(Netflix)
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Este Búho es, como todos saben, un amante del cine. Por eso sigo con atención el debate entre algunos amigos críticos del séptimo arte sobre el acontecimiento que sacudió a los grandes estudios de Hollywood: la irrupción de la plataforma de streaming Netflix en la producción de películas de cine con millonarios presupuestos.

Algunos ‘puristas’ despotricaron por la presencia de la plataforma ya que podía arruinar, entre otras cosas, el sublime ejercicio de salir de tu casa a ver una película en un cine, en pantalla grande, con canchita y refresco. Sin embargo, otros, defensores de este servicio, replicaron: ‘¿Qué hubiese pasado si a esa joyita llamada ‘Roma’, de Alfonso Cuarón, no la hubiera proyectado Netflix a nivel mundial, sino únicamente un circuito comercial de salas de cine?’. Pues un filme como ese no habría durado ni una semana y los programadores la hubieran retirado por no ser comercial y por carecer de ‘actores taquilleros’.

En cambio -se respondían-, gracias a ese sistema de streaming, millones la han visto. En esta discusión de ‘expertos’ yo prefiero tener la postura del exlíder chino Deng Xiaoping al hacer ingresar a la Coca Cola al mercado de China comunista, lo que ocasionó críticas por ‘venderse al sistema capitalista’, cuando lo que él quería era modernizar la industria y la economía china, atrasada y dependiente.

Deng respondió brillantemente con un ejemplo doméstico: ‘No importa de qué color sea el gato, con tal que cace ratones’. Así veo yo el hecho de que Netflix produzca películas. Ya Martin Scorsese filmó ‘The Irishman’ (‘El irlandés’) para la plataforma, con un presupuesto de 200 millones y con Robert DeNiro como protagonista en esta película de mafia. ‘Netflix corrió riesgos que nadie quería correr’, afirmó el director. Pero puso una condición: que el filme también se exhiba en un circuito de salas cinematográficas, pero infinitamente más restringido.

Este columnista hace esta reflexión después de ver ‘Triple Frontera’ (2019), la trepidante película de Netflix protagonizada por Ben Affleck, Oscar Isaac, Pedro Pascal y Charlie Hunnam. La dirección recayó en J.C. Chandor (‘El año más violento’), el guion en Mark Boel y la producción ejecutiva en Kathryn Bigelow, todos ganadores del Óscar. De semejante producción y casting, debía resultar un filme impactante y lo consiguieron.

Un puñado de un exgrupo de élite norteamericano, después de arriesgar una y mil veces la vida en expediciones en países lejanos de Medio Oriente y África, terminan con un retiro en su país, donde no les reconocen sus méritos y terminan como grises vendedores de casas, conferencistas o luchadores de ‘vale todo’.

El único del grupo que todavía sigue en actividad está sepultado en una nación sudamericana, intentando dar caza al más grande narcotraficante del país, un psicópata asesino, y siente que la CIA y la policía local traicionan sus operativos. Por eso decide reclutar a su antiguo grupo, ya no para luchar por el territorio, sino para su propio bolsillo y robarle cien millones de dólares al narco que los tiene escondidos en su casa, en medio de la selva.

Aquí veremos cómo la inicial integridad y compañerismo del grupo se ve erosionada a la hora de toparse con el dinero sucio. Combates interiores éticos y morales combinados con incesante acción, al estilo de los viejos filmes de comandos más cercanos a ‘Los doce del patíbulo’, que a las películas más ‘cerebrales’ de la productora Bigelow. Para verla un viernes o sábado en la noche, tomando algo calientito. Apago el televisor.

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