo político de Keiko, quien no hace ascos y se da besitos con los que pretenden meter nuevamente en la cárcel a su padre. Increíble. El ‘avenger’ Kenji, que es muy agilito en las redes sociales, no mando ningún mensaje, ningún comentario ni fue a solidarizarse con los padres de la niña violada, asesinada y quemada por un monstruo. Ni qué decir de PPK, que se quitó la sotana y volvió a ser el mismo presidente zombie. Los otros (Alan, Susana, Castañeda) están pendientes de lo que va a declarar Barata. Ellos, que viven en palacios fuertemente resguardados y tienen custodia permanente, se zurran en la inseguridad ciudadana en todo aspecto. Por eso, algo abatido, llegué a mi casa, me di un baño y vi la película , candidata al Óscar y francamente me quedé con la boca abierta. El filme se centra en las cinco semanas en que Gran Bretaña se estrella de cara con el hecho de que la Alemania nazi de Hitler no solo estaba llevando a cabo sus fechorías engulléndose Polonia o Finlandia, sino que sorpresivamente sus implacables panzers y sus halcones de la ‘Luftwaffe’ se erigen hambrientos sobre Bélgica y ¡oh sorpresa! sobre Francia. En aquel mes de mayo recién el parlamento británico se da cuenta de que el primer ministro Neville Chamberlain, del Partido Conservador, era un incapaz. La oposición pidió su cambio y dicha agrupación recurrió a la figura de un viejo político, Winston Churchill, quien no tuvo fortuna como ministro de Hacienda y durante la Primera Guerra Mundial también fue cuestionado. Nadie estaba de acuerdo con su designación, ni el propio Rey Jorge VI, pero era el único con cojones en una situación, por el mes de mayo de 1940, en la que si caía Francia, el sádico ‘carpintero animal psicópata’, como lo llamaba Churchill, podía sentarse en el trono del monarca británico.

Esa Inglaterra, nunca más invadida después de los romanos, no podía caer en la manos del nazismo, pero los hechos conspiraban contra el obeso primer ministro, que nunca dejaba de fumar sus puros cubanos y gastaba tanto que desequilibraba el presupuesto familiar. Una noticia desbarató a Churchill: 330 mil soldados enviados por la ‘Rubia Albión’ a las costas de Francia se encuentran rodeados por el ejército alemán, y los destructores británicos, la mejor armada del planeta, no pueden rescatarlos porque los ‘Stuka’ los hunden y se dan un festín. Es el acabose. El siniestro Chamberlain, junto con los líderes de su partido, ha sostenido conversaciones con emisarios de Mussolini. El ‘Duce’ ofrecía ‘sus buenos oficios’ con el ‘Führer’ para que Alemania no invada Inglaterra a cambio de firmar un armisticio y que esta última se haga de la ‘vista gorda’ con los estropicios nazis en Europa continental. Incluso convencieron al rey y planeaban tumbarse a Churchill, un político que casi ni dormía. Se levantaba tomando un martini, ejercía sus funciones con copas de vino, en el almuerzo tomaba champán y en la noche trabajaba con whisky. Pero era un político con conocimientos militares y una convicción increíble. No le temía ni al rey. Estaba seguro de que si Francia firmaba ese acuerdo, el totalitarismo de Hitler dominaría el mundo occidental. En momentos de desesperación llamó al presidente norteamericano Franklin Roosevelt para pedir ayuda y sacar a sus soldados de Dunkerque, pero en ese momento Estados Unidos mantenía una neutralidad estúpida. Cuando todo parece oscuro, Winston convence al rey, que no quiere irse a gobernar en el exilio canadiense. Logra sacar a sus soldados de Francia con medidas desesperadas que no contaré. El final de la historia lo sabemos todos. La democracia occidental le debe mucho al señor Churchill. Un detalle increíble es la actuación de Gary Oldman, quien con el maquillaje no solo interpreta a Winston, ¡en realidad es Winston! Se la recomiendo a los jóvenes para que vean lo que es un hombre que vivió para la política y no de ella, como sí hacen la mayoría de la mal llamada ‘clase política peruana’, esa a la que le encanta la ‘plata como cancha’. Apago el televisor.

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