Este asistió emocionado a los grandes homenajes que a nivel mundial le tributaron al escritor mexicano Juan Rulfo, al conmemorarse los cien años de su nacimiento. Con solo una novela esculpió su nombre en oro en el olimpo de las letras universales. Esta monumental obra es ‘Pedro Páramo’ (1953), su primera y única novela, pues luego solo escribiría el libro de cuentos ‘El llano en llamas’ (1955). Después cayó en un silencio literario que duraría toda su vida, por el que el mundo no dejó de atormentarlo al reclamarle que regale al universo del arte otra creación, pero el maestro nunca publicó ni una página más. Este columnista recuerda haberse estremecido con el primer párrafo de ese pequeño libro, que al leerlo de noche no me dejaba dormir y cuando lo leía de día le encontraba poesía y me calentaba el alma.

Similares sentimientos encontrados ha provocado en el mundo la prosa de Rulfo. El primer párrafo de ‘Pedro Páramo’ es un latigazo. “Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. ‘No dejes de ir a verlo’ -me recomendó (...). ‘Estoy segura de que le dará gusto conocerte’. Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo, se lo seguí diciendo aun despúes que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas. Todavía antes me había dicho: ‘No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darte y nunca te dio... el olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro’”.

En estos días de homenajes, cómo no recordar el argumento de esta novela que, según García Márquez, la noche en que cayó a sus manos no pudo pegar los ojos por dos noches, pues la leyó y la releyó y la comparó con el impacto que le causó la lectura de ‘La metamorfosis’, de Franz Kafka. ‘Pedro Páramo’ es la historia de Juan Preciado, quien alentado por su madre, en su lecho de muerte, llega al pueblo de Comala para conocer a su padre Pedro Páramo, que resulta ser -o haber sido- un tirano cacique de los muchos que abundaron en el México feudal prerrevolucionario. Comala ya no es lo que fue, sino un pueblo fantasmal donde Juan Preciado conversa con gente que solo tiene lamentos y quejas, y en las calles solo transitan almas en pena, contando historias de muertos que no saben ni sobre su propia condición y en un momento, hasta el mismo Juan Preciado morirá y terminará en una fosa. Tal como Juan Preciado, Rulfo era hijo de un hacendado acomodado, que se fue a luchar en las convulsionadas guerras de la época de la revolución y fue asesinado cuando Juan era un niñito.

A los pocos años murió su madre y el pequeño Rulfo pasó de ser un chico rico a ser un niño en un internado. “Lo único que aprendí de allí fue la tristeza y la depresión”, confesó. Trabajó como vendedor de llantas Goodyear en México y luego de andar de pueblo en pueblo ofreciendo las ruedas de caucho, fue promovido al área de publicidad. En esos años, en un empleo tan poco familiarizado con la literatura, Rulfo plasmó ‘Pedro Páramo’.


La escritora argentina Reina Roffé publicó ‘Una biografía prohibida de Rulfo’. Allí sostiene que lo que más le desagradaba era que le preguntaran por qué no escribía otra novela. ‘Una vez -relata Roffé- fue invitado a Argentina en 1974 y le preguntaron lo mismo. Rulfo pidió que lean el cuento de su amigo Augusto Monterroso, ‘El zorro es más sabio’, que trata de un zorro que se vuelve escritor y que publica dos novelas muy buenas y deja de publicar, mientras todos lo quieren obligar a que continúe publicando, no con la intención de que escriba mejores obras, sino al contrario, que ya no pueda tener el nivel de las primeras. Por eso el zorro opta por no escribir más’. Así se sentía Rulfo, quien mantuvo relaciones muy dispares con sus colegas escritores. Según la biógrafa, con el culto y diplomático Octavio Paz, futuro premio Nobel, mantuvo un odio visceral. “A Juan le disgustaban los ‘sabelotodo’”. De acuerdo a Roffé, ‘tenía el carácter extraño, atravesado por una desconfianza campesina’.

Para la escritora Elena Poniatowska, el novelista pensaba que la mayoría de la intelectualidad mexicana le deseaba el mal, por eso él les tenía rabia y rencor. Tal vez esa sensación fue atizada por su excesivo consumo de tequila, que lo acompañó toda su vida, pese a que estuvo internado en varias clínicas para curar su adicción. La persecución que vivió desde 1953 por parte de quienes le exigían que publique otra novela, se volvió un reclamo mundial en las décadas posteriores y trastocó de algún modo su personalidad. Pero su hijo menor, Juan Carlos, confesó en una entrevista: “Creo que mi padre estaba en la búsqueda de hacer un nuevo trabajo y estuvo durante veinte años buscando la fórmula. Mis hermanos cuentan que se pasaba las noches escribiendo y luego todo lo rompía”. Si escribió algo, se lo llevó a la tumba, al igual que el secreto de su aventura con una mujer argentina, treinta años menor que él, que ahora radica en Madrid. Apago el televisor.

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