Un joven me escribe a mi correo. ‘Búho, me gustó tu columna de José María Arguedas, también deberías escribir sobre , otro gran escritor peruano’. Sé que es un personaje controvertido, pero este columnista no admira a los escritores o músicos por su carácter o posiciones políticas, me remito a sus obras. Porque si no, cuestionaría a Jorge Luis Borges, por declararse admirador de Pinochet, o a Gabriel García Márquez, por ser amigo del dictador Fidel Castro. Y ese no es el asunto. Admiré a Scorza desde niño, cuando cayeron a mis manos sus poemas. Era un romántico decadente cuando de jovencito escribió ‘Las imprecaciones’ o ‘Los adioses’. ‘Íbamos a vivir toda la vida juntos/íbamos a morir toda la muerte juntos/ adiós/no sé si sabes lo que quiere decir adiós/adiós quiere decir ya no mirarse nunca/vivir entre otras gentes/reírse de otras cosas/morirse de otras penas/adiós es separarse, ¿entiendes? separarse/olvidando, como traje inútil, la juventud...’. Muy joven fue deportado a México por razones políticas y cuando regresa a Lima, a inicios de los 60, se embarca en una tarea editorial legendaria. Convence al millonario Manuel Mujica Gallo para sacar una empresa editorial que edite los libros de autores peruanos a muy bajo costo, en tiradas masivas. Así salieron los famosos ‘Populibros’. Ganó mucho dinero, pero cuando viajó a París, según su amigo, el escritor Rodrigo Núñez Carvallo, estaba quebrado. En París escribiría la obra que lo catapultó a la fama: ‘Redoble por Rancas’. Es la historia de la lucha de los comuneros de Cerro de Pasco contra la todopoderosa compañía minera norteamericana y, sobre todo, cómo un juez provinciano, Montenegro, mantiene aterrorizados a los campesinos y acumula riquezas y tierras. Su esposa, doña Pepita, es peor de abusiva. Tanto miedo le tienen los cerreños al juez que una mañana, mientras paseaba por la plaza de Armas, se le cayó un sol de oro. El magistrado no se dio cuenta del hecho y siguió caminando.

Todo el pueblo sí supo de la moneda, pero nadie, absolutamente nadie, intentó coger la moneda que se mantuvo allí un año, hasta que el mismo juez, que paseaba por la plaza, se percató de ella y la recogió entusiasmado por su suerte. El Nictálope es el personaje principal de la novela que remeció conciencias. La editorial Planeta la editó y fue un ‘boom’ en Europa. Fue traducida a decenas de idiomas y Scorza regresó a Lima famoso, al punto que el presidente Juan Velasco, al enterarse por boca del mismo escritor que el Nictálope estaba condenado a 25 años de cárcel en el tenebroso penal selvático El Sepa, le dio una amnistía y el novelista viaja a la selva para reencontrarse con el protagonista de su obra. En San Marcos me sentaba en el estadio a leer sus célebres obras. Gracias a él, la gente de los Andes tuvo voz. Como para que la ficción se confunda con la realidad, cuando el delirante grupo terrorista Sendero Luminoso inició sus asonadas en los Andes, llegó hasta la hacienda del juez Montenegro, ya fallecido, pero asesinó a su viuda, la otrora poderosísima doña Pepita Montenegro. Antes de morir, Scorza escribió una novela que me gustó muchísimo, ‘La danza inmóvil’. En ella se retrata la vida de dos amigos revolucionarios de París. Uno decide regresar a Perú para enrolarse en un movimiento guerrillero, el otro decide quedarse por el amor de una mujer. Mientras el guerrillero está a punto de morir a manos del ejército -mismo Javier Heraud- y se arrepiente por no haberse quedado en París a vivir con su pareja, el que se quedó vive atormentado porque no viajó a Perú a iniciar la lucha armada. Hay mucho humor y romanticismo en esa novela, la cual recomiendo. Marie Claire y Vaca Sagrada son algunos personajes inolvidables de su última novela. Conocí a su hijo Manuel, que trabajó en el diario Página Libre. Gracias a él pude conocer un poco más al gran escritor, que tuvo muchos adversarios, como Mario Vargas Llosa. El autor de ‘La fiesta del chivo’ escribió una legendaria columna en El Comercio sobre ‘La huachafería’ y allí, con nombres y apellidos, sostiene que en materia de literatura ‘Scorza es huachafo hasta en los acentos y sus comas’. El mismo César Hildebrandt reconoció una vez que de todos los personajes que entrevistó, nunca fue más feroz y agresivo que con Scorza. “Ahora me arrepiento”, dijo, pero en ese tiempo estaba influenciado por las críticas de Mario Vargas Llosa. Este Búho, a pesar de ser el admirador número uno de nuestro Premio Nobel, discrepa con sus conceptos sobre el gran Manuel Scorza e invita a los jóvenes a leer su obra. Apago el televisor.

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