POR: MIGUEL RAMÍREZ / PERIODISTA DE INVESTIGACIÓN

Lo primero que tienen que hacer los , desde el primer día que asuman su cargos, es demostrar con gestos y actitudes que son diferentes a los del anterior Congreso, el más deleznable y el peor que ha tenido el país.

Eso es lo que dice la calle, el hombre de a pie. Y no les falta razón. Un buen arranque sería que desistan de contar o racionalizar su resguardo policial y pulverizar la inmunidad de la que gozan, como lo prometieron muchos de ellos durante la campaña electoral.

Al ministro Carlos Morán le cayó de todo cuando anunció esa medida. Pero la cantidad de efectivos que se encargan de resguardar a los parlamentarios es escandalosa: suman en total ¡430 agentes! Ya no existe el terrorismo de Sendero Luminoso que lo podría justificar.

El presidente del Congreso cuenta con 1 oficial superior de armas como jefe de escolta, 12 suboficiales para la seguridad y protección, 2 suboficiales para seguridad domiciliaria, un mayor para traslado de la escolta y 2 policías más que manejan las motos, conocidas como ‘liebres’.

El vicepresidente tiene 4 suboficiales para su seguridad y protección, 2 suboficiales para su seguridad domiciliaria y un policía que maneja una motocicleta.

Y cada uno del resto de congresistas (son en total 130) tiene asignado dos suboficiales. Entre ellos suman 280 agentes, sin contar los que también tienen labores de seguridad en el Congreso.

Si bien es cierto el resguardo policial es constitucional, esa gollería solo ocurre en el parlamento peruano y no en otros países.

“Nosotros tenemos ese derecho por la función importante que desempeñamos. Nos pueden agredir o atentar con nuestra familia”, escuché decir a un congresista electo que tiene un ego colosal.

Si ejerce bien su función, ¿por qué alguien intentaría agredirlo? Hay millones de limeños, hombres y mujeres, que llegan a sus casas a la medianoche cansados de trabajar y nadie los protege.

No nos olvidemos que muchos de los congresistas disueltos se la pasaban en el Hemiciclo tomando cafecito, mirando revistas de mujeres calatas, hacían lobbies y se desaparecían. Y, encima, trataban a sus policías como empleados domésticos.

La inmunidad parlamentaria es otro beneficio cuestionable. En el Congreso pasado, los parlamentarios decían que la inmunidad les permitía investigar y los protegía de demandas judiciales.

Que se recuerde, todas las investigaciones que allí se hicieron fueron para proteger y blindar a los líderes de sus partidos, como Keiko Fujimori y Alan García.

Peor aún, esa inmunidad la utilizaron para difamar y calumniar a enemigos políticos y a periodistas, pues sabían que nadie los podía querellar y llevarlos a juicio. Uno de los principales difamadores fue el congresista fujimorista Héctor Becerril, solo basta revisar su cuenta de Twitter y sus iracundas declaraciones.

La pelota está en la cancha de los nuevos ‘padres de la patria’. Nos vemos el otro martes.




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