El Chato Matta
El Chato Matta

El Chato Matta llegó al restaurante con cara de resaca y se pidió un cebiche de bonito con bastante ají limo, canchita y choclito. También se tomó una jarra de chicha morada heladita. “María, de vez en cuando me tomo mis tragos cuando me entra la nostalgia. Soy de mente positiva, pero también sufro a solas en mi cuarto. Mi viejita, que es un ángel, me dice ‘estás pagando tu mala cabeza. Es triste terminar viejo y solo’. Mi madre me ama y se preocupa por mí.

Pancholón está en cuarentena. Se salvó de milagro y el médico le ha prohibido salir a la calle, tomar licor y tampoco nada de sexo. Como todos los veranos, siempre vuelve al Perú mi ‘italiana’. Yo te conté que habíamos estudiado juntos en el colegio y nos dejamos de ver. Ella se fue a Turín para trabajar como enfermera. Allí estudió Tecnología Médica y laboraba en una clínica. Tenía su departamento y no se había casado. Yo estaba separado. En una reunión de reencuentro la vi figurita, bien vestida, me gustó. Esa noche, después de la discoteca, terminamos en un hotelito que ella escogió y pagó.

Al salir de allí, ya éramos enamorados. Vivimos un mes de locura. Nos fuimos a Máncora. ‘Chato, hay que casarnos. Tengo que volver a mi trabajo. Te mando tu pasaje, nos casamos y nos vamos de viaje en un crucero’, me dijo. Estaba ebrio de amor, encamotado y le dije que sí. Los primeros meses le escribía y hablábamos por celular. Después me aburría. Ella sí me bombardeaba con largos correos. Pero a dos semanas del viaje a Europa, corté la relación.

Fue una decisión difícil y dura. Ella sufrió mucho. Pero la ‘italiana’ no me soltaba. Cada vez que venía al Perú, me buscaba: ‘Chato, acuérdate que tú me dejaste a dos semanas de nuestra boda. Acabo de alquilar una casa en el sur. Tiene su piscinita y tenemos para estar tú y yo solos. Solo ven con lo que llevas puesto. Te he traído ropa muy bonita de Italia. Te paso a recoger en la puerta del Superba a las 10 de la mañana’. Pasamos una semana de locura.

Una noche volvió a hacerme la propuesta: ‘Chato, tú ya estás soltero. Vamos a Turín, tengo un puesto para ti en un hospital. Empieza a estudiar tu italiano’. Ahora sí le hablé bonito. Había revisado mi libro de García Márquez, el de ‘Los cuentos peregrinos’. Allí, la protagonista, cuando se separa de su marido, le dice, recitando una frase del gran Vinicius de Moraes: ‘El amor es eterno, mientras dure’. ‘Gordita, yo no te amo, nos llevamos bien, pero...’, le dije. Me miró con rabia: ‘Nunca vas a cambiar, Chato mujeriego, te vas a arrepentir cuando no tengas ni un perro que te ladre. Tengo una amiga, la brujita Silvia, quien quiere conocerte…’. La otra semana les cuento”. Pucha, ese Chato tiene sus historias. Me voy, cuídense.

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