era de esos personajes a los que amas o detestas, pero a los que siempre les reconoces el talento, la creatividad, la capacidad para reinventarse. Un artista polémico, controvertido, un excéntrico capaz de darle vuelta a la situación más adversa y sacar provecho de eso para su música.

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José Abelardo Gutiérrez Alanya, a diferencia de su alter ego, era más bien un esposo fiel y hogareño, un padre preocupado por el bienestar y educación de sus hijos. En algún momento de su vida se mimetizó con su personaje, con Tongo.

Recuerdo que en el 2011 fuimos a cubrir la Peruvian Parade en New Jersey, el festival peruano que se realizaba con motivo de las Fiestas Patrias. Tongo era uno de los artistas que actuaría en el evento. Después de muchos años había alcanzado la categoría de estrella. Sin asco se presentaba en antros y chinganas de la carretera central o la avenida Nicolás Ayllón, cómo en las más exclusivas discotecas de Asia.

Así, la madrugada antes de viajar cantó en un huarique de la picante zona de San Jacinto. El vuelo salía a las 8 de la mañana y había que estar a las 5 en el aeropuerto. Tongo llegó cerca de la 1 y media de la mañana. Entró saludando a todos, siempre seguido por Gladys, su esposa. Un par de canciones, lo entrevistamos al vuelo y salimos arrancados.

Esas tomas eran parte de un reportaje que le hacíamos al buen Tongo y que continuaría en Nueva Jersey y Nueva York. ‘La Pituca’ en tierras gringas y, por entonces, esa canción que es casi himno para los seguidores del cantante, ya tenía su versión en inglés. Mejor dicho en ‘tonglish’, el inglés hablado y pronunciado fonéticamente, al estilo de Tongo (el mismo vejamen idiomático haría después con el francés y el japonés).

Lo cierto es que la entrevista en New York, en la esquina del Madison Square Garden, se frustró por un desencuentro con Tongo, por un malentendido. Esa noche todo quedó aclarado con unas cervezas de por medio, aunque Tongo no tomó (en realidad creemos que no lo hacía, que no tomaba, pues ya estaba librando una guerra contra la diabetes y había tenido un par de episodios en los que se le subió el azúcar).

Estaba tomando con dos colegas que viajaron también a cubrir el festival, cuando Tongo llamó a una de ellas. Luego se apareció en el bar en el que estábamos, el Key Club Bar, en New Ark, Nueva Jersey. Un lugar que, según un popular cómico, era para ‘morenos’. A nosotros eso no nos importó en lo más mínimo y pasamos un momento agradable conversando con Tongo.

Yo estaba interesado en una de las chicas que me acompañaban, en una de mis colegas. Tongo se dio cuenta de eso. “Yo soy adivino, soy pitoniso. Ustedes van a estar juntos”, nos dijo como si fuera un cupido chichero. Y lo repitió varias veces durante el resto de aquella madrugada. Me lo dijo a mí y supongo que se lo dijo a ella también, a mi esposa. Sí, Tongo era pitoniso, pero prefería ser más cantante y músico.

Al día siguiente, Tongo subió al escenario de la Peruvian Parade y por supuesto cantó ‘La Pituca’ en sus dos versiones, y ‘Sufre peruano, sufre’, convertido en una especie de himno a la nostalgia, algo así como el ‘Todos vuelven’ de César Miró, pero chichero. El público lo aplaudió aquella tarde, hasta tener rojas las palmas de las manos.

Años después, volveríamos a conversar con él, pero con otro interés, llevarlo a Argentina con ‘La Pituca’ y todas las parodias que hizo luego en ‘tonglish’, como ‘Let it be’, ‘Hotel California’, ‘Billy Jean’ y muchas más que le garantizaron reconocimiento internacional.

Descansa Tongo, y que suene ‘La Pituca’.

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