Pancholón y el doctor Chotillo están de más.
Pancholón y el doctor Chotillo están de más.

El Chato Matta llegó al restaurante por su papa a la huancaína con sus tallarines rojos y una presa grande de pollo encima. Para beber, su jarrita de cebada calientita.

“María, recibí una llamada urgente del doctor Chotillo. ‘Chato, vente urgente al sauna, pero por favor, veas lo que veas, no le cuentes nada a Pancholón’. Cuando llegué, el médico estaba en el jacuzzi. ¿Qué pasa, doctor, por qué tanta urgencia? El ‘paganini’ volteó la cara y no pude evitar dar un grito de espanto. ‘¡Mira lo que le hicieron a un hombre enamorado!’.

Estaba con el ojo morado y casi desfigurado, se parecía al ‘pepón’ de la tele cuando lo abollaron por partidor. ‘Chatito, tenías razón cuando me aconsejabas que tenga cuidado con las ‘venecas’. Sabes que me gustan mucho porque son cariñositas y dulces. Conocí a Dailis en un semáforo. Vendía maracuyá y chicha sin azúcar, pero no me importaba, a cada rato pasaba con mi camionetón y me tomaba ese brebaje infame solo para verla. Hice la de Pancholón, un día le entregué mi tarjetita. A la siguiente vuelta, ella me comía con los ojos.

‘Papi, peruanito lindo, déjame consentirte, gracias por pasar a cada rato, tu sonrisa hace que esta catira se refresque’. La rubia fácilmente podía ser candidata a Miss Venezuela. Tenía un pompis más impresionante que el de Jennifer Lopez. A la semana ya se había convertido en mi señorita enamorada y la saqué de un cuarto donde compartía con cinco compatriotas y le puse un ‘depa’ por la parte ‘ficha’ de Lince, cerca al Touring.

Pero ella paraba llorando. ‘Chotillito, no puedo ser feliz contigo si no tengo a mi familia, que sufre hambre por culpa de Maduro. ¿Me puedes prestar mil dólares para traer a mi hermanito querido para que trabaje y ayude a mi mamá?’. Y me jaló al dormitorio donde me hizo un baile impresionante. Al toque le solté los verdes. ‘¡Te los regalo!’, grité de placer. A la semana ya tenía en la casa a su hermanito, que paraba echado en la cama con la laptop, con veintitantos años, y parecía tener la enfermedad de la vagancia.

Todo el día dormía. Solo se levantaba para hacer ejercicios y levantar pesas. Una tarde anuncié que me iba a un Congreso, en Cartagena. En el aeropuerto me di cuenta de que me había olvidado mi ponencia. Volé de regreso, abrí la puerta del dormitorio y encontré a Dailis y su ¡hermano! en la cama como amantes. ‘¡Fuera de mi casa, cochinos, sinvergüenzas!’, exclamé y fui a sacar mi bate de béisbol. El ‘hermanito’ se levantó y me dio una paliza con el bate. Chato, ayúdame, ¿no conoces a una ‘batería’ que desaloje inquilinos precarios? Pero por favor no le digas a Pancholón, que después va a correr la bola y me va a cobrar lo que le debo’”. Pucha, eso le pasa por sinvergüenza a ese doctor Chotillo. Me voy sorprendida, cuídense.

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