Este Búho no puede dejar de rebelarse contra un destino, a veces implacable. Veía, sobrecogido, las primeras que, otra vez, hizo temblar no solo a los edificios y casas de México, sino también a sus habitantes. Este castigo de la naturaleza, de 7.1 grados en la escala de Richter, se desató justo el día en que los mexicanos desarrollaron, en horas de la mañana, un simulacro en conmemoración a la heroica reconstrucción que el pueblo hizo de la ciudad después de que un 19 de setiembre de 1985, un terremoto de 8.1 grados destruyó gran parte de la capital y dejó más 10 mil muertos en cifras oficiales y 45 mil, según organizaciones de damnificados. Como se sabe, la Ciudad de México, después de la conquista española, se edificó sobre lo que fue la ciudad acuática de Tenochtitlán, capital del Imperio Azteca. Es decir, lo que hoy es el DF, fue en tiempos prehispánicos lagos e islas, al punto que en la guerra entre Hernán Cortés y Moctezuma se libraron batallas navales. Por eso, los especialistas sostienen que la razón que terremotos de siete u ocho grados no causen derrumbes de edificios en otras ciudades propensas a actividad sísmica, pero sí en el Distrito Federal, donde se caen como castillos de naipes, es por su inconsistente suelo. A esto se agrega que el sistema energético mexicano (es a gas), que se conecta por toda la ciudad, si bien permite a los ciudadanos abaratar los costos en termas y cocinas, cuando se produce un sismo de gran intensidad sufre fugas e incendios, que terminan en grandes explosiones, a veces en cadena. Por eso, la cifra de casi 200 muertos que se difundieron a unas horas de concluido el sismo, que duró más de un minuto, resultarían irrisorias, porque recién se iniciaron las labores de rescate con la remoción de escombros y se apagaron los incendios, donde, seguramente, la cifra de fallecidos aumentará.

Este columnista con el hermano pueblo mexicano. Ellos, como nosotros, sufren en carne propia lo terrible que es vivir en un país de temblores y terremotos. Hoy, en el siglo XXI, gracias al avance de la tecnología, pudimos ver, a solo minutos del terremoto, filmaciones de ciudadanos que, sobreponiéndose al miedo, se atrevieron a grabar la verdad en imágenes que me pusieron la ‘carne de gallina’. Algunas de exteriores, como cuando se filma un incendio en el techo de un edificio y, de pronto, tras unos segundos, se produce una tremenda explosión, idéntica al impacto de un avión contra las ‘Torres Gemelas’ (Nueva York). Esa fue una explosión de gas y seguro cobró muchas víctimas. Otra desde el interior de un departamento, donde se ve a una rubia aterrada rezando ‘Ángel de la guarda, no me desampares’, mientras su pareja filma y solo atina a gritar ‘¡No mames, no mames!’, al ver que su dormitorio parece ser presa de una fuerza demoniaca invisible. Los cajones saltan solos y desparraman la ropa, joyas, todo se cae como si fuera una película de exorcismo. Otras voces rezan ‘Virgencita de Guadalupe’ y el que graba ya no puede más, solloza y ensaya una oración ‘Padre nuestro, que estás en el cielo...’. Se los juro que me quebré al apreciar esas imágenes. Verdaderamente eran de terror. Que nuestra solidaridad se materialice con nuestros hermanos mexicanos. Ellos, después del terremoto de 1985, que desnudó la nula labor de prevención contra desastres del gobierno del PRI, aprendieron la lección y ahora tienen un sistema de sirenas que se activan minutos antes que se produzca el desastre. Algo que recién las autoridades peruanas anuncian que se va a instalar en el país. Los especialistas y geólogos no se cansan de repetirlo: Un terrible sismo de similar intensidad al de Pisco, tendría como epicentro Lima. Y con tantas zonas, donde los pobladores viven en casonas viejas, como el Rímac o Barrios Altos, los que viven en cerros con construcciones sin columnas, los que habitan en los acantilados de ríos, todos ellos podrían engrosar una cifra de víctimas que se calcula en más de 10 mil. La desgracia ya está anunciada y esperemos que este terrible ejemplo de México nos haga reflexionar. Apago el televisor.

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