Este Búho recibe correos de chicas estudiantes de Literatura y Periodismo. ‘Búho, hace tiempo deberías escribir sobre la poeta , somos muchas quienes la tenemos como una escritora de culto’. Gracias a estas veinteañeras conocí el trabajo de Sylvia y me quedé deslumbrado no solo con sus poemas y novelas, como ‘La campana de cristal’ y ‘Diarios íntimos’, también con su vida desgarradora y atormentada, a la que dio fin voluntariamente cuando solo contaba con treinta años. A cincuenta y cuatro años de su desaparición, esta norteamericana continúa engrosando legiones de admiradores en todo el mundo. Sobre todo, después que su exesposo, el inmenso poeta inglés Ted Hughes publicara, en 1996, una edición parcial de sus ‘Diarios íntimos’, pero astutamente destruyó la parte que abarca los últimos meses de su vida, porque uno de los motivos de su suicido tenía que ver con las infidelidades del poeta y su posterior separación. En el año 2000 se publicaron en el Reino Unido los diarios completos. Allí reveló que a los veinte años intentó suicidarse por primera vez. Se escondió en un hueco en la entrada de su casa y tomó una bolsa de barbitúricos. Cuando sus padres la descubren, después de dos días, al escuchar sus gritos de dolor, la internaron en un hospital psiquiátrico. En sus diarios dice que por ese tiempo sentía una gran envidia por los hombres: ‘Una envidia profunda y peligrosa que, me imagino, puede corroer cualquier relación’. Los celos, la relación de pareja, marcarían su trágica existencia. ‘¿Puede una mujer autosuficiente, excéntrica, celosa y con poca imaginación escribir algo que valga la pena? Y sobre todo, ¿puede conseguir pareja?’, reflexionaba. Cuando ingresó a la Universidad de Cambridge, asegura en su diario, llegó decidida a buscar ‘un gran amor, explosivo y peligroso’ y lo encontró en Hughes. Un tipo pintón, narcisista y que supo saciar la pasión que llevaba dentro la escritora, que después de casarse, en 1956, escribe: ‘Atrás quedaron esos días en busca de la satisfacción egocéntrica de conquistar hombres que se iban derrumbando uno a uno’.

Al principio todo fue color de rosa. ‘Mi perfecta media mitad masculina’, llama a su esposo. Pero después, la fama de Ted la opaca, las infidelidades la desquician, él no puede dejar de mirar y estar con otras, mientras ella trabajaba como secretaria en un hospital, cuida a sus dos hijos y escribe sin cansancio. Él la deja al borde de un barranco sin fondo cuando la abandona por otra. Sin embargo, esos dos últimos años de su vida fueron muy creativos. Estaba escribiendo una segunda novela y culmina los mejores poemas de ‘Ariel’. ‘Soy una escritora de genio, se me ha concedido el don. Estoy escribiendo los mejores poemas de mi vida. Los que me harán famosa’, le escribe a su madre pocos meses antes de suicidarse.

Escribió: ‘Soy de plata y exacto. / Sin prejuicios. / Y cuanto veo trago sin tardanza / Tal y como es, intacto de amor u odio. / No soy cruel, solamente veraz: / Ojo cuadrangular de un diosecillo. / En la pared opuesta paso el tiempo meditando: rosa, moteada / La he mirado tanto que es parte de mi corazón. Pero se mueve. / Rostros y oscuridad nos separan sin cesar. Ahora soy un lago. Ciérnese sobre mí una mujer, busca mi alcance. / Vuélvese a esos falaces, las luciérnagas de la luna. / Su espalda veo, fielmente la reflejo. Ella me paga con lágrimas y ademanes. / Le importa. Ella va y viene. / Su rostro con la noche sustituye las mañanas. Me ahogó niña y vieja (El espejo)...’. Su vida fue como una película trágica y fue llevada al cine con el título de ‘Sylvia’ con Gwyneth Paltrow como la poeta, y Daniel Craig como Ted Hughes. Su tumba, en un pueblito de Inglaterra, es motivo de peregrinación de feministas y siempre es razón de controversia porque manos anónimas garabatean con pintura el apellido de su esposo, para que solo se lea ‘Sylvia Plath’. Apago el televisor.

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