Mario Vargas Llosa escribió 'Conversación en la Catedral'.
Mario Vargas Llosa

Este Búho reflexiona sobre lo que considero que estamos viviendo actualmente: ‘horas desesperadas’ en la . Todo esto me hizo recordar la trama de la extraordinaria novela ‘Conversación en la Catedral’ (1973), una de las mejores obras de . De ella cité a su entrañable personaje ‘Zavalita’. Inmediatamente, una legión de lectores jóvenes me pedían: ‘Búho, habla más de Zavalita’. Pero mejor lean cómo empezó su obra y vean que el Perú no ha cambiado mucho. “Desde la puerta de La Crónica, Santiago mira la avenida Tacna sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos, flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan también, hacia la Plaza San Martín. Él era como el Perú. Zavalita se había jodido en algún momento. Piensa. ¿En cuál? Frente al hotel Crillón, un perro viene a lamerle los pies: no vayas a ser rabioso, fuera de aquí. El Perú jodido. Piensa. Carlitos jodido. Todos jodidos. Piensa. No hay solución”. Increíble. No cabe duda de que la literatura comienza como ficción y termina como la más cruda realidad. Esta retrata a un sórdido personaje que manejaba un ejército de esbirros que eliminaban físicamente y extorsionaban a quienes se oponían a la dictadura. Ese corrupto se llamaba Cayo Bermúdez, ‘Cayo Mierda’, quien no sería otro que Esparza Zañartu, el siniestro ministro del Interior del general Manuel A. Odría. Ese personaje se repetiría en la infausta historia del país, ya que décadas después era el asesor de Fujimori: Vladimiro Montesinos. Otra vez la literatura se anticipa a la realidad. Hoy estamos hasta el cuello con la corrupción de políticos de todas las tiendas. Pero eso lo desnudó mucho antes Mario, en su desgarrador libro de memorias ‘El pez en el agua’ (1993). Pero antes de eso, el escritor definió muy bien al país: “El Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene identidad, porque las tiene todas!” (fragmento de un ensayo sobre la nación).En ‘El pez en el agua’, Vargas Llosa, después de perder las elecciones en 1990, describe a su cruel y maltratador padre, y al fallido matrimonio de este con su madre, Dorita, con estas desgarradoras líneas: “Pero la verdadera razón del fracaso matrimonial no fueron los celos, ni el mal carácter de mi padre, sino la enfermedad nacional por antonomasia, aquella que infesta todos los estratos y familias del país y en todos deja un relente que envenena la vida de los peruanos: el resentimiento y los complejos sociales. Porque Ernesto J. Vargas, pese a su blanca piel, sus ojos claros y su apuesta figura, pertenecía —o sintió siempre que pertenecía, lo que es lo mismo— a una familia socialmente inferior a la de su mujer. Las aventuras, desventuras y diabluras de mi abuelo Marcelino habían ido empobreciendo y rebajando a la familia Vargas hasta el ambiguo margen donde los burgueses empiezan a confundirse con eso que los que están más arriba llaman el pueblo, y en el que los peruanos que se creen blancos empiezan a sentirse cholos, es decir, mestizos, es decir, pobres y despreciados…”.

En la misma obra, Mario escribe su desencanto de todos esos políticos de derecha y todo el gremio empresarial que lo apoyaron en su candidatura del Fredemo en 1990 frente a Alberto Fujimori. El novelista se decepcionó porque, ni bien perdió, estos entusiastas aliados se pusieron el kimono y luego, cuando Fujimori dio un autogolpe y disolvió el Congreso el 5 de abril de 1992, esos mismos lo aplaudieron. Veinticinco años más tarde, la fiscalía irrumpió en el local de la Confiep e incautó toda la documentación tras saberse que ellos también recibieron el dinero sucio de Odebrecht. ¡¡El Perú se sigue jodiendo, Búho!!, me dan ganas de decir, pero mejor dejemos que lo diga Mario Vargas Llosa en ‘El pez en el agua’: “El apoyo al régimen se asienta en un tejido de contradicciones. El empresariado y la derecha saludan en el presidente (Fujimori) al Pinochet que secretamente anhelaban, los militares nostálgicos del cuartelazo lo tienen por su transitorio testaferro, en tanto que los sectores más deprimidos y frustrados, en los que ha calado la demagogia racista y anti-establishment, se sienten de algún modo interpretados, en sus fobias y complejos, por los planificados insultos de Fujimori a los políticos «corrompidos», a los diplomáticos «homosexuales» y por una rudeza y vulgaridad que les da la ilusión de que quien gobierna es, por fin, «el pueblo»”. Diría que los rostros son los mismos, solo más viejos, ajados, más panzones y forrados en billetes sucios. Aunque ya estén traspasando, vendiendo propiedades, ninguno duerme o lo hacen con un ojo abierto porque se les viene la noche. Apago el televisor.

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