Serenazgo de Lima los capacita y convierte en parte de la vigilancia local. (Difusión)
Serenazgo de Lima los capacita y convierte en parte de la vigilancia local. (Difusión)

El fotógrafo Gary llegó al restaurante por un sabroso plata grande de frejoles con seco de cabrito.

“María, me pararon los guachimanes de mi barrio, ellos son muy colaboradores con los vecinos, a mi viejita le cargan la bolsa cuando baja del taxi, ayudan a los de la tercera edad y nos protegen de los elementos de mal vivir que merodean el vecindario. ‘Señor Gary, nosotros, los hombres de seguridad somos fieles lectores de Trome.

A los vigilantes nos sacan en la publicidad televisiva, como en esa donde una gringa extranjera se enamora de un vigilante, o en la serie de televisión ‘Mi amor el guachimán’, que hizo famoso a Christian Domínguez. Pero esa serie no reflejaba nuestra realidad, que es trágica e injusta’. Y me comentaron la terrible noticia de hace una semana. ‘Un colega murió de forma horrible. Lo asesinaron ladrones que asaltaron el local del Ministerio Público de San Juan de Lurigancho. Allí redujeron al vigilante Sergio Torre Paredes, a quien cubrieron toda la cabeza con plástico y cinta de embalaje. Los malditos ladrones lo dejaron encerrado en el baño y el joven murió asfixiado’.

Los vigilantes estaban muy dolidos y comenzaron a explicar lo dramática de su situación. ‘Señor Gary, hay como ciento treinta mil vigilantes en el país, hombres y mujeres. Y pese a que trabajamos en empresas formales, no gestionan el permiso para portar armas. Le damos vigilancia a grandes empresas privadas y públicas, pero nos tratan como si fuéramos trabajadores informales y no hablamos de diez ni veinte compañías, son la mayoría de empresas en todo el país, hasta el congresista Mamani se enriquece con el rubro de la seguridad en Puno’.

Los muchachos no quisieron identificarse por miedo a las represalias, pero me contaron que, pese a que ponen sus vidas en riesgo, ¡¡no tienen seguro de vida!! ‘Solo podemos acceder a ese ‘beneficio’ cuando hayamos cumplido cuatro años de trabajo permanente, las catorce horas que nos hacen laborar es para poder ganar un poquito más del sueldo mínimo’. Me datearon que el vigilante Sergio Torre, muerto en el cumplimento de su deber, estaba en esa situación de injusta explotación.

María, yo me pregunto, ¿por qué de una buena vez no se debate una ley en el Congreso que ponga orden y justicia para ese ejército de jóvenes que también combaten la inseguridad ciudadana y, en muchos casos, dan su vida sin recibir nada a cambio?”. Pucha, mi amigo Gary tiene razón, los vigilantes están desprotegidos. Me voy indignada, cuídense.

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