Este lloró con la cuando anotó ese gol que derrumbó esa muralla que parecía inquebrantable. No por el duro conjunto oceánico, sino por el miedo escénico, por esa ansiedad de no . Con el gol de la , para sentenciar el partido, me quedé incrédulo. Los hombres y los niños, las mujeres, los señores de la tercera edad. Todos lloraban en la tribuna occidente, de donde salí raudo para escribir en una cabina donde la señora me conocía desde que hice la . ‘Señor Búho, la máquina más rápida es suya, gratis, porque clasificamos al Mundial’.

Cuando el árbitro franchute Clément Turpin dio el pitazo final señalando el centro del campo, miré al cielo y, se los juro, y me sentí morir. Y así como se dice de aquellos que se van de este mundo y, por milagros del destino, regresan a la vida, yo también vi la mía en retroceso, con especial énfasis en todos mis episodios pasados relacionados con el fútbol. El llanto de Ferrando cuando Perú eliminó a Argentina en 1969 y yo tenía cinco añitos. El eufórico presidente de facto, , ebrio de whisky y emoción poniéndose la camiseta sudada del capitán Julio Meléndez encima de su guayabera.

Año 1977, cuando Perú clasificó al Mundial de Argentina 78. Y el más inolvidable, pues ya era un jovencito que estudiaba en San Marcos: aquella tarde cuando desde la tribuna norte vi a la selección de Tim sacar del camino a Uruguay y ganarse un lugar en el Mundial de España 1982. Nunca imaginé que pasarían tantos años para ver otra vez a mi Perú clasificar a una justa mundialista, ya con una hija y ciertas arruguitas, parafraseando a Vargas Llosa en ‘Los cachorros’. Pero nunca perdí la fe.

Crecí con muchos que me decían que ‘nunca vamos a clasificar a un Mundial’, como si se tratara de una terrible maldición. Será por eso que, a pesar de haber pasado de ser jefe de Deportes a editor general del diario y luego, a privilegiado columnista, siempre busqué conversar con futbolistas que llegaron a este momento cumbre. Pasé inolvidables tardes y tuve aleccionadoras charlas con Roberto Chale, Julio César Uribe, José Velásquez; con el ‘Gato’ Salinas en Valencia; con el ‘Chevo’ Acasuzo, decenas de mañanas, en su oficina de ‘Vivanda’; con el ‘Cholo’ Hugo Sotil y Lucho La Fuente en Villa María del Triunfo, donde chambeaban con juveniles. Hasta me fui a la casa de Luis Rubiños, arquero en México 1970. Estaba obsesionado con la selección y los mundiales.

Y los años pasaban y se elegían presidentes, entrenadores, alcaldes; estallaban escándalos, se imponían modas e ídolos musicales, desde Menudo hasta Lady Gaga, y programas televisivos, desde la novela ‘Carmín’ hasta la serie ‘Al fondo hay sitio’. Todo transcurría, todo cambiaba, pero el único hecho que permanecía invariable era que seguíamos sin ir a una Copa del Mundo. Tengo que agradecer, a nombre de esos millones de niños y jóvenes que nunca vieron a Perú en el Mundial, a , que pasará a la historia por la gratitud del pueblo peruano, junto con los entrañables Waldir Pereira, Didí; Marcos Calderón y Elba de Pádua Lima, Tim.

Y, por supuesto, a , la mayoría jóvenes que solo acumulan una Eliminatoria, como Cueva, Flores, Trauco, Advíncula, Gallese, Ramos, Yotún, Renato Tapia, Polo, Hurtado, Araujo, Aquino, y los veteranos de mil batallas, como el inolvidable , Jefferson Farfán, el ‘Mudo’ Rodríguez. Llegar al Mundial era una espina que se nos removió del alma. El Perú volvió a sonreír y nos quitamos un terrible complejo. La felicidad de la clasificación al Mundial no ocultará el pensamiento de la mayoría de la población: ‘El pueblo nunca olvida’. Los faenones, la corrupción, las aceitadas. Pero por hoy dejemos que aflore lo mejor de nosotros, la algarabía, que se hace evidente en la sonrisa de mi hija, de los niños en la calle. Por ellos, ¡Gracias, Gareca! ¡Gracias, jugadores del Perú!, la hicieron linda y merecen estar en el mejor torneo de fútbol del mundo. Apago el televisor.

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