Uno pensaría que en pleno siglo XXI los asesinos seriales no estarían tan presentes como en los años 70 u 80. Sin embargo, durante los primeros años de los 2000, los titulares en la se inundaban del nombre de Juana Barraza Samperio, también conocida como ‘La Mataviejitas’. Este apodo se lo ganó porque se descubrió que .

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Vestida con un estetoscopio y una identificación falsa de asistente social, Barraza lograba ingresar a las casas de estas personas. Ni bien entraba a las casas de los adultos mayores, los golpeaba en la cabeza y las apuñalaba hasta matarlas. Actualmente, está viviendo su condena de más de 700 años.

DURA INFANCIA DE JUANA BARRAZA

El 27 de diciembre de 1957, Juana Barraza Samperio nació en Epazoyucan, México. Desde temprana edad, su vida estuvo marcada por el asesinato de su hermano mayor y una madre entregada al alcohol. Esta adicción hacía que cada cierto tiempo la “sortee” al mejor postor por unas cuantas cervezas.

“Cuando tenía 11 años mi mamá le dijo a un señor que era joven, pero yo tenía 11 años y para mí era un señor de 26 años. ‘Dame unas cervezas y te llevas a mi hija’. Cuando él abusó de mí, me tuvo que amarrar en la cama para poderme tocar”, contaba Juana luego de que la capturaran.

Juana Barraza, 'La Mataviejitas'.
Juana Barraza, 'La Mataviejitas'.

Con todos esos años de traumas encima, Juana decidió estudiar enfermería por un tiempo. Luego de ello, trabajó como vendedora de canchita o palomitas de maíz por varios años. Finalmente, por cuestiones del destino, empezó su carrera de luchadora profesional en la lucha libre mexicana donde adoptó el nombre de ‘La Dama del Silencio’.

Sin embargo, cuando terminó esta etapa de su vida, Juana decidió empezar con su disfraz de trabajadora social de México para ganarse la confianza de las mujeres mayores. Portaba siempre con ella un carné falso y un estetoscopio, lo que le daba más credibilidad. Lo que ellas no sabían es que una vez ponía un pie dentro de sus casas, el infierno empezaba.

EL NACIMIENTO DE LA MATAVIEJITAS

Según las investigaciones, todos sus asesinatos tenían el mismo modus operandi. Para asesinarlas, golpeaba fuertemente a las personas mayores, también las apuñalaba e, incluso, llegaba a abusar sexualmente de ellas. Para terminar, las estrangulaba con un estetoscopio, desmantelaba las casas y se iba sin dejar huellas.

Su primera víctima fue María de la Luz González Anaya (64) el 25 de noviembre de 2002. A los cuatro meses, le siguió Guillermina León (84) y, a fines de año de 2005, ya había acumulado otros 46 asesinatos según los datos que había acumulado la policía.

No obstante, los primeros testigos hablaban de un hombre disfrazado de mujer, debido a que tenía una apariencia masculina, con el cabello corto y rubio, vestida de color rojo. Incluso, se llegó a fabricar un busto de arcilla con los datos recopilados y el fiscal federal dijo que se trataba de un hombre “muy sagaz, cuidadoso y con una mente brillante”.

Esta racha de asesinatos terminó el 25 de enero de 2006 con el apuñalamiento de Ana María de los Reyes Alfaro (84). Cuando ella se empecinaba a huir del lugar, el inquilino de la anciana la encontró. Entonces, decidió avisar de inmediato a la policía y describió al asesino serial que estaban buscando, solo que era una mujer y no un hombre como serían.

SENTENCIA DE CIENTOS DE AÑOS

En ese momento, un amplio despliegue policial llegó al lugar y encontró las huellas de la mujer de 48 años por toda la casa. Cuando dio sus primeras declaraciones, se justificó diciendo que lo hacía porque necesitaba dinero. Sin embargo, al sentir la presión policial, reveló que “odiaba a las señoras, porque mi mamá me maltrataba, me pegaba, siempre me maldecía y me regaló con un señor grande”.

Para ese entonces, los medios de comunicación mexicanos ya le habían puesto el sobrenombre de ‘La Mataviejitas’. Al iniciar su juicio, la Fiscalía la acusó de 48 asesinatos, pero ella solo se adjudicaba uno de ellos. No fue hasta mediados de 2008 que un juez la encontró culpable de 17 de ellos, además de robo agravado.

Sin dudarlo, le dieron una sentencia de 759 años. El juzgado decidió mandarla a la cárcel de Santa Martha Acatitla, en Iztapalapa, Ciudad de México. Desde ahí, no ha dejado de anunciar su inocencia ante cualquiera que habla con ella. Para 2015, se enamoró de otro recluso y tuvieron un corto matrimonio de un año. Todo lo contrario al tiempo que pasará encerrada.

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