Fotos: Juliane Angeles
Las maravillas escondidas de Satipo

Por Juliane Angeles ()

El hombre no debe perder el contacto con la naturaleza, pero a veces, la rutina y la vida laboral pueden hacerle olvidar lo gratificante y beneficioso que es estar en medio de la selva central, por ejemplo. Con esta idea, viajé a Satipo hace unos días, y aunque me sorprendió lo inesperado, no me equivoqué en intentar emular —con poco éxito— a Lara Croft. El contacto con la naturaleza no tiene comparación. No hay nada que se le parezca.

Dos días y medio no son suficientes para conocer las 176 cataratas que hay en Satipo. Eso sin contar sus otros poderosos atractivos, como la gastronomía y sus frutas exóticas.

El primer día, nuestro guía, Che Zúñiga, nos incursionó en Río Negro, al Este de Satipo. La noticia: un árbol petrificado en pleno campo. Una vez cerca, comprobamos que se trataban de dos misteriosos troncos, con un orificio cada uno, arraigados a la tierra. No se sabe cómo adoptaron su extraña forma ni de cuánto tiempo datan. De hecho, los lugareños lo han bautizado como “una de las maravillas y enigmas de la naturaleza”. El misterio cundía el ambiente. Me sentía como los gemelos de Gravity Falls, a punto de descifrar un importante misterio, pero una pareja de grillos eligió uno de los troncos del árbol petrificado para aparearse. Nadie pudo ignorarlos. No culpemos al amor.

El sol se hacía fuerte, y era hora de visitar la Asociación de mujeres emprendedoras Warmi Isinani. Warmi significa “mujer” en quechua e isinani “mujer” en ashaninka. Allí nos recibieron con unos refrescantes chups de chocolate, la presidenta Aurea Guizado Palomino, Pilar Yipanqui Tito y otras integrantes. Guizado nos contó que el proyecto, iniciado en 2010, lo integran alrededor de 41 mujeres. Mientras un grupo se dedica al cultivo del cacao en el campo, otro es responsable del proceso del mismo. El calor se intensificó. Por fortuna, habían más chups, pero ya no de chocolate. Hice un gesto de lamento, pero enseguida una de las socias me ofreció un chup de sacha inchi. Pregunté (la ignorancia es atrevida): ¿Qué es? “Se parece al maní. Es bien rico”, respondió ella. No había más que preguntar. Efectivamente, el sacha inchi tiene un sabor muy parecido al maní, pero me atrevería a decir que es más agradable al paladar. No por nada ha sido bautizado como el ‘maní de los Incas’.

La hora del almuerzo se acercaba, y yo iba por mi tercer chup. Continuamos hasta el Fundo Jackfruit, nombre en honor a la fruta más grande del mundo. Al jackfruit, conocida en otro lares como jaca, le atribuyen cualidades afrodisíacas. Se trata de una fruta que puede sobrepasar el tamaño de un zapallo o una sandía, y que de hacerte con una, puedes obtener desde harina, mermelada, helado, licor, jugo, y hasta chicharrón. Un jackfruit es una caja de sorpresas. Una fruta con muchas posibilidades. Su sabor, nuevo para mí, me supo a un enlace entre el melón y mi fruta favorita de la selva: la cocona.

Si bien mi físico y mi fuerza de voluntad no colaboraron conmigo el segundo día, mis expectativas sobre la catarata El Castillo fueron superadas. Para llegar a esta maravilla de Satipo, protegida por la comunidad nativa de Poshonari, debes trasladarte en una camioneta hasta cierto punto de la carretera. Luego se debe caminar alrededor de cuatro horas por la ruta. En esta parte de la aventura se recomienda un calzado para senderismo y actividades al aire libre, porque tendrás que escalar y descender por caminos a veces no tan amigables. Si llueve el día anterior, el barro dificultará la excursión. Para alguien novato esto podría resultar complicado, pero no imposible. Yo era una novata, pero con la ayuda de mis guías Che Zuñiga y Medalie Jaureguí pude lograrlo.

No olvides llevar agua para estar bien hidratado, aunque el masato nunca faltará. El repelente y el bloqueador deben ser prioridades también. Procura llevar ropa ligera y deportiva. Si llevas un morral debe ser ligero. Guarda tu celular y tus objetos personales. No los tengas en los bolsillos, podrían caerse. En caso de una cámara de fotos, solo sácala cuando necesites usarla, de lo contrario podría sufrir daños o incomodarte a la hora de caminar.

La catarata El Castillo tiene ese nombre debido a su imponente y deslumbrante formación. Antes de tomar fotos, contempla sus aguas claras y fuertes, la vegetación, lo verde, lo amarillo, lo celeste, lo transparente, las piedras, respira profundo, agradece estar allí. Y para cerrar el ritual, si quieres, por qué no, un rico chapuzón.

De regreso (y solo si ya es de noche, por supuesto), por más agotada o agotado que estés, detente unos minutos, alza la mirada y mira las estrellas. O como diría el fallecido astrofísico Stephen Hawking: "Vivimos en un universo gobernado por leyes racionales que podemos descubrir y entender. Miremos arriba hacia las estrellas y no abajo hacia nuestros pies. Traten de darle sentido a lo que ven y pregúntense qué hace que el universo exista. Sean curiosos".

Una vez en la comunidad, los nativos de Poshonari te recibirán con cantos y bailes. El jefe hará una bienvenida. Te ofrecerán masato y comida. El guiso de yuca con gallina es una de sus especialidades.

El tercer día podrás visitar la catarata Cristal, bautizada con ese nombre por la belleza de sus aguas cristalinas. A este lugar se llega en camioneta y luego se tiene que caminar alrededor de hora y media. El circuito no es tan exigente como el de la catarata El Castillo. Por cierto, al regreso almorcé el mejor caldo de gallina (de chacra) de mi vida.

es una excelente oportunidad para recuperar el contacto con la naturaleza. Y a veces no necesitas irte tan lejos para disfrutar de su singularidad. Satipo te espera.

Cómo llegar al destino: Turismo Chocano o Movil Tours.
Agencia de turismo: Turismo ZumagPerú / Telef.: 064 - 407379 - Che Zúñiga Cel.: 957 599 902
Qué llevar: Ropa ligera, bloqueador, repelente y zapatillas para senderismo.
Un restaurante: Poshini (jirón Julio C. Tello 455, Satipo). No irse sin probar el chaufa de tacacho.

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