El Chato Matta llegó al restaurante por un poderoso y humeante caldo de gallina con huevito duro. De segundo, un escabeche de pollo con arroz blanco y su jarra de emoliente con linaza.

“María, estaba tranquilo navegando en una cabina de Internet y recibí un mensaje en mi Facebook. ¡Una confirmación de amistad! Era de Rafaella, la morocha con la que trabajaba en el ministerio, en la época del Chino Fujimori. Mi mente empezó a volar. Ella era del Rímac y no pasaba de los veinticinco años. En ese tiempo era secretaria del jefe de personal y la ‘reina’ de edificio, pero como nunca me gustó ser uno más en la lista de ‘giles’ que estaban atrás de ella, no le paraba balón; a diferencia de otros jefes e incluso gerentes que la invitaban a salir, le mandaban chocolates y flores.

En realidad, la morena estaba diez puntos, mejor cuerpo que el de Dorita y sin ninguna cirugía. Una noche, en una fiesta por el cumpleaños del ministro, ella se había sentado en la mesa con los ‘bravos’, que le servían los vasos de whisky etiqueta azul. Yo me encontraba atrás, en la mesa de las secretarias y las de administración, que hablaban pestes de Rafaella. Lucía de la Cruz cantaba a todo volumen: ‘Este secreto que tienes conmigo nadie lo sabrá, este secreto seguirá escondido una eternidad... Nadie sabrá que tu pecho juntito al mío ha latido, que disfrutamos instantes de fascinante dulzura...’, y todo el mundo la miraba.

Me fui al baño y cuando regresé, afuera estaba la morena esperándome. Me iba a pasar de largo y me jaló: ‘Oye Chato monse, qué tienes conmigo si yo no te hice nada’. ‘Anda baila con ese viejo feo del gerente’, la arroché. ‘No, voy a bailar contigo’, me susurró al oído y me apretó la mano. Había tomado bastante whisky y acepté el reto. Ella me habló despacito: ‘Chatito, sal primero, yo te sigo, vamos a otro lado’. Nos fuimos a ‘demoler hoteles’, como cantaba Charly García.

Allí, antes de hacer el amor, bañándola con una cervecita negra, me cantó su canción favorita, la de la tía Lani Hall: ‘En la calma y en locura te seguiré, si me pides dulzura, azúcar te daré/ si me quieres como aventura, de aventura me vestiré,/ porque soy la mitad de ti, te seguiré’. Me gustaba, pero ahí nomás. De un momento a otro se ponía en plan de ‘esposa’, me celaba y le dije para terminar. Se puso como loca y amenazó con ir a contarle todo lo nuestro a mi señora. Al toque llamé a Pancholón: ‘No te preocupes’, me dijo. ‘Cítala en el restaurante donde siempre se encuentran y no vayas, yo me encargo de todo’.

A los tres días, Pancholón llegó con unas fotos en blanco y negro. En ella se veía a la morocha chapando con un gringo en el restaurante y en otra, entrando abrazados al hotel.

‘Dale estas fotos a una amiga tuya que le tenga bronca para que la amenace con entregárselas al jefe de personal, que tiene algo con ella.’ La tía July se prestó para la jugada. Rafaella vio las fotos y quiso darle la mitad de su sueldo. ‘No me des nada, solo deja tranquilo al Chato, él tiene su esposa, lo tuyo fue una aventura de una noche de tragos y nada más’. Ella aceptó. ¿Qué había pasado? Pancholón hizo la famosa ‘carnada’. Mandó al restaurante a su cliente, el cotizado modelo brasileño ‘Ricky Ricón’, con pinta de Brad Pitt, a enamorar a Rafaella, que con un par de tragos se le ‘regaló’ toditita’. Ahora ella, después de años, me pide confirmar amistad. No, esa mujer es un peligro”. Pucha, ese Chato también tiene sus historias. Me voy, cuídense.

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