Pancholón
Pancholón

El Chato Matta llegó al restaurante con hambre y pidió un cebiche con bastante ají limo y una parihuela de cachema con limón y arrocito blanco.

“María, me timbró el famoso doctor Chotillo y con voz bajita me dijo: ‘Chato, me han contado que Pancholón está internado en una clínica, pero nadie me da razón. Averigua y me pasas el dato, lo estoy buscando desde hace una semana para que termine de resolver mis casos, porque ya le pagué por adelantado en dólares’. La verdad es que me preocupé por el famoso abogado. Timbré a su fiel procurador, quien me contó la verdad.

‘Chatito, a ti Pancho te considera su hermano y te recibirá en la clínica, pero no le digas nada a nadie. Ten cuidado con los sapos rabiosos, largadores y mala leche’. Fui a visitarlo el viernes pasado y lo encontré echadito con una bata blanca. Una enfermera le estaba dando en la boquita dieta de pollo y puré, pollo al vapor y ensaladita de zanahoria. Apenas me vio, se alegró. ‘Causa -me dijo-, casi no la cuento. Todo por culpa de Chotillo, quien me vio bajoneado porque me había salido mal un ‘business’ y me presentó a una bailarina chinchana para levantarme el ánimo’.

Maestro -le dijo el doctor-, yo sin usted no sería nada. Como médico le recomiendo que bote el estrés con una buena encerrona’. ‘Bingo’, grité emocionado y enrumbé a La Posada. ‘¡Uy, este gordito no creo que funcione!’, escuché que murmuró la Lorena y me puse bravo, como esos toros que recién van a salir a la plaza de Acho.

Pedí whisky etiqueta dorada y salsa sensual. Todo estaba bonito y pensé ‘voy a dejar bien a los varones con mi espectacular y legendario salto del chanchito. Pero apenas empezó la función, me comencé a sentir mareado. Estoy seguro de que la morena le puso algo a mi vaso de whisky. Chato, tú sabes que soy sano. Nunca me he metido esas porquerías por la nariz, solo mi traguito y mujeres. Pero siempre fui inquieto. La mujer que más amé en la vida fue la madre de mi hijo, pero igual, no soportaba hacer vida de casado. Sentía que vivía en una jaula y me escapaba en las noches con cualquier pretexto.

Me han querido atrapar, hacer la camita, el corralito y hasta brujería cuando encontré un muñeco gordito clavado con un montón de alfileres en la puerta de mi casa, pero nadie puede cambiarme...

La cosa es que lo último que recuerdo es que me subí a la silla para hacer mi espectacular salto y de allí todo se nubló. Quería abrir los ojos y no podía. A lo lejos escuché que gritaban ‘se muere, se muere...’. Desperté en la clínica, los triglicéridos los tengo en 500 y mi próstata parece una bola de billar. Chato, los años no pasan en vano, pero los viejos guerreros mueren de pie, así que ya saldré de este lugar para hacerla bonita’”. Ese señor Pancholón es un cochino y mujeriego. Ni porque está enfermo deja de contar sus sinvergüencerías. Me voy, cuídense.

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