Romperse voluntariamente un dedo del pie, lesionarse miembros insensibilizados para estimular la presión sanguínea. La automutilación o “boosting” es una forma de dopaje específica de los discapacitados que pone los pelos de punta y que es especialmente vigilada en .

Es una práctica que concierne a aquellos deportistas con lesiones de médula espinal. Además de la parálisis y de la pérdida de sensaciones de sus miembros inferiores, estas personas sufren a menudo problemas de tensión y de ritmo cardíaco. Por, eso esta práctica será bien observada en Río 2016 Paraolímpicos.

En consecuencia, durante un esfuerzo violento, las personas en silla de ruedas no ven aumentada su frecuencia cardíaca a lo que les pide el cuerpo en plena actividad, por lo que su rendimiento es menor y la fatiga crece, así como su capacidad a realizar esfuerzos prolongados. Se espera que en Río 2016 Paraolímpicos no se encuentren en estos casos.

Por eso, algunos de ellos, que estarán en Río 2016 Paraolímpicos, tratan de compensar este hándicap automutilándose los miembros insensibilizados, en los que no sienten ningún tipo de dolor, para aumentar la presión sanguínea, mejorar el aporte de sangre a los músculos y, al final, obtener un mejor rendimiento deportivo.

Electrochoques, heridas sangrientas, bloqueo de la sonda urinaria para relajar la vejiga, botas muy apretadas en los miembros inferiores, torsión o aplastamiento de los testículos, fractura del dedo gordo del pie… Con el “boosting”, el catálogo de horrores casi no tiene fin. Y se espera que en Río 2016 Paraolímpicos no se vea.

El problema es que el “boosting” no es solo una ‘trampa deportiva’, sino que puede desencadenar un problema de salud grave, ya que los deportistas que recurren a esta práctica pueden sufrir hiperreflexia autónoma, una urgencia médica bien conocida de las personas paralizadas y que les puede afectar en su vida cotidiana tras una simple lesión, herida o inflamación.

Pero en Río 2016 Paraolímpicos*, tras el análisis en profundidad de datos de 160 atletas en los últimos años, el CPI decidió aumentar los controles el pasado mes de abril y desde entonces se prohíbe participar en competición a cualquier atleta con una tensión superior a 160 mmHg, por los 180 mmHg de antes (presión arterial sistólica).

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